Una de las obligaciones primordiales del Poder Ejecutivo es defender a la Nación de sus enemigos, que pueden ser exteriores o interiores. Estas fuerzas hostiles merecen este apelativo, el de enemigos, por proponerse destruir nuestra democracia, nuestra prosperidad y nuestras libertades, porque su propósito es arruinarnos, liquidar nuestras instituciones y privarnos de nuestros derechos. La delincuencia común o el terrorismo se combaten con las leyes ordinarias debidamente aplicadas por jueces y fiscales y la acción de la Policía, la Guardia Civil y el CNI. Los ladrones, los asesinos, los defraudadores, los yihadistas, los narcotraficantes y los proxenetas son criminales, criminales comunes, y no alcanzan la categoría de enemigos de la Nación. Se les neutraliza con medios “normales” que son suficientes para detectarlos, detenerlos, llevarnos a los tribunales y meterlos en la cárcel.
A la hora de derrotar a los enemigos de la Nación es esencial saber distinguirlos. Si los confundimos con simples transgresores de la legalidad, no estaremos en condiciones de evitar que acaben con nosotros y nos arrebaten lo que somos, lo que tenemos y lo que esperamos lograr en el futuro. Si un tipo afirma que nos considera bestias con forma humana y que nuestro ADN sufre una alteración, que Cataluña es republicana y que nuestra Monarquía parlamentaria le es ajena, que quiere separar a Cataluña de España sustrayendo a sus ciudadanos su condición de españoles y de europeos y que para materializar tan siniestro fin está dispuesto a ejercer la violencia al frente de miles de vándalos fanatizados, y todo ello financiado con nuestro dinero, no nos encontramos ante un mero delincuente, nos enfrentamos a un enemigo mortal.
En Cataluña no hay un conflicto político, como estúpidamente ha aceptado el Gobierno de Pedro Sánchez en el comunicado conjunto que ha emitido con el de Quim Torra. El Presidente de la Generalitat, que lo es gracias al ordenamiento constitucional español y al presupuesto del Estado español, no es un adversario electoral con el que se puede y quizá se debe negociar, es un enemigo al que hay que vencer. No hay espacio de diálogo posible con semejante energúmeno, en primer lugar porque su ideología totalitaria, racista y liberticida le descalifica como interlocutor de un Estado democrático y en segundo porque sus pretensiones y la forma en que se propone hacerlas realidad quedan fuera del marco de un debate civilizado. Este desenfoque conceptual sólo traza un camino, el del fracaso y el colapso de la Nación.
Al tratar a los separatistas, que ya han ensayado un golpe inconstitucional y violento y que persisten en la misma línea, como interlocutores válidos dentro de los procedimientos habituales de la confrontación política en una democracia pluralista, lejos de apaciguar la guerra que nos han declarado sin motivo ni razón, les estamos proporcionado las herramientas para que la ganen. Cuando el Gobierno legítimo de la Nación ha de ser protegido por nueve mil agentes de los cuerpos de seguridad del Estado -los Mossos también reciben su salario, sus armas y sus equipos del contribuyente español- para poder celebrar un Consejo de Ministros en Barcelona mientras la ciudad es sumida en el caos por hordas de enmascarados agresivos que amedrentan a la población y golpean a periodistas, entonar seráficos cantos al entendimiento y al pacto es peor que una manifiesta idiotez, es una cobardía repulsiva. El separatismo golpista catalán es un enemigo de la Nación y ocultar o negar por oportunismo o por conveniencia personal esta palpable verdad equivale a colaborar con él, es decir, a cometer traición.
El Presidente de la Generalitat, que lo es gracias al ordenamiento constitucional español y al presupuesto del Estado español, no es un adversario electoral con el que se puede y quizá se debe negociar, es un enemigo al que hay que vencer
Desde el 3 de Agosto de 1808 en Bayona, fecha y lugar aciagos en los que dos reyes indignos entregaron España al invasor extranjero, no habíamos asistido a un espectáculo más bochornoso que el reflejado por esa foto repulsiva de una cumbre en la que posan en pie de igualdad el Gobierno que en teoría nos representa con el que nos ha anunciado que nos va a borrar del mapa en cuanto tenga la ocasión.
La conclusión de la malhadada excursión de Pedro Sánchez y sus ministros/as a la Ciudad Condal es que España carece de Gobierno y que el grupo de polichinelas que funge como tal ha decidido entregarla a las fauces de los que pugnan por devorarla con tal de sobrevivir en su simulacro unos pocos meses más. El Rey y las togas no podrán sostener indefinidamente la unidad nacional y el imperio de la ley sin un Legislativo y un Ejecutivo que cumplan con su función. Únicamente un cambio de mayoría en el Congreso tras las próximas elecciones generales nos dotará de un Parlamento y un Gobierno capaces de abordar la rebelión en Cataluña con la contundencia y la decisión requeridas. La pregunta inquietante es si llegaremos a tiempo. Feliz Navidad.