Opinión

La España de Sísifo

Estamos ante una crisis sistémica, de 'régimen político', a las puertas de una posible gran mutación institucional de insospechada deriva e ignotas consecuencias

  • Pedro Sánchez, a bordo del avión presidencial rumbo a Bruselas.

La democracia surgida de la Transición se halla en las horas más difíciles de su existencia, endiablado cruce de caminos donde la parálisis interna coincide con una tormenta internacional –política y económica– de imprevisibles consecuencias. El vodevil al que nos tiene sometidos este PSOE de pasarela no debería hacernos perder de vista que estamos en una crisis sistémica, de “régimen político”, en las puertas de una posible mutación que conducirá a la estructura institucional española por insospechados derroteros. Porque desde la radicalización del “procés” se halla en juego, nada más y nada menos, que la unidad de la soberanía nacional. Eso sin contar con la crisis económica que asoma en lontananza, con serios indicadores –internos y externos– dando la voz de alarma en un país asediado por la deuda, condenado por el déficit y abocado, sin debate, al derroche de dinero público por culpa del intocable “consenso socialdemócrata”.

La Moncloa y sus alrededores se hallan instalados en la ficción de una política postmoderna cuya víctima es, sin trampantojos, la democracia. Véase Italia, véase el Reino Unido. Los molinos se convierten en gigantes o cómo la compleja realidad queda reducida a 280 caracteres. He ahí el drama del mundo actual: la simplificación, la frivolidad, la conversión de la vida –difícil, espinosa– en un cuento infantil que siempre termina bien, aunque sea mentira. El olvido sistemático, en fin, de la sencilla sabiduría de Sancho, antes de caer preso en la locura de su amo: “¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?”. 

La próxima crisis que nos amenaza, quizá más grave que la anterior, posiblemente cuarteará la Constitución

Pero era tarde, la realidad ya no importaba, sólo el espectáculo, y así le fue al malhadado don Quijote. España de gigantes en Falcon o con chalé neo-comunista en Galapagar; España de Ciudadanos que vinieron para desactivar nacionalismos, pero los consolidan con su “no es no, señor Sánchez”; España de irresponsables que consideran la nación, y por ende la “autodeterminación”, como “algo discutido y discutible”; España de rencorosos que actualizan las guerras pasadas para ganar los conflictos presentes; España del “carpe diem” que gasta más de lo que ingresa como si no hubiera mañana.

Estos son los mimbres de los futuros dramas. La crisis económica del 2008 fragmentó el bipartidismo porque la sociedad, enfadada, reaccionó contra una estructura política desacreditada por la corrupción e incapaz de regular los desajustes. La próxima crisis que nos amenaza, quizá más grave que la anterior, posiblemente cuarteará la Constitución, envenenará aún más la convivencia e inflamará los conflictos hasta dar el golpe de gracia a la, ya maltrecha, democracia de 1978. Y no estamos construyendo diques para contener las desbordadas aguas del futuro desencanto, ni tejiendo redes para amortiguar la caída.

Advertir del cercano precipicio

Abocados a un Estado del Bienestar en peligro por las deudas contraídas y sin defensas políticas, ni intelectuales, ante la demagogia rampante de populistas y nacionalistas, España se desliza hacia una “estable inestabilidad”. Una suerte de “mala salud de hierro” que ni garantiza ni soluciona nada. Otra vez nuestra Historia de siempre, la España-Sísifo que conduce hacia la cima del futuro una democracia que acaba sepultándola porque no sabe vivir en ella, porque no sabe vivir con ella.

Ni la élite empresarial, ni la intelectual, ni la política tienen suficiente valentía para avisar del cercano precipicio. Y es que la inercia de la masa –narcotizada con los mantras institucionalizados del feminismo, el animalismo y otros “ismos” por el estilo– forma una corriente demasiado grata como para apearse. Que siga la orquesta del Titanic tocando en cubierta, a pesar del iceberg. Bailar al son de lo políticamente correcto, aceptar y confundirse con “el ambiente” es el peor mal de nuestro tiempo. No es nuevo, al iniciarse los años 30 del pasado siglo ya lo advirtió Ortega con unas palabras rabiosamente actuales: “Existir es resistir, hincar los talones en tierra para oponerse a la corriente. En una época como la nuestra, de puras corrientes y abandonos, es bueno tomar contacto con hombres que no se dejan llevar”.

Hombres que no se dejan llevar por el fatal destino de Sísifo.

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