Dos informes recientes han puesto sobre la mesa, de nuevo, los ciclos económicos así como sus posibles causas. El primero de ellos, del grupo consultor MdF Family Partners, avisa de la inminencia de una nueva recesión, que vendría anticipada por el actual crecimiento de ciertas economías por encima de su potencial. El otro informe, de Mckinsey, avisa de que, llegada una recesión, si no se asegura un mínimo crecimiento de la demanda durante dicha fase recesiva, el futuro crecimiento económico podría resentirse, al deprimir la productividad, condicionando por ello al bienestar de muchos años e incluso décadas en las economías que lo sufran. Aparentemente, son dos informes que se centran en fases del ciclo diferentes, que lo enfocan de diferentes perspectivas, pero con ciertos nexos lógicos que los conectan.
Según el primero de los informes, debemos esperar una recesión en los Estados Unidos antes de 2020 por dos razones. La primera, porque ya crecen por encima del potencial y la segunda, porque ya se observan tensiones en los precios. Es decir, las expectativas de inflación están aumentando. Esto obligará a la FED a subir tipos, lo que cortará por lo sano el crecimiento. Esta sucesión de eventos, para los analistas de MdF, es suficiente para augurar el fin de un ciclo que, según ellos, suelen venir provocados por accidentes exógenos o “por medidas de la FED”. Sin embargo, tal análisis, a mi entender, demuestra una insuficiente comprensión de lo que podemos entender como un ciclo económico. Las razones que generan el ciclo son algo menos exógenas y por ello no está tan claro que sean los “accidentes” o las medidas de la FED los que los generen. Esto no significa que no vaya a haber recesión, o que no existan eventos exógenos que puedan provocarla. Significa que uno comprende mejor los ciclos si atiende más a su dinámica “endógena”.
Debemos esperar una recesión en los Estados Unidos antes de 2020 porque ya crecen por encima del potencial y porque las expectativas de inflación obligarán a la FED a subir tipos, lo que cortará por lo sano el crecimiento"
Para entender estos matices, nos sirve una metáfora. Imaginen que la senda de crecimiento a largo plazo de una economía se representa por una cuerda que apunta hacia una dirección. Evidentemente asumamos que esta dirección es hacia “arriba”. Dicha cuerda, supongamos de nuevo, ha sido parcialmente “alisada” de tal modo que, aunque esta no representa una recta, trata de parecérsele. Los economistas asumimos que esta figura, la de la cuerda, representaría el crecimiento a largo plazo de la economía. La cuerda (línea anaranjada de la siguiente figura) representa así un crecimiento que se basa, principalmente, en la inversión y en el cambio tecnológico; créanme, únicos factores que generan crecimiento a largo plazo a través de las mejoras en la productividad. Sin embargo, si uno va a los datos y observa la senda de crecimiento a largo plazo de las economías, estas no son “lisas”, sino más bien líneas que ascienden en el tiempo con “arrugas” o pliegues que se repiten cada cierto tiempo (línea azul). Esos pliegues son los ciclos.
Aprovechando la metáfora del pliegue, podemos entender un ciclo expansivo, en el que supuestamente comenzamos a estar ahora, como una porción de la cuerda que se sitúa por encima de la senda marcada a largo plazo. Esto es posible porque, de algún modo, tenemos la capacidad de traer crecimiento del futuro, es decir, gastar lo que aún no hemos ganado. Forzamos a la economía a dar más de sí en el corto plazo. Esto no es malo si el trasvase de renta desde el futuro al presente no es excesivo y, en segundo lugar, si nuestra economía asegura un mínimo de crecimiento con el que saldar las deudas en el futuro. Es por ello que no debemos tanto de estigmatizar la deuda como de hablar de crecimiento artificial a menos que no haya crecimiento potencial. Todo depende del contexto y de la amplitud de tiempo con el que manejemos nuestro discurso. Solo cuando esta transferencia “desde futuro” es excesiva, pueden llegar generar expansiones muy intensas seguidas de recesiones igualmente exageradas (círculos azules de la figura).
En general, a medida que traemos crecimiento a presente, aparecen indicadores de alerta, como por ejemplo, la inflación. Esta, al igual que el piloto de temperatura del motor de un coche cuando lo forzamos por un tiempo excesivo, nos informa que la economía se “sobre-calienta”. Otro indicador sería una subida de tipos de interés. Al traer crecimiento del futuro, la deuda crecería, presionando al coste de endeudamiento. Es por ello que los tipos de interés suelen subir durante las expansiones. Esta subida es la que, poco a poco, erosiona el optimismo de consumidores e inversores frenando el endeudamiento y creando la nueva fase cíclica. En este caso, la FED o el resto de bancos centrales deben acomodar sus tipos de intervención a las nuevas condiciones. Esto matiza mucho la idea de que es la FED la que genera el ciclo. Más bien lo acomoda (ver siguiente figura).
Cuando somos optimistas sobre el futuro, nos endeudamos más, creando expansiones sobre el crecimiento potencial. Pero, igualmente, cuando somos pesimistas guardamos para el futuro, generando crecimiento por debajo del potencial. Mientras lo primero genera una fase alcista del ciclo, una expansión, lo segundo se transforma en la fase descendente del mismo, que solo en muy pocas ocasiones se transforma en recesión. Así, siguiendo esta lógica, podemos enlazar el segundo de los informes.
Solo una economía basada principalmente en la inversión y en el cambio tecnológico será capaz de generar crecimiento a largo plazo a través de las mejoras en la productividad"
Tan negativo puede ser adelantar en exceso el futuro como desplazar en exceso el presente. Puede ocurrir que confiemos al futuro nuestro consumo, ahorrando en exceso y provocando en el presente un crecimiento por debajo del potencial. Trasladar presente a futuro te coloca en la fase descendente del ciclo. Y esto puede, paradójicamente, implicar que el futuro no sea tan positivo como uno esperaba. No por más ahorrar se va a crear más crecimiento. Todo ahorro no necesariamente genera su inversión. O lo hace a rendimientos cada vez más bajos, o simplemente no lo hace (tipos cero, ¿les suena?). En este caso, deprimir en exceso el consumo e inversión actual puede provocar que incluso el crecimiento potencial se resienta. Lo que Mckinsey dice, y que ya ha sido alertado por gente tan diversa como la propia Janet Yellen, es que muchas veces el pesimismo o el exceso de frugalidad puede ser tan elevado que el daño a la economía pasa a ser nada desdeñable. Esto quiere decir que, cuando consumidores e inversores trasladan una parte sustancial de su consumo e inversión presentes al futuro mediante el ahorro, la recesión puede ser tan severa que afecte al potencial. Aquí es donde el informe, y cada vez más economistas, explican que las políticas de demanda pueden servir para sortear un fatal destino. Es como el hilo que da la puntada a la tela: si tiras del hilo hacia abajo, la tela se comba en la misma dirección. Si queremos evitar que el pliegue hacia abajo del ciclo arrastre a toda la cuerda, debemos evitar que este sea intenso.
Así pues, hay que desmitificar aquello que MdF cita como futura causa de la próxima recesión, la FED y sus “errores”. Las familias y las empresas se endeudan en función de cómo entienden que viene el futuro. De este modo, debemos entender que llegará el día, como así será, que dejemos de confiar en el futuro, los bancos ingresen más liquidez de la que ofrecen y la economía se ralentizará. Solo deberemos estar atentos, en ese caso, a que dicha ralentización no sea excesiva. Si fuera ese el caso, no lo duden, exijan políticas de demanda. Evitarán que el pliegue deprima a la tendencia.