Opinión

Feijóo contra la sombra de Mariano II

España necesita un partido liberal, reformista, abierto a la sociedad y radicalmente reñido con la corrupción

  • El presidente del partido del PP, Alberto Núñez Feijóo. -

Alberto Núñez Feijóo ha llegado a la presidencia del Partido Popular con cuatro años de retraso. Probablemente cuando ya no lo esperaba. Y no es descartable que esa circunstancia aparentemente inocua, la de una ambición ya apaciguada, impregne a partir de ahora su manera de hacer oposición. Incluso su forma de gobernar, si algún día logra desplazar a Pedro Sánchez del poder. Feijóo se pone al frente del PP con casi 61 años y las espaldas cargadas de experiencia, en un momento crítico para la nación y con un gobierno al frente que, salvo raras excepciones, es una perfecta combinación de sectarismo e ineptitud. Lo hace, además, cuando a la derecha de su partido, y en línea con lo que ocurre en otros países de nuestro entorno, el populismo escala posiciones y amenaza la preeminencia de las opciones moderadas.

Son precisamente los sectores del PP más colindantes con Vox, la formación política a la que alimentó un indolente Mariano Rajoy, los que con mayor frialdad han acogido el nombramiento de Núñez Feijóo. La pobreza doctrinal de sus discursos en Sevilla ha contribuido a acentuar esa impresión. Pero no hay dos gallegos iguales, y Feijóo no es Rajoy. Feijóo nunca se ha distinguido por dejar que los problemas se arreglen solos. En “ese niño de aldea que nunca perdió unas elecciones”, que así se le dibuja en una reciente biografía, no hay que confundir prudencia con indecisión. El orensano no es un Mariano II, aunque, ciertamente, su discurso de clausura sevillano apenas sirviera para abrir puertas, muchas, sin cerrar casi ninguna. Sin embargo, y para ser más precisos, sí clausuró la más urgente: la que sellaba para siempre la aciaga etapa del tándem Casado-García Egea.

Hará mal Feijóo en confiarse, en soslayar el desgaste esquivando el conflicto, en navegar en la bruma sin comprometer el rumbo. No valen los silencios sevillanos, que los hubo

Feijóo es un habilidoso administrador de los tiempos, aspecto este de su personalidad que redobla su valor cuando de lo que se trata es de hacer política. Y lo que tocaba en Sevilla era cerrar las heridas más profundas, a ser posible sin abrir otras; asegurar un edificio que unas semanas antes amenazaba ruina; reconstruir certidumbres; devolver a militantes y simpatizantes confianzas perdidas. Objetivo cumplido. No al 100%, porque hay algunas llagas no del todo suturadas y que habrán de ser atendidas para evitar futuras infecciones, pero sí en lo esencial. El PP de hoy es un partido que ha recobrado la serenidad, condición imprescindible para ejercer como solvente instrumento de oposición al servicio de la sociedad y poder aspirar así a gobernar.

Y es que si la primera y urgente tarea era poner fin al imparable proceso de deterioro al que la anterior dirección había conducido al partido, lo que ahora toca, lo que consolidará o por el contrario acabará descartando al PP de Feijóo como alternativa de gobierno, va a ser su acierto o su fracaso en la difícil tarea de convencer a los ciudadanos de que existe un recambio fiable, que dice la verdad, que cree en el acuerdo, que ofrece soluciones; que no se esconde, que se moja; que, como dijo su presidente en Sevilla, sitúa a España por encima de su particular interés. A partir de aquí hará mal Feijóo en confiarse, en soslayar el desgaste esquivando el conflicto, en navegar en la bruma sin comprometer el rumbo. No valen los silencios sevillanos, que los hubo. El depósito de fe está hace tiempo en la reserva. Sobre todo para esa España culta, urbana y liberal que empieza a sentirse huérfana de representación política. Hacen falta posiciones firmes, hechos. “Amiguiños si, pero a vaquiña polo que vale”.

El PP de hoy es un partido que ha recobrado la serenidad, condición imprescindible para ejercer como solvente instrumento de oposición al servicio de la sociedad y poder aspirar así a gobernar

España necesita un partido liberal, en efecto, reformista, abierto a la sociedad y radicalmente reñido con la corrupción, en cuyo frontispicio figure como meta devolver a España a la condición de gran país que apenas llegó a rozar durante la etapa de José María Aznar; que recupere el Parlamento, que devuelva la independencia a las instituciones y a los reguladores; que mire de cara a Europa, que asuma sus compromisos; que reduzca el intolerable gasto público, eliminando organismos, cargos y empleos públicos inservibles; que asuma como deber ineludible la drástica reducción de la deuda que tiñe de negro el futuro de nuestros jóvenes; que haga de la transparencia uno de los ejes de su gestión; que aborde sin miedo a la derrota las reformas pendientes: fiscal, pensiones, energía, educación…

Si hace eso, si Alberto Núñez Feijóo asume ante los españoles el compromiso de actuar sin oportunismos partidistas ni componendas gremiales, poco importará lo que hagan Pedro Sánchez o Santiago Abascal. El líder del PP no se la va a jugar en las próximas elecciones generales, sino ahora. Ya se la está jugando. Porque tal y como él mismo apuntó el fin de semana, el poder no se lo va a regalar un Gobierno que compensa muchas de sus calamidades con un escandaloso uso de la propaganda o directamente con la mentira. Tampoco un partido que se resiste a criticar a Putin o no tiene claro el papel de España en Europa. Él es quien tendrá que dar un vuelco a esta realidad empobrecedora, a este país empequeñecido, a esta nación ensimismada que parece haber perdido el rumbo. ¿Será capaz? Pronto lo sabremos. Dando por sentado que el personaje merece un margen de confianza, la verdad es que el aquelarre sevillano solo ha entusiasmado a los incondicionales "peperos". Feijóo ha taponado la hemorragia, cierto, pero no ha despejado las grandes dudas que siguen cercando el futuro del Partido Popular como opción de Gobierno.

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