Un error frecuente a la hora de analizar e incluso negociar o enfrentarse con el separatismo es considerar a este como un bloque homogéneo y coherente. Esta es sin duda la imagen que los rupturistas tratan de proyectar, pero se trata de puro marketing. En realidad, si aproximamos el microscopio y observamos el fenómeno más de cerca podemos percatarnos de que el nacionalismo es un microcosmos complejo lleno de especímenes distintos.
Bastaría incluir entre las preguntas recurrentes del CIS (por soñar que no quede) una que dijera ¿por qué se hizo usted separatista? Porque el separatista en su gran mayoría se hace no nace (aunque en este caso la pregunta sería ¿por qué se hizo su familia separatista?). Suponiendo que los independentistas quisieran responder a esa pregunta con sinceridad y profundidad (yendo más allá de clichés y lo anecdótico), encontraríamos una variedad de respuestas pues el proceso separatista se vive y manifiesta subjetivamente de distinta manera según el lugar (físico y mental) que ocupe cada individuo dentro o a lo largo del fenómeno. Seguidamente identificaremos los principales tipos que se dan dentro del separatismo. No se trata de una mera reflexión teórica, sino de la conclusión de años de observación y lecturas, de ver y escuchar a muchos separatistas (y también a otros muchos vascos y catalanes que no lo son) y de seguir, en su caso, los procesos de transformación o conversión:
En primer lugar, surgen lógicamente los “pioneros-creadores-impulsores” del relato, o reanimadores cuando éste languidece, que en ocasiones incluso alcanzan el rango de “mesías”. Ellos también tienen sus propias motivaciones personales, son los primeros interesados. Sabino Policarpo Arana era hijo de una familia carlista adinerada, intelectual de segunda o tercera fila (no llegó a terminar la carrera de Derecho), de mente algo perturbada, que se sentía obsesionado por escalar posiciones sociales y obtener reconocimiento social. El hecho que determina su “iluminación” y su “visión”, en realidad en un primer momento sería solo Vizcaya independiente, fue su rotundo fracaso en la prueba para ser catedrático de vascuence en el Instituto de Bilbao, ganada por Azcue, y donde Arana obtuvo cero votos (frente a los tres de Unamuno). A partir de ese momento comenzará su discurso xenófobo y racista, movido en parte también por despecho contra Unamuno, quien representaba el vasco-español de toda la vida.
Sabino Arana obtiene cero puntos en la prueba para ser catedrático de vascuence; Unamuno tres. A partir de ahí comienza su discurso xenófobo y racista
En cuanto a Cataluña, el personaje esencial que logra revitalizar el nacionalismo catalán (todavía en 1885 el propio Cambó reconocía que el nacionalismo catalán era una “cosa mísera”) fue Prat de la Riba con su libro La nationalitat catalana. Pero no hay que olvidar que todavía en las elecciones de 1916 el lema de la campaña de Prat de la Riba sería “Por Cataluña en una Gran España”, un lema que firmaría hoy incluso Vox. ¿Qué pasó para que radicalizara su discurso? Pues un elemento no menor fue el enfrentamiento con su maestro Eugenio D’Ors (mucho más inteligente y brillante que el discípulo), quien combinaba sin problemas su identidad catalana con la española, y de cuya sombra alargada el primero quiso librarse.
Por lo tanto los creadores-impulsores del separatismo suelen ser narcisistas, con conflictos de personalidad, que tratan de satisfacer su ego y su vanidad, ocupando espacios donde no tienen que enfrentarse a la competencia de personas más brillantes que ellos. Esto se aplicará también a Arzalluz (un exseminarista que se movía entre el jansenismo de su madre y el carlismo de su padre), y a Pujol (enfrentado a Tarradellas y de cuyo ego y ambición a estas alturas nadie duda). En cuanto al proceso de radicalización de Lluis Companys sólo mencionar que de miembro de la Unión Republicana de Nicolás Salmerón y ministro de marina pasó a proclamar la República catalana y ordenar el asesinato de miles de católicos. Por no hablar de Arturo-Artur Mas o los recientes Quim Torra (el de las “bestias con forma humana”) y Puigdemont. De éste, procedente también de familia carlista, y que por cierto elimina su apellido paterno (¿será por su pasado franquista?) el "indepe-cuerdo" Xavier Rius ha dicho: “Está zumbado. Lo digo con pesar, porque le conozco”.
En segundo lugar, aparecen los “seguidores” (el himno catalán debería llamarse en puridad de los "Seguidors" pues los Segadors acabaron pidiendo la vuelta del Rey de España en 1652), que presentarían los siguientes sub-tipos:
-Primero, surgen casi automáticamente la corte y cohorte de “aprovechados-oportunistas”. Los que tratan de sacar tajada del pastel y vivir (muy bien) a costa del cuento. En muchos casos coinciden con los que vivían igualmente bien llevándose de maravillas con el franquismo. Hoy ya son cientos de miles: cobran salarios, publican artículos y libros, obtienen contratos y cátedras, intervienen en tertulias, dan conferencias, reciben cuantiosas subvenciones… todo ello gracias al separatismo y no tanto a sus méritos. Les importa poco o nada lo de “patria” catalana, simplemente quieren llevarse la “pasta” de los catalanes y del resto de los españoles.
-Poco a poco, se forma el grupo de “devotos-creyentes-ofuscados-escapistas”. Estos son los más fanáticos. Creen de verdad en el paraíso post-independencia. Toda ideología o sistema de creencias (que es el nacionalismo) se fundamenta en un concepto de lo sublime (que sería la imagen del bien o el paraíso terrenal o ultra-terrenal) y en otro de lo rechazable (mal-infierno-pecado). La crisis de las ideologías utópicas y de las religiones favorece que el nacionalismo separatista llene ese vacío. Estas personas reciben una oferta que calma la ansiedad que produce preguntarse cada día por el sentido de sus vidas (potencialmente no demasiado brillantes). Al mismo tiempo logran escapar de su propia responsabilidad en relación con su fracaso, mediocridad o insatisfacción. Toda la culpa de “sus problemas” sería del “demonio” (o “chivo expiatorio”), identificado con “los españolistas”, “la derecha (siempre) franquista” o más simplemente: “Madrid”. El rencor es la base de su existencia, lo que en realidad hace que la ansiedad que querían curar se multiplique. Nunca estarán satisfechos.
El lema de la campaña de Prat de la Riba en 1916 lo firmaría hoy el Vox de Abascal: ‘Por Cataluña en una Gran España’
-Un tercer grupo que tarda más en incorporarse al proceso es el de los “charnegos separatistas-cooptados”. Ya he descrito el “síndrome” que sufren estas personas. Aunque es comprensible ceder a la tentación de “sentirse integrado” y salir de los complejos y presiones que sufren los “no-nacionalistas”, hay algo extraño en estos descendientes de otras regiones que se suman a un proyecto que trata de romper el país de sus padres, abuelos, bisabuelos. Una prueba de que es un sentimiento impostado es que se “sienten” obligados a mostrarse más radicales que los propios separatistas, tal vez conscientes de que nunca llegarán a ser miembros de pleno derecho del club independentista, que siempre serán conversos útiles “bajo sospecha”.
-Un último grupo residual sería los independentistas “pasivos-prácticos”. Los que se dejan llevar por la marea, por no discutir, perder amigos u simplemente oportunidades. No presentan una ideología concreta y no tienen nada claro que con la independencia vayan a vivir mejor, pero por pura supervivencia deciden vivir el presente, caer simpáticos a los que mandan (al menos mientras manden) y no tener problemas.
Pero el independentismo también ha ocasionado el surgimiento de un nueva tipología en el resto de España: el de los “ingenuos-masoquistas”, también llamados en términos caricaturescos “madrileños complacientes” (nombre que les puso el catedrático catalán José V. Rodriguez Mora). Serían ciudadanos que viven fuera de Cataluña que quieren ir de “guays” o “modernos”, el antídoto para no ser tomados por “carcas” o “intransigentes”, aunque la Constitución de 1978 supusiera ya la renuncia al centralismo francés. A tal fin consideran que deben “comprar” al menos parte del relato separatista, aunque ello suponga pasar por alto el sufrimiento de todos los catalanes y vascos que no se sienten nacionalistas y admitir la visión de la Historia de España que más daño nos hace: hemos sido muy malos (incluso genocidas) mientras los demás muy buenos (aunque nos hayan invadido), Cataluña sería una nación (aunque no haya figurado nunca como tal) mientras España pura entelequia..
Se piense lo que se piense, esta dimensión personal resulta un hecho fundamental del que debemos ser conscientes si queremos ser eficaces (y justos) a la hora de tratar de contrarrestar el relato y la narrativa que sirven de base a nacionalista disgregador. Todo ello, si se quiere revertir el fenómeno separatista, y no simplemente “conllevarlo” o someterse a él, claro.