En estos días se habla, y mucho, de competencia y de armonización fiscal. Las derivadas del debate presupuestario han puesto en el ojo de mira las decisiones que diversas comunidades, en particular Madrid y más recientemente Andalucía, han llevado a cabo para reducir el pago que sus ciudadanos puedan hacer por determinados impuestos. Muchos, incluso, han señalado a esta bajada de impuestos como una de las razones para que las empresas y los ciudadanos pivoten hacia estos lugares en búsqueda de estos beneficios, provocando costes económicos y fiscales en el resto de regiones. El siguiente punto del argumento ha sido criticar vehementemente estas decisiones a la par que se proponía su prohibición.
El argumento de base es que la competencia fiscal provoca flujos artificiales de población y empresas hacia quien apuesta por los bajos impuestos. Es razonable y obvio creer que esto puede ser así y que realmente ocurra. No cabe duda de que las diferencias en impuestos podrían explicar una parte de la movilidad empresarial y ciudadana. En estos días la noticia de que Elon Musk se va a Texas desde California para pagar menos impuestos apuesta por este argumento al parecer tan contundente. Y es obvio que debamos tenerla como una explicación que necesariamente debe estar en cualquier análisis que se haga al respecto. Pero sin duda, y esto es lo importante, no debemos aceptar, sin más, que esta sea la única explicación para regiones de “éxito” como es el caso de Madrid y, más aún, ni siquiera que esta sea necesariamente el explicación más importante.
Para empezar, miremos la figura 1. En ella se exponen capitales de países respecto a dos variables. La primera, el porcentaje de la población del país que vive en la capital o su entorno. La segunda, su PIB per cápita en función de la media del país. Lo que destaca es que Madrid no es una capital que muestre ratios excepcionales: en la media en cuanto a renta y por debajo en cuanto a población. Obviamente no todas las capitales del mundo practican “dumping fiscal”. Así pues, asumiendo que Madrid lo hace, lo que ya es asumir, debe haber más razones comunes a todas las capitales que hacen de estas un lugar de concentración de población y de producción más allá de los impuestos.
Fuente: Metropolitan Statistics, OECD y elaboración propia (@manuj_hidalgo)
Para comenzar a argumentar sobre otras razones, pensemos una cosa muy simple: las ciudades existen porque encontramos beneficios en estar todos cerca, y gran parte de este beneficio es económico. Segundo, que las grandes urbes se desarrollaron, en parte, por la explotación inicial de una ventaja competitiva que, al adquirir una masa crítica, absorbió gran parte de los flujos demográficos durante años y décadas. Lo que el impulso inicial de un hecho fortuito pudo generar, como una posición estrategia, el descubrimiento de yacimientos, la encrucijada de rutas o un cambio institucional potente como el traslado de una corte o gobierno, se tradujo al tiempo en vida propia al aglomerar cerca de dicho enclave las fuerzas demográficas y económicas suficientes como para acumular crecimiento económico y poblacional.
Hechos fortuitos
Estas fuerzas de atracción son las llamadas fuerzas centrípetas. Son fuerzas económicas que hacen ventajoso estar en un sitio y no en otros. A escala menor también son observables. ¿Se ha preguntado por qué en algunas calles de muchas ciudades abundan negocios similares? ¿O por qué en pequeños municipios se multiplican fábricas del mismo producto, incluso cuando no son productos nacidos de la tierra? Por ejemplo, en Jaén, pueblos como el de Mancha Real han roto con la armonía productiva de la provincia dedicando gran parte de su actividad al mueble o a la informática. En Córdoba, el frío es el rey o en Ubrique, el cuero. Todos son ejemplos de hechos fortuitos que, en algún momento del tiempo, inclinaron la balanza productiva de la ciudad o región hacia un producto y, una vez consolidando, dirigieron gran parte de esta actividad del pueblo o ciudad en una dirección productiva.
Las enormes aglomeraciones pueden dificultar la búsqueda de alquileres a las empresas o a los trabajadores, de tal manera que termine por no salir rentable
Con las grandes urbes pasa esto y más. En ellas se generan mercados de trabajo especializados, donde cualquier empresa encuentra lo que “necesita”. Las universidades se concentran en ellas y las infraestructuras facilitan la comunicación. Los beneficios, en estos casos, son como una fuerza de atracción que puede no tener final. Es por esto que reducir el análisis solo a las diferencias impositivas es simplificar en exceso.
Sin embargo, puede llegar un momento en el que los costes de estar puedan ser mayores que los beneficios. Por ejemplo, las enormes aglomeraciones pueden dificultar la búsqueda de alquileres a las empresas o a los trabajadores, de tal manera que termine por no salir rentable. La competencia por el metro cuadrado puede llegar a ser mucho más costoso que pagar uno o dos puntos porcentuales más de PIB en impuestos. Por ejemplo, en San Francisco estas aglomeraciones de grandes tecnológicas ya está incluso provocando enormes problemas con la población, pues el efecto que provoca las mismas no solo es asumida por las empresas y sus trabajadores, sino por todos en general.
A mayor concentración de trabajadores productivos en una zona, mayor es la probabilidad de aumento de los precios de servicios no transables
Aquí entra un Teorema muy interesante de economía: el de Balassa-Samuelson. Imaginen una ciudad que concentre a una población amplia de trabajadores muy productivos, de sectores punteros con importantes remuneraciones. Estos trabajadores, normalmente en sectores muy competitivos y exportadores, influirán en el precio de aquellos servicios que en el lugar se ofrezcan y que, además de ser servicios no transables, como por ejemplo un corte de pelo, no pueden mejorar a través de la productividad. En estos casos, un profesional de la peluquería cobrará un precio que será coherente con el nivel económico del lugar y, que a su vez, dependerá de la productividad media de quienes allí trabajen. Dicho de forma simple, a mayor concentración de trabajadores productivos en una zona, mayor es la probabilidad de aumento de los precios de servicios no transables, como los personales, la restauración o los de vivienda. Esto lleva a que puede ocurrir que, en algún momento, si la desigualdad es elevada, o ganas mucho, o eres expulsado.
Otros costes de las aglomeraciones son la contaminación, los atascos o la búsqueda de un buen colegio, por ejemplo. Todo ello puede provocar un efecto contrario de expulsión, como fuerzas centrífugas que hacen que se invierta el proceso de atracción habitual.
Dicho todo esto, es evidente que las fuerzas de atracción son hasta el momento mucho más intensas en gran parte de las capitales del mundo. El crecimiento de la población en grandes zonas urbanas no ha cedido en las últimas décadas. Estas ciudades han encontrado, muchas de ellas, la capacidad de reinventarse o de suprimir gran parte de estos costes. Ofrecer nuevas razones para atraer población, como la cultura, los espacios, la apuesta verde o alternativas de vivienda suelen estar en la agenda.
Todo para seguir permitiendo que en la balanza siga cayendo a favor de las fuerzas centrípetas. Como verá, de impuestos podremos siempre hablar, pero si es solo de ello, nos quedaremos muy cortos.