La semana pasada se celebró el centenario del armisticio de Compiègne, que marcó el fin de la Primera Guerra Mundial. Se reunieron Angela Merkel y Emmanuel Macron para conmemorar la fecha y mostrar al mundo lo bien avenidos que andan alemanes y franceses cien años después. Una buena noticia, sin duda, pero no es algo nuevo. París y Berlín están a partir un piñón desde la inmediata posguerra, cuando De Gaulle y Adenauer pusieron fin a una rivalidad que ocasionó dos guerras mundiales en el lapso de treinta años.
De la renovada sintonía franco-alemana, lo más destacable es el llamamiento del presidente francés a crear un ejército europeo que plante cara a los desafíos del mundo actual. Macron bajó al detalle y les puso nombre: China, Rusia e incluso Estados Unidos, el viejo y confiable aliado que liberó Francia y que luchó contra el nazismo. La noticia cayó como una bomba en Washington. No así en Moscú, a Vladimir Putin le parece de hecho algo recomendable que ya tarda en llegar.
La idea de que Europa se dote de un brazo armado no es nueva. Tan pronto como en 1948, sólo tres años después de finalizada la guerra, británicos y franceses llegaron a un acuerdo militar al que llamaron Unión Occidental. Embarcaron en el mismo a los países del Benelux e incluso encargaron un emblema para la Unión formado por cinco eslabones dibujando un pentágono. La idea era muy de preguerra, querían defenderse de un hipotético renacer alemán o, en falta del primero, del incontenible avance de la URSS de Stalin.
La idea de que Europa se dote de un brazo armado no es nueva. Ya en 1948 británicos y franceses llegaron a un acuerdo militar al que llamaron Unión Occidental
Alemania resurgió de sus cenizas, pero no para constituirse como un poder autónomo y amenazante, sino como aliado. Europa estaba, además, ocupada por tropas estadounidenses, lo que convertía la soberanía europea en algo más imaginado que real. La Unión Occidental terminó poco después de su creación canibalizada por un nuevo tratado mucho más ambicioso: el del Atlántico Norte, promovido por Estados Unidos y que incluía también a Alemania, la del oeste sólo, ya que la del este era propiedad soviética.
El mapa militar europeo quedó conformado por dos bloques separados por un telón de acero moteado de unidades acorazadas a ambos lados y con algunos Estados neutrales como Austria o Finlandia, que era donde solían celebrarse las conferencias de paz y las conversaciones bilaterales.
La OTAN fue la primera empresa de defensa común europea. El tratado cubría de las islas Svalbard al Algarve, y de Bretaña a los páramos de Anatolia. Pero la OTAN no suprimía del todo la Unión Occidental, que se transformó en los años 50 en la Unión Europea Occidental como organización complementaria de la OTAN, para que la que sus socios nunca encontraron una función concreta y diferenciada.
Finalmente, tras la firma del tratado de Lisboa en 2007 la Unión Europea Occidental entró en crisis y se disolvió cuatro años más tarde. No tenía mucho sentido, era redundante con la OTAN y, además, costaba dinero mantenerla funcionando.
La inoperatividad del Eurocuerpo
Desde entonces la idea de crear algo parecido con otros mimbres aparece de vez en cuando. Sus defensores lo fundamentan en que la UE es una confederación que tiene parlamento propio, tribunal propio y banco central propio... ¿Por qué no habría de tener unas Fuerzas Armadas propias?
No lo llaman así, naturalmente. En Bruselas son muy amigos de los eufemismos y de empapar todo en un indigerible lenguaje funcionarial. Al germen del ejército europeo lo denominan "Política de Seguridad y Defensa Común". Al tal efecto crearon hace años un cargo, el de Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que actualmente ostenta la italiana Federica Mogherini.
A Mogherini se debe, por ejemplo, la llamada Estrategia Global de la Unión, anunciada a bombo y platillo hace dos años, sólo unos días después de que los británicos se decantasen por el Brexit. No fue, desde luego, el mejor momento para lanzar un proyecto semejante, pero ya se sabe que eurocracia y don de la oportunidad no suelen ir de la mano.
El hecho es que la UE ya tiene una estrategia de defensa común desde mucho antes que Mogherini se pusiese con ella. Se llama OTAN y es, al menos para los Estados europeos, una estrategia extraordinariamente barata y eficiente. El 70% del presupuesto de la OTAN corre a cargo de Washington. EEUU cuenta, además, con presencia sobre el terreno. Dispone de bases militares en Alemania, Italia, España, Portugal, Grecia y el Reino Unido en las que están destinados unos 65.000 efectivos.
La Unión Occidental terminó poco después de su creación canibalizada por un nuevo tratado mucho más ambicioso: el del Atlántico Norte, promovido por Estados Unidos
Los gringos, como vemos, destinan una gran cantidad de recursos a la defensa de Europa. Los Estados europeos, sin embargo, rara vez alcanzan el 2% del PIB destinado a defensa que les exige la OTAN. No tienen, además, demasiada voluntad de gastar mucho más en este capítulo, muy impopular en la pacifista Europa, por lo que estas partidas suelen escamotearse a la opinión pública.
Si Macron y Merkel quieren crear un ejército propio tendrán que rascarse el bolsillo y vender su idea a un electorado poco amigo de los gastos militares. Los ejércitos modernos son muy caros. Tal vez por eso todos los intentos de desplegar un cuerpo multinacional europeo no han funcionado.
El Eurocuerpo, por ejemplo, fue creado hace un cuarto de siglo. Está integrado por unidades alemanas, francesas, españolas, belgas y luxemburguesas. Polonia iba a integrarse en 2017, pero el cambio de Gobierno en Varsovia lo impidió. El resultado es que el Eurocuerpo, cuya sede está en Estrasburgo, es minúsculo y no especialmente operativo. Intervino en la guerra de los Balcanes y posteriormente en Afganistán y en Mali, pero a título simbólico. Quizá lo que Macron tenga en mente sea algo parecido al Eurocuerpo, pero a la vista está que no es un precedente muy prometedor.
Los países europeos tienen amenazas comunes, eso es incuestionable. Hoy son diferentes de las de hace 70 años, cuando la OTAN nació de entre las ruinas de la guerra y bajo la inquietante sombra de Stalin, pero el mecanismo de seguridad conjunta sigue siendo útil.
Estados Unidos y Europa deberían seguir yendo de la mano, trabajar juntos para mantener la paz en el continente y sus aledaños. La OTAN ha hecho ese trabajo increíblemente bien durante las últimas siete décadas, tanto desde el punto de vista militar como el político. No creo que exista necesidad alguna de reemplazarlo.