De falsas elecciones está hecha la gestión de la Covid-19. Oponer cosas que no caben en una misma categoría es algo que gusta mucho dentro y fuera del gabinete. Tanto a los ministros cuervo como a los solípedos les encanta echar mano de esas paradojas. Unos lo hacen para graznar, los otros para rebuznar, tal y como hizo esta semana el ministro de Cultura y Deportes José Manuel Rodríguez Uribes.
Primero va la vida, después el cine, dijo Rodríguez Uribes parafraseando, y de mala manera, a Orson Welles. Lo hizo en una comparecencia conjunta con el ministro de Sanidad Salvador Illa, una rueda de prensa que tenía como objetivo comunicar las acciones que tomaría su despacho para atender las necesidades del sector cultural ante el cierre indefinido de museos, teatros, cines, galerías, salas de conciertos y librerías como consecuencia del estado de Alarma declarado hace ya 27 días.
Primero va la vida, después el cine, dijo Rodríguez Uribes parafraseando, y de mala manera, a Orson Welles
Si como profesor de derecho, político y delegado de gobierno de Madrid, Rodríguez Uribes mostró destreza, como representante de los intereses de creadores e instituciones pone de manifiesto un absoluto desconocimiento del sector que está obligado a defender. En su comparecencia, Uribes parecía un recién llegado, alguien que ignora por completo cómo funciona el frágil tejido de las industrias culturales y, lo que es peor, que incurre en el brochazo al que apelan los necios: subrayar la cultura como accesoria, para sacarla del debate y neutralizarla.
Por la vía ideológica contraria, la actitud y los argumentos de Rodríguez Uribes responden al razonamiento por el cual Cristóbal Montoro gravó la cultura como objeto de lujo, con un 21%. Si José Ignacio Wert tenía una relación casi patológica con el sector, por el cual sentía un profundo desprecio, José Manuel Rodíguez Uribes lo supera por la simpleza de su razonamiento.
Lo explicó Nuccio Ordine en aquel magnífico ensayo: un martillo no es más valioso que un cuadro por el hecho de tener una función práctica.
El dilema es falso. No es vida o cine. Si lo fuera, por supuesto vida, pero la propuesta es errónea. Lo descorazonador es que sea el propio ministro de Cultura quien simplifique el debate de esa forma. Por esa lógica, habría que desmontar Las Meninas de su bastidor para hacer mascarillas. Lo dijo Nuccio Ordine en aquel magnífico ensayo, La utilidad de lo inútil: un martillo no es más valioso que un cuadro o una llave inglesa es más valiosa que una sinfonía por el hecho de tener una función práctica.
Esta semana vimos a un ministro 'cuota', a un hombre de partido, dar la espalda a un sector esencial y al que todos los gobiernos, justamente por considerarlo inútil y ornamental, reservan sus peores y más insensibles gestores. No existe tal cosa como la cultura o la vida, porque existe una línea de continuidad entre ambas. Está claro que eso al ministro no le entra en la cabeza. A qué espera? Desmonte Las Meninas, ministro, porque hacen falta mascarillas.