Minos maldijo a los atenienses a pasar hambre y sequías y estos, atemorizados, ofrecieron entregar anualmente a siete jóvenes y siete doncellas al monstruo que moraba en medio de un laberinto inextricable como prueba de sumisión. Pedro Sánchez ha hecho lo propio con España, convirtiendo la política nacional en un camino retorcido, sin salida, plagado de recovecos y más recovecos y sin esperanza de encontrar una salida salvífica. La facundia del presidente en funciones, sumada al carácter pusilánime de la clase política española, en buena parte acomodada y cebona, convierte poco menos que en insoluble el actual estado de postración en el que vivimos desde la famosa moción de censura contra Mariano Rajoy.
Sánchez permanece incólume, sentado en el centro de la mayor confusión que se conoce en toda la historia de nuestra democracia. Espera lograr con su victoria pírrica lo que no supo alcanzar en los últimos meses. Si quiere evitar unas próximas elecciones – que tampoco son descartables – deberá desdecirse de todo lo que ha dicho y hecho. Es decir, tendrá que pactar con Pablo Iglesias y sentarse con Torra, con Rufián, con el PNV e incluso con Bildu. Nadie mínimamente sensato podría creer que el problema de insurrección que se vive en Cataluña va a resolverse con la configuración del parlamento que emana de estas elecciones. De hecho, la situación es aún peor, porque los radicalismos de todo tipo crecen imparablemente y la moderación de las políticas de centro, de estado, reformistas, en fin, las razonales, han sido arrinconadas en la mazmorra del Minotauro, porque ni las comprende ni le gustan.
Nunca como ahora los catalanes han estado más inexorablemente condenados a ser sacrificados en el ara del sanchismo
Por otra parte, el Teseo que quiso encarnar Albert Rivera ha acabado engullido entre tantos pasadizos, precipitándose en el pozo del ninguneo electoral, la peor de las simas en las que puede caer un líder que aspira a gobernar. Dije en su día que abandonar Cataluña podía salirle caro al partido naranja y así ha sido. Desnortados en su errático caminar, han sucumbido a la maldición de la política laberíntica, la que pierde el norte y no sabe hacia dónde se dirige. Todo esto tiene una extraordinaria repercusión en ese otro dédalo que es Cataluña. Nunca como ahora los catalanes han estado más inexorablemente condenados a ser sacrificados en el ara del sanchismo. El PSC ya se está frotando las manos ante las autonómicas que van a convocarse antes de las navidades – es un secreto a voces que en la neoconvergencia tienen un ojo en Waterloo y otro en el calendario para calibrar el momento – y Esquerra, ganadora de estas generales, los espera con fruición para forjar el futuro gobierno tripartito en el que entraría también los Comuns de Ada Colau. En mi tierra andamos sobrados de Minotauros sedientos de ofrendas sacrificiales.
Precisamos de esa Ariadna tan necesaria para conducirnos fuera de los subterráneos en los que nos han condenado a vivir los políticos inconscientes y vanos
Lo que produce una tristeza infinita es saber que no existe algún esperanzador hilo de Ariadna que nos guie hacia la salida de ese círculo infernal, contradictorio y de doble cara, que se agita traicioneramente basculando ora entre containers incendiados y agresiones violentísimas, ora entre cánticos seráficos acompañados de velitas y bufandas amarillas. Precisamos de esa Ariadna tan necesaria para conducirnos fuera de los subterráneos en los que nos han condenado a vivir los políticos inconscientes y vanos, auténticos engendradores de monstruos y caos, una Ariadna con la fuerza y el peso suficiente para tan titánica labor.
No se atisba, ciertamente, a corto plazo nada más que el reino de los cortesanos aduladores y egoístas, de los sabihondos, de los que venderían a quien fuera por un cargo, de esos adoradores de la moqueta oficial que pavimenta los vericuetos del infierno catalán. Es lo que tienen los laberintos, en ellos desaparecen los mejores, sucumbiendo en traicioneras esquinas que ocultan, fatalmente, las más sucias emboscadas.
Hoy más que nunca debemos recordarlo que nos aconsejaba Horacio en sus Odas: AEquam memento rebus in arduis servare mentem. Sí, hay que conservar la mente serena en los momentos difíciles. Falta nos va a hacer.