Opinión

Aquí habrá hostias que parirán terror

Eso auguraba la alcaldesa de Berga, Montse Venturós, el pasado diciembre. La edil de las CUP formuló un vaticinio que no deja de tener su importancia al prever el escenario

  • Aquí habrá hostias que parirán terror

Eso auguraba la alcaldesa de Berga, Montse Venturós, el pasado diciembre. La edil de las CUP formuló un vaticinio que no deja de tener su importancia al prever el escenario que padecemos ahora. Ella dirá que se refería a la violencia de los cuerpos de seguridad del Estado, claro. Yo me permito intuir que lo suyo era otra cosa. Porque esto no ha hecho más que empezar.

Huelga general revolucionaria

No puede denominarse de otro modo esa huelga convocada por el independentismo. Entendámonos, tan revolucionaria como puedan serlo Carles Puigdemont, Oriol Junqueras o Carme Forcadell, es decir, nada. No se entiende que personajes que cobran suculentos sueldos a cargo de los impuestos que pagamos todos estén por la revolución, si acaso estarán por no perder las prebendas que disfrutan. En ese terreno se mueven, y no dudan en emplear a la masa de incautos que les sigue entre los que se cuentan, no lo duden, clases medias fastidiadas por la crisis, gente en paro, jóvenes sin esperanza de encontrar un futuro en su tierra, trabajadores autónomos que se las ven y se las desean para llegar a fin de mes, en suma, esa famélica legión que siempre se ha destacado por su visceralidad y candidez a la hora de tragarse el primer embuste que le suelte el piernas de turno.

Hay también mucho de supremacismo en todo este asunto de la independencia. Existen no pocos catalanes que se creen superiores al conjunto de los españoles. Es el virus que ha inoculado el nacionalismo pujolista a lo largo de décadas. El mismo Jordi Pujol decía que el andaluz era un hombre incompleto, tildándolo poco menos que de parásito. Si eso no es racismo, que baje Dios y lo vea.

Existen no pocos catalanes que se creen superiores al conjunto de los españoles. Es el virus que ha inoculado el nacionalismo pujolista a lo largo de décadas"

Imbuidos por el eslogan, los independentistas quieren conquistar la calle aún más de lo que la tienen. Reyes en orquestar manifestaciones e hinchar los asistentes, ahora pretenden detentar el monopolio de la fuerza en pueblos y ciudades. Por eso desean huelgas, alborotos y todo tipo de disturbios, para afianzar su condición de mártires y poder culpabilizar a ese malísimo Estado que les oprime. Fíjense que se habla poco o nada del referéndum ilegal, de sus resultados, de cómo fue el asunto. En cambio, todo el argumentario oficial del Govern de la Generalitat se ciñe a repetir hasta la extenuación los mantras acerca de las cargas policiales, la violencia, las víctimas, la represión. Eso sí, están auxiliados como siempre por una pseudo izquierda más interesada en derribar a Mariano Rajoy que en combatir al nacionalismo catalán. El día que se juzgue a los irresponsables que han llevado a nuestra sociedad hasta este callejón sin salida, habrá que pedirles a los jueces una pieza separada respecto a las Ada Colau de turno. Será un momento muy duro aquel en el que los historiadores del futuro tengan que escribir la crónica de estos tiempos. La historia de la humanidad, en su conjunto, no deja de ser en el fondo la crónica de sus crímenes. Así lo creía Voltaire y así lo comparto con total humildad.

Ahora bien, la nuestra, la actual, se verá incrementada por la cobardía de un gobierno central incapaz de hacer valer el Estado de Derecho y el de unos partidos progresistas que fueron tan mezquinos como para ayudar de palabra o de obra a quien pretendió romper la convivencia. No podrá dejarse de contabilizar a esos dirigentes en el estadillo final de toda esta sinrazón, porque tanta culpa tiene aquel que la ha tolerado como quienes, desde el independentismo radical, ya están organizando los autodenominados Comités para Defensa de la Independencia. Los que tienen como misión repartir esas hostias que parirán terror, que decía la munícipe de Berga.

Organizar la agresión

Errico Malatesta está considerado como uno de los grandes pensadores anarquistas de todos los tiempos. No es susceptible, por tanto, de afiliación alguna a las ideas conservadoras que tanto denuestan estos revolucionarios de salón de hoy en día. Pues bien, este ácrata italiano opinaba ya en el siglo XIX que las huelgas generales, como método de protesta, no conmovían a nadie, ni siquiera a los mismos que las convocaban ni mucho menos a aquellos contra quienes se hacen. Es una lástima que sus émulos actuales no conozcan esta idea, tan grave y concreta. Y conste que utilizo la figura del gran Errico por considerarlo una autoridad en el terreno de la agitación social.

Habida cuenta de esto, ¿qué finalidad persigue aquel que organiza un quilombo de tal calibre? Simple: promover el desorden, buscar la foto haciéndose la víctima, amedrentar al contrario, imponer su voluntad y controlar mediante el miedo a la sociedad. Los que se pasean como amables piquetes informativos invitando cordialmente a la gente a que abandone su puesto de trabajo son agentes de esa campaña de provocación que están organizando los amigos del proceso venidos de las Vascongadas y de allende de nuestras fronteras. Son los especialistas, los expertos, los que saben cómo usar métodos de guerrilla urbana.

¿Qué finalidad persigue aquel que organiza un quilombo de tal calibre? Simple: promover el desorden, buscar la foto haciéndose la víctima, amedrentar al contrario, imponer su voluntad y controlar mediante el miedo a la sociedad"

Que los esperaban como agua de mayo los procesistas es un hecho evidente. Hace ya varios días que en algunos foros radicales se habla de la urgente necesidad de organizarse en grupos –no dicen armados, pero se les entiende todo– que defiendan la inminente república catalana, esa en la que los Pujol y los del tres por ciento serían indultados ipso facto. Lo manifiestan abiertamente, sin tapujos, y lo hacen con tal descaro que uno se pregunta qué hace la justicia al no actuar contra tales foros y los partidos que los patrocinan más o menos públicamente.

Hay una sensación de tremenda soledad entre los catalanes que no participan de esta grotesca mascarada. La inacción del gobierno de España ha sido tan terrible –aún a día de hoy se habla de diálogo, como si los del proceso tuvieran la menor intención de dialogar con nadie– que sus frutos son los que estamos padeciendo todos. Se puede comprender que Rajoy, atemorizado por el espectro del franquismo que cuelga eternamente del PP, vacile ante proclamar el 155 e intervenir la autonomía. Cabe añadir que Albert Rivera, que no tiene esos complejos, ya lo ha pedido de manera clara y rotunda. Ya es algo.

En todo caso, con los grupos de defensa de la independencia organizados, que es lo mismo que decir grupos de choque para intimidar a la población no independentista, ¿qué hará el gobierno? ¿Seguirá templando gaitas? ¿Continuará permitiendo que todos estos estómagos agradecidos sigan cobrando sus emolumentos? ¿Cerrará TV3?

Mucho nos tememos que no. Sin embargo, sería tan fácil como aplicar el 155 por lo que respecta a la convocatoria de nuevas elecciones catalanas, no pagar los sueldos a toda esta banda de vividores –éstos, a la que les tocas la cartera, reculan con extraordinaria rapidez– y desarticular todo amago de resistencia más o menos armada. Digo más o menos porque hay contabilizados unos cuatrocientos agentes de la policía autonómica en la sectorial “Mossos por la Independencia” de la secesionista ANC. ¿Me garantiza usted, señor presidente del gobierno, que no van a distribuir las armas que tiene el cuerpo entre los radicales? ¿Está usted en condición de asegurarme que los intentos de compra por parte de los Mossos de fusiles de asalto en la República Checa no se han llevado a cabo? ¿Garantiza usted el derecho al trabajo de los catalanes que así lo deseen a lo largo de estas jornadas, así como su integridad física?

Quisiera creer que sí, que todo está bajo control, que los llamados comités no tendrán la menor capacidad operativa y que, en suma, la ley y el orden, imperativos para que exista la igualdad y la justicia en un Estado de Derecho, están firmemente asegurados por el gobierno de España.

Sería tan fácil como aplicar el 155 por lo que respecta a la convocatoria de nuevas elecciones catalanas, no pagar los sueldos a toda esta banda de vividores y desarticular todo amago de resistencia más o menos armada"

Pero mire, presidente, la foto del referéndum no es la de ninguna agresión policial porque la agresión más fuerte, más dura, más hiriente, es la de Pujol y su esposa, Marta Ferrusola, votando tranquilamente en una de esas urnas contenedores de basura ante el aplauso de los presentes. Pujol paseándose tan tranquilito por las calles, secundando un acto ilegal, cometiendo él mismo una ilegalidad. Y no pasa nada. Como también resulta gratis asediar la Jefatura Superior de Policía de Barcelona o que los hoteleros de Calella se nieguen a alojar a la Guardia Civil. Aquí todo son facilidades para los que se saltan a la torera la ley. Servidor, sin embargo, o paga religiosamente el seguro autónomo –trescientos pavos que he de pagar sí o sí, facture o no facture, y que su ministro Montoro tiene la amabilidad de cobrarse de mi cuenta corriente cada día veintiocho, sin ni siquiera esperar a que acabe el mes, no sea que me lo gaste en vino y mujeres-, que figura desde hace años en las listas negras del Govern, como muchos otros periodistas, que está desengañado de estos y de aquellos, solo albergaba la esperanza de que, llegados a este punto, sería defendido por el Estado, por el imperio de la ley, por el gobierno. Pero mucho me temo que todo son tortas y pan pintado.

Siguiendo ese sendero de pasividad no me extraña que existan personajes que auguren hostias, lo que en una democracia como la nuestra, con todos los defectos que se quiera, es de un impresentable y de un inquietante que tumba de espaldas. Tanto como la postura de sentarse y esperar a ver qué hace el adversario.

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