En el PSOE hay dos estrategias diferentes pero convergentes sobre cómo afrontar el pacto de investidura. Por un lado están quienes consideran que es mejor ir a elecciones. El panorama es óptimo para esta opción, ya no solo por las encuestas de Tezanos, sino porque son rentables las imágenes de Sánchez como hombre presidencial y del PSOE como partido refugio de las izquierdas.
La moderación del líder socialista, su tono pretendidamente elevado, sus paseos internacionales, en medio del ruido que Unidas Podemos genera a su izquierda y la crisis de Ciudadanos a su derecha, está siendo de gran utilidad a sus intereses, máxime si tenemos una ciudadanía hastiada de politiqueo.
Esa imagen central, de eje sensato del sistema, de calma frente a la tormenta, sería más que suficiente para llegar a los 140 escaños si se convocan elecciones. Esto pasa por teatralizar la impostura de Podemos en una sesión de investidura fallida, aceptar de buen grado luego un nuevo encargo del Rey, y convocar a los díscolos grupos parlamentarios para septiembre. Mientras tanto, con tanto tiempo por delante, el Gobierno en funciones sería una máquina perfecta de propaganda ante la que los “viernes sociales de Celaá” quedarían como un juego de niños.
No se trataría de repartir culpas, sino de acabar con Podemos. Ese es el objetivo, y no otro. El pacto con la formación de Iglesias solo puede ser desde su humillación, lo que saben que sería letal para un grupo débil, menguante, sin cohesión, y con un liderazgo discutido y gastado. No es difícil echar abajo a un partido recién nacido, porque cinco años no son nada, ya que carece de arraigo, tradición y cuadros. Esto -las barbas del vecino- debería servir también para mitigar las ínfulas de Vox.
Para el sector ‘monclovita’ no se trataría de repartir culpas, sino de acabar con Podemos, un partido débil, menguante, sin cohesión y con un liderazgo discutido y gastado
Esa humillación a Podemos pasa por arrinconar a esta formación con opciones gubernamentales inaceptables para un Iglesias que suplica oxígeno. Así, el PSOE ofrece un gobierno en solitario con apoyo externo de podemitas, o uno de cooperación con puestos de segunda fila para éstos, o uno de coalición con independientes cercanos a Unidas Podemos o gente de perfil técnico, pero nunca con sus dirigentes.
Esto pone a Iglesias en el dilema que no quiere porque destruye su imagen: principios o sillones. Es más, Sánchez anuncia en la prensa que el acuerdo está roto en medio de la votación sobre el pacto entre los inscritos de Podemos. La desautorización del líder podemita es completa. Y no olvidemos el hábil movimiento de sacar ahora a la luz a Errejón y su partido “Más-lo-que-sea”, que restará mucho a Podemos. Jaque mate.
Si esto argumentan, en general, los socialistas monclovitas que quieren las elecciones, los otros, los conservadores, apuestan por aprovechar la victoria del 28-A. Los 123 escaños serían suficientes para aguantar tendiendo puentes autonómicos con el PNV y Bildu, judiciales con ERC y JxCAT, y sociales con Unidas Podemos. Son los que están empujando para que María Chivite cumpla su sueño de entregar Navarra al Lebensraum vasquista, y abren la posibilidad de pacto en cualquier sitio y con cualquiera que no sean el PP y Vox.
Esta facción del PSOE, asentada en Ferraz, no en Moncloa, considera que convocar unas nuevas elecciones es un riesgo por varios motivos. El primero de ellos es la desmovilización de las izquierdas; es decir, que el hundimiento de Podemos no suponga el trasvase automático de sus votos al PSOE sino que vayan a la abstención o sigan votando a Iglesias, con lo que, a la postre, no servirían para el reparto de escaños.
Esto es cierto en tanto que existe un izquierdismo irredentista que sostiene que el PSOE es parte del sistema “neoliberal”. De esta manera, los socialistas sufrirían lo mismo que el PP con Vox el 28-A, cuando 800.000 votos voxistas no sirvieron para contabilizar escaños, sino para dar poder al PSOE, Cs y Podemos.
La facción del PSOE asentada en Ferraz ve riesgos varios en unas nuevas elecciones, empezando por la probable desmovilización de las izquierdas
Los socialistas podrían, así, no sumar tanto como creen los partidarios de repetir las elecciones y, por otro lado, las derechas podrían agrupar su voto. El PP con Pablo Casado está subiendo no solo por el poder territorial, sino por la coherencia que está demostrando en su papel moderador entre Cs y Vox. Los populares mantendrían una fidelidad más allá del 90% del voto, lo que es un índice de acierto, y sumarían a electores que optaron por Rivera y Abascal el 28-A pero que se sienten defraudados. Esta es la ventaja de los partidos con tradición y línea recta.
Este panorama asusta en Ferraz porque creen que al estar tan cerca los nuevos comicios no daría tiempo a que Ciudadanos ceda en su veto a Sánchez, por lo que el escenario se podría repetir, o quizá, PP y Cs sumaran más que el PSOE. En Génova son conscientes de esto y ya han soltado un globo sonda a Ciudadanos: la formación de candidaturas conjuntas en Cataluña y Galicia, como en Navarra. El resultado en las urnas sería, piensan esos socialistas de Ferraz, un nuevo bloqueo muy arriesgado, con un Senado quizá en manos de populares y Cs.
A Pedro Sánchez le llegan las dos estrategias, pero por su actitud en la última semana parece que le convence más la primera opción, quizá por el personalismo que supone, ese mismo que alimenta su ego. Iremos a nuevas elecciones, en consecuencia, si no ocurre una de estas dos cosas: una rendición completa y humillante de Podemos, o que las voces de Ferraz sean más convincentes que los argumentos redondos de Moncloa.