Los peores augurios se han consumado. Pedro Sánchez ha sido investido presidente del Gobierno, por sólo dos votos de diferencia, merced a sus acuerdos con un consorcio de partidos que lo único que tienen en común es su intención de acabar con el pacto constitucional en el que se asienta nuestra convivencia desde hace cuatro décadas. Sánchez se ha entregado a un grupo de formaciones de izquierda radical, en las que sólo anida la prepotencia y el resentimiento, y a un independentismo desenfrenado que pretende consumar ahora su intento fallido de hace dos años.
España se adentra en un escenario inédito e inquietante. Por primera vez desde la Segunda República, los comunistas vuelven al Gobierno en un salto atrás en nuestra Historia con remembranzas de odio y tragedia. Además, el dirigente socialista ha pagado un precio inconcebible para mantenerse en La Moncloa, entregando, sin apenas regateo, el liderazgo ideológico del nuevo aparato de poder a Pablo Iglesias, quien ya ha diseñado un marco de acción económica que conduce inevitablemente a la ruina y que también ha señalado a los enemigos del nuevo régimen: la Justicia, los medios de comunicación y los empresarios. Un cóctel enfermizo, puro marxismo trasnochado.
El otro báculo del nuevo Ejecutivo es Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el partido independentista que promovió el golpe de octubre de 2017 y que se encuentra ahora engrandecido. Sánchez ha premiado su deslealtad y se ha comprometido con Oriol Junqueras, el cabecilla separatista que cumple condena en prisión, al arrinconamiento del aparato judicial ("superar la judicialización del conflicto político"), a establecer la bilateralidad en el diálogo con el Estado y a facilitar todo lo que sea posible la excarcelación de los políticos presos (ayer mismo, y sin ningún rubor, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, habló de indultos). Iniciativas todas que chocan frontalmente con nuestro marco normativo y con la Constitución.
El presidente ha consumado una monumental estafa a sus propios votantes, a los que pidió el voto en las elecciones del 10-N con un programa completamente diferente
El primer paso para la liquidación de la España surgida de la Transición acaba de materializarse. La ceremonia de investidura, ubicada intencionadamente en mitad de las fiestas navideñas para ocultar su desarrollo a la inmensa mayoría de los españoles, ha sido un obsceno espectáculo que presagia lo peor. Sánchez se ha humillado ante los diputados de ERC y Bildu en una apoteósica exaltación de su carencia absoluta de principios. Las ofensas a las víctimas del terrorismo, los agravios al jefe del Estado y las burlas a nuestro Estado de Derecho se han sucedido sin pausa ante el silencio del candidato y de toda la bancada socialista, convertida en una amalgama ovina de cobardía política.
En definitiva, el presidente ha consumado una monumental estafa a sus propios votantes, a los que pidió el voto en las elecciones del 10 de noviembre con un programa completamente diferente, y al conjunto de los españoles, que ven cómo un partido como el PSOE, con 140 años de historia a sus espaldas, se echa en brazos de todos los enemigos de la Nación.
Tan sólo una firme y decidida reacción de las fuerzas de la oposición puede ejercer de dique de contención ante los riesgos que se avecinan. Es imprescindible cerrar filas con la Constitución y estar vigilantes ante cualquier atropello que se pueda producir. Nunca tanto ha estado en juego. Nunca el abismo ha estado tan cerca.