Que el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC) era un lobby que caminaba hacia su desaparición era un hecho amortizado desde hace meses (en este medio hemos venido dando cuenta de ello desde antes del verano) que no sólo descontaban quienes lo integraban (algunos grandes el Ibex y de la Empresa Familiar) sino también los grandes empresarios y banqueros que están fuera, la clase política en general y Moncloa en particular. Desde hace más de un año, los grandes prebostes del Ibex y de la Empresa Familiar han preferido ‘esconder’ al lobby para evitar posicionamientos políticos tras los resultados electorales del 20D y la incertidumbre política que arrastró España durante el ya enterrado 2016. Al nuevo Ibex, le interesa más el negocio que la política, ante la dificultad para sacar rentabilidad al negocio, para reducir deuda o para no tener al accionista de uñas. C’est la vie. Las metas son otras, lejos del protagonismo de esas fotos y cenáculos que hasta no hace tanto movían los hilos de este país.
El fin del CEC supone el entierro de los grupos de presión en España. Buena noticia para Mariano Rajoy, que aunque pocas veces les hizo caso, ya no tendrá que poner excusas para ni recibirles ni escucharles. La retirada del primer plano del dúo formado por Emilio Botín (Santander) y César Alierta (Telefónica) ha resultado clave en la pérdida de referente de los poderes económicos. El banquero, un personaje al que se le pueden reprochar episodios como la famosa doctrina Botín, demostró que le importaba España, seguramente porque estaba convencido de que la suerte del banco siempre estaría ligada a la de España, a la imagen de España en el mundo. Más o menos como Telefónica. A Ana Patricia Botín parece importarle más bien poco lo que le ocurra al país en el que ha nacido ante otros enredos más estratégicos. Sin duda, el Brexit y el impacto en ‘su’ Santander UK. Pero también la batalla con la SEC en Estados Unidos por los planes de capital.
Ana Patricia, a diferencia de su padre, no quiere meterse en esos berenjenales. Aunque algún día tendrá que hacerlo si Soraya Sáenz de Santamaría no tiene éxito en su misión catalana
En estos meses de atrás, cuando no sabíamos si Sánchez iba a terminar de conducir a España a las garras de los podemitas, Botín (padre), que cercenó algunas de las locuras de Rodríguez Zapatero, hubiera llamado a capítulo al capo de los socialistas para cortar de raíz el flirteo con el arcoíris hilarante de la izquierda radical. Idéntico movimiento habría dibujado con Albert Rivera. La tarea, ante la ausencia de Botín y el reparto pactado con César Alierta, le tocó a Isidro Fainé, líder indiscutido del mundo empresarial catalán, que sí consiguió reconducir a Albert Rivera por la senda del acuerdo con el PP de Rajoy. Ana Patricia, a diferencia de su padre, no quiere meterse en esos berenjenales. Aunque algún día tendrá que hacerlo si Soraya Sáenz de Santamaría no tiene éxito en su misión catalana. Botín (Ana Patricia) tiene instalada a una independentista en su consejo. Su amiga Sol Daurella. Compañeras de caza y de consejo en Coca-Cola. Una bomba de relojería todavía durmiente.
Los tres, Alierta, Botín y Fainé, constituyeron la columna vertebral del Consejo Empresarial de la Competitividad, el lobby español por excelencia, crecido a la sombra de las penurias de una CEOE que tuvo a su frente al preso Díaz Ferrán. Fallecido Botín y en un segundo plano Alierta tras abandonar la presidencia de Telefónica, el CEC ha languidecido entre las ambiciones de algún que otro outsider y el deseo de no pocos de esconder la nariz tras la empalizada de la empresa.
Pero, ¿quiénes están detrás de su decadencia, de su inoperancia, de su falta de actividad e influencia? La nueva hornada de jóvenes presidentes, los herederos de los grandes ideólogos del lobby, nacido en los estertores del zapaterismo, cuando España caminaba hacia el rescate, ha sido la que ha abonado su declive. Ni José María Álvarez Pallete, presidente de Telefónica,; ni Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander, ni mucho menos el jovencísimo Dimas Gimeno, presidente de El Corte Inglés y sobrino de Isidoro Álvarez, están por la labor de jugar ese papel institucional de influencia política que tanto gustaba a sus mayores.
El CEC ha languidecido entre las ambiciones de algún que otro outsider y el deseo de no pocos de esconder la nariz tras la empalizada de la empresa
“Estamos aquí para gestionar las empresas que dirigimos, no para politizar nuestra actividad ni para meternos en política. No nos gusta la situación que sufre España ni el caos político, pero nosotros ahí no debemos meternos”, señalan desde sus entornos. Desde sus nombramientos, Pallete, Gimeno y Botín hicieron llegar a algunos de sus compañeros de viaje en el CEC que nada de reuniones ni de postulados ante la situación de desgobierno e incertidumbre económica que ha tenido atenazado al país. Tampoco posicionarse de forma conjunta ante el desafío catalán. “Mejor cada uno por su lado”, explican. El Consejo no ha emitido mensaje alguno ante estos temas tan importantes para España, sobre los que sí se han posicionado a título individual algunos de sus miembros y organismos como CEOE, el Círculo de Economía o el Cercle de Economía catalán.
El CEC también ha hecho aguas por otras vías. Las últimas, y lejanas, fotos de familia en Moncloa con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aplaudiendo sin fisuras los duros recortes aplicados por el presidente (Botín, como otros muchos, felicitando al presidente por "lo bien que lo está haciendo") y los actos de apoyo explícito al Rey saliente antes y durante su abdicación han estigmatizado al lobby de los poderosos ante un opinión pública cada vez más crítica. El cambio de tono con Moncloa varió en la última época de la pasada legislatura. Los mensajes del mundo empresarial sobre el incremento del calado de las reformas del Gobierno aumentó el bombardeo de mensajes de desaprobación de su actividad desde Moncloa durante los dos últimos ejercicios. Enfado plasmado en la negativa de Mariano Rajoy de volver a recibirlos en Moncloa.
En la defunción del CEC también han ayudado otras empresas que, aunque no han renovado sus sillones presidenciales, no han querido que el organismo siguiera funcionando. Banco Sabadell, Popular, Bankia, Endesa, Gas Natural Fenosa, Red Eléctrica, Enagás, OHL, FCC, Sacyr, Indra, Gamesa, Abengoa y otros tantos respetados valores del Ibex se han felicitado en más de una ocasión por no pertenecer a este selecto lobby del establishment patrio cuya pérdida de credibilidad y mala imagen critican, por supuesto en privado, un buen número de ellos.
Un alto ejecutivo como Pablo Isla, presidente de Inditex, rechazó la propuesta de presidir el lobby que iba a haber dejado Alierta al abandonar en abril su más altas responsabilidades en Telefónica. De hecho, a la vista de que el momento de incertidumbre política que se vivía en primavera, camino de nuevas elecciones el 26J, para evitar que la disolución se produjera y no armar ruido, el empresario zaragozano, ahora al mando de la Fundación Telefónica, aceptó a regañadientes quedarse de presidente del CEC hasta su desaparición la pasada semana.
En la defunción del CEC también han ayudado otras empresas que, aunque no han renovado sus sillones presidenciales, no han querido que el organismo siguiera funcionando
En los últimos tiempos, a las pocas reuniones que ha celebrado el CEC no han acudido muchos de sus integrantes. Incluso célebres representantes de la vieja guardia, como Francisco González (BBVA), Antonio Brufau (Repsol) e Isidro Fainé (Gas Natural), se han mostrado poco proactivos con el foro. La renovación generacional y el increíble caso de corrupción múltiple de Rodrigo Rato ha hecho a todos mucho daño.
Se acabó su tiempo. Los días en los que el CEC se convirtió no solo en impulsor de la marca España, algo público y notorio, sino en un protagonista activo, si bien en la sombra, a la hora de promover los cambios que el agotamiento del sistema de la Transición ha puesto en evidencia. Se acabó su tiempo. El poder económico y bancario está hoy muy atomizado, si no disuelto, y su capacidad para influir sobre el poder político es mínima. Si Emilio Botín levantara la cabeza...
@miguelalbacar