Si alguien ha creído por un momento que Pablo Iglesias está planificando su salida del Gobierno para ahorrarse el bochorno de asumir, cual complaciente socialdemócrata, las condiciones que la Unión Europea exija a cambio de las ayudas prometidas, que vaya perdiendo toda esperanza. La estrategia aparentemente diseñada apunta justamente a lo contrario: su objetivo es aguantar hasta el final. Para ello tiene que revalorizar su papel de látigo del fascismo, de infatigable guardián de las esencias progresistas, de único contrapeso confiable frente al sector socioliberal del Gobierno, y convencer a la tribu de que sólo él es garantía de que Pedro Sánchez no cederá más de la cuenta ante los halcones europeos.
A tal fin obedece la puesta en circulación del espantajo del falso golpe de Estado: a relativizar las consecuencias de la crisis económica que ya tenemos encima y situar como objetivo prioritario la defensa de la democracia. Hay un complot activado por sectores ultras de la Justicia, las fuerzas de seguridad, el Ejército y los medios de comunicación. Es la democracia la que está en juego. Curiosa coincidencia con las consignas de Junqueras y Puigdemont. Lo demás, es secundario. La destrucción de empleo, los ajustes presupuestarios, las renuncias sociales que comportará la obligada reducción de deuda y déficit, pasan a un segundo plano. ¡Es la libertad, imbéciles!
Cuanto más tire Podemos de un lado y Vox del otro, mayor será la zona muerta de la política española y más difícil encontrar algún espacio de concordia
Cuanto más sube el nivel de agresividad, más se atrinchera Iglesias en el Gobierno. Cuanto más desmedidos son los exabruptos que dirige a la oposición, más aleja a Sánchez de un acuerdo transversal que, en torno a una ley de Presupuestos, reúna a una mayoría de diputados que prescinda del pesado lastre del independentismo. Segundo objetivo cumplido: hacer inviable el diálogo entre PSOE y PP. Cuanto más profundo sea el abismo que divide a los dos bloques, más necesario será el concurso de Iglesias para que Sánchez siga en la cúspide. Cuanto más tire Podemos de un lado y Vox del otro, mayor será la zona muerta de la política española y más difícil será la búsqueda de ámbitos en los que sea posible algún tipo de concordia.
En un ensayo sobre la Guerra Civil titulado ¿Cómo pudo ocurrir? (1980), Julián Marías escribe: “El proceso que se lleva a cabo entre los años 31 y 36 consiste en la escisión del cuerpo social mediante una tracción continuada ejercida desde sus dos extremos”. En otro párrafo señala a los responsables: “La guerra fue consecuencia de una ingente frivolidad (…). Los políticos españoles, apenas sin excepción, la mayor parte de las figuras representativas de la Iglesia, un número crecidísimo de los que se consideraban intelectuales (y desde luego de los periodistas), la mayoría de los económicamente poderosos (banqueros, empresarios, grandes propietarios), los dirigentes de sindicatos, se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían u omitían…”. Han pasado casi cien años, y este es otro país. La palabra guerra ya no forma parte de nuestro vocabulario, pero lamentablemente otras (frivolidad, irresponsabilidad) han alcanzado en estos últimos años su máximo esplendor.
“Los partidos extremos sólo pueden crecer en un caldo de cultivo de extremismo y polarización”, dice en Agenda Pública el catedrático de Ciencia Política Mariano Torcal. Ahí está. Ese es el terreno en el que se nos quiere atrapar, sin que se trasluzcan líderes capaces de evitarlo. Ese es el único terreno en el que Iglesias tiene asegurada su permanencia en el Gobierno: el de la confrontación a campo abierto, donde moderados se inmoderan, los radicales se radicalizan aún más y hasta nos acabará pareciendo normal que el PSOE monte con Bildu y Podemos un tripartito gobernante en el País Vasco para luego repetir la experiencia en Cataluña.
La responsabilidad de la derecha
Podemos sale a provocación por día. Prepara el campo de batalla, levanta trincheras, y al tiempo se hace perdonar Galapagar. Iglesias y Podemos son una anomalía europea, y lo peor es que su supervivencia depende de que España también transmute en anomalía; en que ratifiquemos el dudoso honor de ser el único país de la Europa avanzada en el que el diálogo entre izquierdas y derechas es una descabellada quimera. Cuenta para ello con la inestimable colaboración de la derecha, especialmente de Vox, otra anomalía, solo que ya convertida en estructural, que limita la autonomía del PP y empuja a Casado hacia posiciones que confirman el triste panorama de bloques irreconciliables.
Si nadie lo remedia, el escenario que se prepara es aterrador: conflictividad creciente en las calles, descrédito programado de ciertas instituciones, inusitada agresividad verbal, descalificación sistemática del contrario… Todo ello en un entorno de inseguridad sanitaria y crisis económica que, de nuevo, se cebará en los sectores sociales más desprotegidos, aliñado con la utilización irresponsable de los tribunales como campo de batalla política. Háganse y hágannos un favor, señores de la oposición: apártense de ahí, dejen las reclamaciones judiciales en manos de los particulares y de la sociedad civil; no promuevan lo que por otro lado denuncian; no conviertan la Administración de Justicia en un cruento sucedáneo de la batalla política; no ideologicen las muertes.
No conviertan la Administración de Justicia en un cruento sucedáneo de la batalla política; hagan caso a los penalistas más prestigiosos: no ideologicen las muertes
Hagan caso a los penalistas más prestigiosos, a los que no van a hacer de esto un miserable negocio y vienen a coincidir en que “tomando el ejemplo [de responsabilidad penal] más citado, que es el de la manifestación del 8 de marzo, base de muchas denuncias, se puede decir sin duda que autorizarla pudo ser contrario al principio de precaución, pero atendiendo a la nula experiencia que a la sazón se tenía no es posible configurar delito imprudente alguno” (Gonzalo Quintero, catedrático de Derecho Penal).
Saquen, señores políticos, las manos de la Justicia. En todos los sentidos. No perviertan aún más el sistema. No sigan contribuyendo al enorme desencanto que tiene su principal reflejo en la creciente desafección de las nuevas generaciones. Rompan los bloques, y pongan fin al insensato juego de intereses personales que permite el predominio de las anomalías.
Post scriptum.- Vuelvo al ensayo de Julián Marías, a ver a qué les suena (cita textual con cursivas del autor):
“Pero, ¿puede decirse que estos políticos, estos partidos, estos votantes querían la guerra civil? Creo que no, que casi nadie español la quiso. Entonces ¿cómo fue posible? Lo grave es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil. Quisieron: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al ‘otro’ con el mal. c) No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)”. Fin de la cita.