Llamarse como tu padre no significa más que eso, que uno se llama como su padre. Yo mismo me llamo como el mío sin más consecuencias que las que acarrea la casualidad. Adolfo Suárez se llama como su padre, el que fuera presidente del Gobierno y hoy político tan querido por los españoles, que hasta le hemos puesto su nombre al mejor aeropuerto que hay en España. Adolfo Suárez Illana tiene el nombre de su padre, y uno cree que nada más. No hay mérito alguno en su quehacer político que no venga derivado de ser el hijo de quien es. Eso lo sabe él, lo sabe el Partido Popular y lo saben aquellos que van a votarlo el 28 de abril. Nadie va votar a los populares porque el número dos por Madrid sea Suárez Illana, y menos sabiendo como se sabe que Pablo Casado ha ido por ahí ofreciendo ese puesto y le han dicho que nones.
Lo que sabemos de Adolfo Suárez hijo metido a política es mejor no recordarlo. Aznar, que siempre gustó de los nombres y apellidos con pedigrí -recuerden lo de Pío Cabanillas hijo-, en un gesto temerario y de crueldad política lo mandó a la guerra y lo hizo candidato del PP a la Junta de Castilla La Mancha. Se lo merendó José Bono, ayudado por las continuas meteduras de pata y del desconocimiento de esa tierra y de sus gentes de las que hacía gala el candidato popular. Fue muy osado aceptando discutir a Bono la presidencia de una Comunidad que el mismo Bono se había inventado a base de encadenar mayorías absolutas, mientras el PP cambiaba de candidato en cada elección. Y así les fue. Suárez Illana no soportó la derrota y demostró lo artificial del movimiento cuando decidió marcharse con la música a otra parte, que él había ido allí para ser presidente o nada. Y en la nada dejó al partido.
La política en España es un lugar incómodo en el que la gente con fuste no quiere estar. Es un club en el que la mediocridad ha anulado por completo la cualificación y el mérito
Ahora vuelve. Y él, que entiende y sabe de toros, es consciente de que no vuelve como esos diestros que no pueden estar quietos en su finca y les llama el traje de luces. Vuelve a lugar plácido y figurón. Sin ningún esfuerzo. Y esperemos que su vuelta se produzca ante la amnesia general del respetable; que cuando vaya a votar no recuerde la 'espantá' y el petardo que pegó en el coso castellano manchego allá por 2003. Vamos a imaginar que ha aprendido, vamos a desearle toda la suerte que le faltó, aunque a estas alturas sabrá que la suerte de por sí no acarrea los mismos efectos que el trabajo y la dedicación. Y la inteligencia. Los méritos para ser el número dos por Madrid, un sitio reservado a la sorpresa y al golpe de efecto, los desconocemos. María San Gil era la señalada para ese lugar y a continuación Suárez Illana. Corre el puesto, cambian las personas. Lo único que Pablo Casado nos dice es que son amigos, muy buenos amigos, y que su número dos por Madrid encarna los principios y valores de este nuevo proyecto, así como el patriotismo y la concordia. Que es decir mucho y es decir nada. Muchos de los lectores de este periódico encarnan esos valores y no van a ser diputados. De modo que Adolfo Suárez no tiene más patrimonio para la política que la importancia de llamarse así. Eso, y su experiencia en un lugar de La Mancha.
Pablo Casado, cada vez más confundido en el bocadillo que le hacen Rivera y Abascal, sabrá cuál es el mensaje que quiere enviar a sus votantes, a los dudosos y a los que hoy van a votar sin entusiasmo a Ciudadanos o a Vox. Para mí tengo que el mensaje que envía es que no tiene mensaje que enviar. Y menos aún puede explicar cómo puede bailar ese sitio de la lista entre la potencia de María San Gil, y su determinante posición política, con un perfil tan lábil como el de Adolfo Suárez hijo.
Si se me permitiera la ucronía de imaginar que diría el añorado presidente de la incorporación a este PP de su hijo, me reservaría las dudas, sobre todo si me atengo a su final político y aquel Centro Democrático y Social situado sin complejos en un partido bisagra que no escondía sus ínfulas de centro izquierda.
La política en España es un lugar incómodo en el que la gente con fuste no quiere estar. Es un club en el que la mediocridad ha anulado por completo la cualificación y el mérito. Todo es dócil, pasajero, inane. Solíamos decir que a algunas elecciones íbamos a votar con la papeleta en una mano y una pinza en la nariz. Ya no. Con la papeleta y un ataque de melancolía. Así votaremos algunos dentro de un mes. Y cosas del destino, será alguien con el nombre de Pedro y el apellido de Sánchez el que las gane. Que vayan tomando nota donde convenga.
Dos preguntas para terminar:
- ¿Y no hubiera sido Ana Pastor una buena número dos por Madrid?
- ¿Qué hace en política alguien tan articulado, sensato y preparado como Ángel Gabilondo? ¿No se deprime viendo lo que vemos los demás?