A la arquitectura y la ingeniería les exigimos que no se derrumben la casa en la que vivimos y el puente que atravesamos a diario. Damos por sentado que sus integrantes acreditaron años ha -primero en la universidad y después en el examen habilitante ante los colegios profesionales- dominio del cálculo de estructuras, de física y trigonometría, de resistencia de materiales o de la dinámica de fluidos, entre otras muchas disciplinas. En eso se basa nuestra confianza en ellos.
Admiramos y envidiamos íntimamente la sabiduría de esas tipas y tipos tan raros, incluso a los más brillantes les damos el premio Pritzker (el Nóbel de arquitectura). Y nos enorgullecemos de haber aprendido codo con codo con ellos en el colegio a sumar, restar, multiplicar, dividir, a resolver derivadas de segundo grado, y hasta integrales -los que fuimos por Ciencias-. Poco más; si acaso, cierta noción de economía a fin de no confundir patrimonio con liquidez en la declaración del IRPF, algo de lo más común en esta España tan refractaria a los números.
Es esa exigencia reglada a quienes siguieron ya de mayores con la matemática e hicieron de ella su vida lo que nos brinda la seguridad de que nuestras vidas están en buenas manos. Por eso me genera tantas dudas que la competencia real sobre una materia abstracta por su propia naturaleza pueda adquirirse de manera “socioafectiva” (sic), mandato de la ley que nos dejó en herencia la exministra de Educación, Isabel Celáa.
Presidente, duro es leer el Ulises de Joyce, no todo el mundo está preparado. Pero hablamos de chicos y chicas de 16 y 18 años que no saben hilar más allá de sujeto, verbo y predicado, porque les hemos dejado educarse por comodidad -la nuestra de padres- en el ‘ola ke áse del Whasapp’ y ahora tienen problemas para entender lo que firman en su primer contrato laboral.
Justificaba Pedro Sánchez este domingo -y quizá el origen del problema reflejado en el último informe PISA sea este malentendido tan generalizado entre nosotros-, que los Presupuestos Generales del Estado 2024 vayan a dedicar 500 millones de euros más para reforzar la comprensión lectura y las matemáticas, porque ambas son asignaturas “duras para nuestros jóvenes” (sic)…
Mire, presidente, duro es leer el Ulises de Joyce, no todo el mundo está preparado para ello. Cierto. Pero hablamos de chicos y chicas de 16 y 18 años que no atinan a hilar más allá de sujeto, verbo y predicado. Fuera subjuntivas… de sintaxis y morfología ni hablamos. Les hemos dejado educarse por comodidad -la nuestra de padres- en el ola ke áse del Whasapp vía móvil y pantalla, y ahora tienen problemas hasta para entender lo que firman en su primer contrato laboral.
‘Motín’ en la EBAU
Esto, que afecta en primera instancia a los más vulnerables, a aquellos abandonan el colegio víctimas del fracaso escolar para ir al tajo, acaba siempre por contaminar toda la cadena educativa. La indolencia es contagiosa, que nadie lo dude.
En 2016 se produjo un episodio en la EBAU de Vizcaya de lo más sintomático: hubo una suerte de motín estudiantil porque el examen de matemáticas era “extremadamente difícil”, decían, debido a que el profesor que lo había diseñado era nuevo ya que el coordinador anterior se había jubilado.
Tuve ocasión de hablar posteriormente con una amiga profesora de cálculo y física en Bilbao, por cuyas clases particulares han pasado la mitad de quienes han cursado ingeniería en esa provincia durante los últimos 25 años. Les traslado lo que me confesó en voz baja, no fuera a enojarse algún padre: “de examen duro, nada, lo que pasa es que cada vez llegan menos preparados y la EBAU se les hace muy cuesta arriba; no te cuento la criba que hay luego en la Universidad”…
Así que, no sé ustedes, pero yo no tengo nada claro que la “socioafectividad” arregle esto; ni lo de quienes no entienden un contrato que les ponen a firmar con 18 años ni la falta de base de nuestros futuros arquitectos e ingenieros, un verdadero problema que puede acabar lastrando la competitividad de un país que no brilla precisamente por su innovación y excelencia.
¿No resultaba igual de “duro” leer y aprender matemáticas hace cincuenta años, en clases de no menos de 30/35 alumnos -todos los del baby boom-, en lugar de los 20/25 que hay ahora en cada aula fruto del invierno demográfico? ¿No será que hemos pasado, sin un debate serio mediante, de aquel salvaje la letra con sangre entra a este aprendamos a aprender tan vacío?
Porque, rebobinemos intentando buscar una explicación al desaguisado: ¿No resultaban igual de “duras” ambas materias hace cuarenta o cincuenta años impartidas en aulas de 35/40 alumnos -todos los que pertenecemos al baby boom de aquella España tardofranquista-? ¿No debería existir, hace años ya, una atención más personalizada a cada uno de los solo 20/25 niños y adolescentes que alberga cada clase, fruto del invierno demográfico que vive España?
¿No será que hemos pasado, sin solución de continuidad y sin un debate social y político serio, de aquel salvaje la letra con sangre entra que heredamos de nuestros abuelos a este aprendamos a aprender, tan pedagógico y a la par tan vacío de contenido? ¿De verdad todo lo que nos pasa es culpa de las tablets y del uso excesivo del móvil o de que esta España nueva rica y reblandecida venida a menos ha expulsado el mérito y el esfuerzo de sus objetivos y no sabe cómo darle la vuelta?
Es para darle una pensada… con todo el socioafecto que queramos, pero pensada larga.
vallecas
Mire usté D. Gabriel. Si piensa que hoy puede venir vestido de "blanco impoluto" para de modo "quirúrgico" hacer una crítica a Sánchez pensando que le vamos a dar un "like", ya puede volver por donde ha venido. Este es el mismo Sánchez, el Sánchez de siempre, el Sánchez embustero y trilero, es "su" Sánchez. El Sánchez que pacta con terroristas Catalanes y terroristas Vascos Y usted D. Gabi, hablando de "socioafecto", Manda ......