La crisis del coronavirus no podía llegar en peor momento para la economía europea y, más concretamente, para la británica. El Reino Unido salió formalmente de la Unión Europea el pasado 31 de enero, pero se abría un periodo de once meses en el que debían cerrar un acuerdo con Bruselas que fije cuál será la relación económica entre ambos a partir de ahora. Ante semejante desafío lo último que esperaba Boris Johnson era un cisne negro que paralizase la economía del país.
Hace una semana, ante la avalancha de nuevos casos confirmados por Covid-19 y, especialmente, el aumento del número de fallecimientos, se vio obligado a comparecer ante la opinión pública para anunciar medidas. En ese momento tenía dos opciones. La primera, hacer lo que los demás, es decir, cerrar el país, confinar a la población y propinar un varapalo a la economía. Eso es lo que han hecho Italia o España y parcialmente Alemania y Francia. La otra era permitir que se contagie quien tenga que hacerlo, conseguir la llamada “herd immunity” o inmunidad de grupo y, ya de paso, salvar lo salvable en el plano económico. Su idea es que el contagio sea paulatino y no se colapsen ni las urgencias ni las unidades de cuidados intensivos. De esta manera los británicos irán contagiándose poco a poco y los más graves serán atendidos en el hospital. A primera vista parece una buena estrategia. A fin de cuentas para la mayor parte de la población esta enfermedad no se manifiesta de forma especialmente grave, se puede pasar en casa con algo de fiebre y malestar general pero sin precisar hospitalización.
Aquí habría que preguntarse qué es eso de la inmunidad de grupo y si puede usarse para combatir una epidemia como esta. Nuestros cuerpos luchan contra las enfermedades infecciones mediante el sistema inmunitario. Si conseguimos vencer a la enfermedad conservamos cierta memoria inmunológica, que es la que nos permite combatir a esa misma enfermedad en el futuro. Ese es el funcionamiento de las vacunas que descubrió Edward Jenner hace ya más de dos siglos. La vacuna nos enferma un poquito para que nuestro sistema inmune cree esa memoria y puede enfrentarse a la enfermedad cuando se presente.
Si hay un número suficiente de personas contagiadas que se van inmunizando la enfermedad deja paulatinamente de propagarse. A esto se le denomina inmunidad de grupo
La vacuna del Covid-19 aún no se ha desarrollado, así que la única manera de inmunizarse es pasar por la enfermedad. Pero he aquí lo bueno, si hay un número suficiente de personas contagiadas que se van inmunizando la enfermedad deja paulatinamente de propagarse. A esto se le denomina inmunidad de grupo y en principio es una forma muy efectiva de protegerse contra enfermedades infecciosas. Eso siempre y cuando esa inmunidad se gane mediante vacunación. Es, de hecho, la inmunidad de grupo una gran estrategia preventiva en los programas de vacunación.
Pero con el Covid-19 no hay vacuna, por lo que conseguir la inmunidad de grupo requerirá que una proporción significativa de la población se infecte, se recupere y así consiga esa memoria inmunitaria. Aquí se los presentaría otra cuestión capital: ¿qué porcentaje de la población necesita contagiarse y recuperarse para conseguir la inmunidad de grupo y que así la enfermedad ralentice su propagación? Eso depende de cuán transmisible es una infección. Esta variable se mide mediante el llamado número R que mide la propagación, es decir, el número de nuevas infecciones que generará cada infectado. Para el COVID-19 el número R se estima en 3, cada infectado se lo contagia de promedio a unas 3 personas.
Con un número R de 3 en el Reino Unido haría falta que se contagiase el 70% de la población. Con 65 millones de habitantes eso significa que tendrían que infectarse unos 45 millones de personas. A partir de aquí no hay más que hacer números. Según un análisis con una muestra de 72.000 pacientes que se ha hecho en China, la enfermedad es leve para el 81%, presenta síntomas más graves para un 14% y un 5% entra en estado crítico. El 5% de 45 millones son 2,2 millones de personas que requerirán hospitalización, muchos de ellos precisarán incluso atención en cuidados intensivos. ¿Tiene esa capacidad la sanidad británica? No. Por lo tanto la cifra de fallecimientos se dispararía y podría provocar la muerte de hasta un millón de personas.
Impacto económico brutal
Visto así no parece tan buena estrategia, especialmente si se descontrolada la propagación, que es lo que ha sucedido en Italia, España o Alemania, donde ya hay cerca de 80.000 casos y casi 5.000 muertos. Luego la clave no está tanto en dejar que la enfermedad circule libremente como en tratar de ralentizar su propagación para no colapsar las urgencias y unidades de cuidado intensivo. Esto protegería a la población más vulnerable, que es la que más necesitará esas unidades si se contagia. Hay, además, que dejar espacio en la UCI para otro tipo de enfermos y, sobre todo, se ganaría tiempo para que los laboratorios desarrollen una vacuna y un antiviral efectivos. Esta es la estrategia que han adoptado otros países, empezando por la propia China, que es el paciente cero de todo esto y la que más sabe de esta enfermedad.
Así que me temo que a Johnson no le va a quedar más remedio que recular por mucho que le duela. Durante toda esta semana en el país se han ido tomando medidas que restringen la circulación, se ha confinado a los mayores de 70 años y el Gobierno ha emitido avisos para que se limite a lo imprescindible toda interacción social. No eliminemos que en cuestión de días tengan que seguir el camino de Italia o España, eso obligaría a Johnson a ir asumiendo desde ya un impacto económico brutal que va a obligar a replantearse muchas cosas, empezando la propia negociación del Brexit y todos los planes que se habían hecho en torno a ella.