Opinión

La innovación y sus enemigos, aquí y ahora

   La innovación es una palabra de moda contemporánea, pues en el pasado apenas formaba parte del vocabulario común. Hoy, sin embargo, hasta los políticos la utilizan, incluso a veces -tampoco demasiado- los progresistas para así parecer simp

  • Pedro Sánchez y Felipe González. Eva Ercolanese.

   La innovación es una palabra de moda contemporánea, pues en el pasado apenas formaba parte del vocabulario común. Hoy, sin embargo, hasta los políticos la utilizan, incluso a veces -tampoco demasiado- los progresistas para así parecer simpáticos, aunque su ideología y aún más su praxis política se encuentra en sus antípodas. En todo caso,  nadie, y menos aún en el ámbito político habla mal de ella, aunque casi todo el mundo, como veremos, suele actuar en contra de su libre desarrollo.

   Aunque la innovación ha sido siempre inexorable e imprescindible compañera de viaje del hombre a lo largo de la historia, pues constantemente  ha estado asociada a  casi todos sus grandes logros, en casi todos los ámbitos: tecnología, arte, ciencia, etc, su importancia, hasta muy recientemente, no fue suficientemente considerada ni valorada. Su reciente reconocimiento y popularidad provienen del ámbito académico especializado en la economía, y muy particularmente de su rama dedicada al crecimiento de la riqueza, hace poco más de medio siglo.

   En un seminal artículo publicado en 1957 por Robert Salow, que recibiría el premio Nobel en 1987, recientemente fallecido con 99 años,  y que fundaría la nueva y cada vez más importante especialidad del crecimiento económico, puso de incuestionable moda la innovación. En contra de los supuestos previos de la doctrina económica, que atribuía el crecimiento a los clásicos factores: capital -asociado a la inversión-  y trabajo -empleo- , Solow planteó una sorprendente y empíricamente contrastada  tesis, según la cual, sólo explicaban un 15% del mismo; el 85% restante procedía de la innovación. Nadie, desde entonces, ha osado contestar la  nueva teoría del crecimiento, lo que ha dado lugar a una miríada de ensayos sobre la importancia de la innovación,  no sólo en la economía de nuestros días sino a lo largo de toda la historia de la humanidad.

   El actual estado del arte del pensamiento económico, ha sido brillantemente sintetizado en un reciente ensayo de un gran especialista de la materia, Matt Ridley,  titulado: How Innovation Works (2020). Para el autor, “la innovación es hija de la libertad y madre de la prosperidad”.

La descentralización política y la consecuente libertad de innovación y acción empresarial siempre han sido las palancas fundamentales de la riqueza

   Salvando algunos extravagantes escritores marxistas sobre la materia, como la popular -en los círculos progresistas-  Mariana Mazzucato, que defiende el protagonismo del Estado en la innovación con argumentos insostenibles y sin que se haya molestado en sacar a relucir las innovaciones aportadas por el Estado de la URSS como sería su obligación epistemológica, la doctrina económica ampliamente vigente suscribe la tesis de Ridley.

      Los historiadores contemporáneos de la economía, con el gran Joel Mokyr como pionero y en cabeza, con su imprescindible tratado, The Lever of Riches (1990),  cuya vigencia doctrinal ha devenido canónica, explican la prosperidad de las naciones por el protagonismo que la innovación ha venido teniendo en sus economías, de suerte que la descentralización política y la consecuente libertad de innovación y acción empresarial siempre han sido las palancas fundamentales de la riqueza.

   Tan asumida ha venido estando la genial tesis de Salow, que hace décadas que las políticas económicas de los países desarrollados han incorporado la I+D+i –Investigación, Desarrollo e Innovación- como algo no solo positivo, sino incluso financiable por el gasto público. Incluso se han formulado rankings de gastos en I+D+i en proporción al PIB, cuya correlación estadística explicaría las tasas de crecimiento de la economía.

   Siendo muy apreciable que los políticos -socialistas de todos los partidos- hayan incorporado el paradigma innovador a sus políticas y que registren datos comparados sobre el gasto en innovación, hay que tener cuidado con ellos: los gastos en I+D, suponiendo que estén bien medidos, no garantizan el éxito económico. Como señala Ridley, Nokia gastó en la última década del pasado siglo 40.000 millones de dólares en I+D, muchísimo más que Apple, Google,…mientras dominaba el mercado mundial de móviles; para desaparecer poco después de dicho mercado.

   Para que haya innovación es necesario que antes haya alguna invención; nos recuerda Mokyr. Mientras que “ésta obedece a factores que determinan la conducta individual, la innovación a la que puede dar lugar, exige la interacción con otros individuos y depende de las instituciones y de los mercados”.

Activa y creciente burocracia

   Las sociedades culturalmente más abiertas, con gobiernos poco intervencionistas e instituciones financieras dispuesta a arriesgar para tener mucho éxito –“venture capital”– son las más innovadoras, y por tanto las que disfrutan de mayores crecimientos de la renta per cápita. EEUU es el paradigma del éxito de la innovación, mientras que Europa,  cada vez se aleja más de él. Los tecnócratas socialdemócratas de la UE, con su activa y creciente burocracia contra la innovación mientras conviven con un mercado interior cuya unicidad se ha preterido por completo, observan impávidos y sin reparos, cómo la distancia con la renta per cápita de EEUU no cesa de crecer.

   Hace unos años, durante una conversación con Felipe González, recién nombrado presidente de una Comisión de la UE para definir su estrategia a largo plazo, me señalaba muy acertadamente que el éxito norteamericano y el correspondiente fracaso de la UE se correspondían muy bien con la renovación de los rankings empresariales, que allí es muy frecuente y aquí excepcional. Sin conocerse entre ellos, algunos años después, Ridley puso de relieve que “ninguna de las cien más importantes empresas europeas fue creada durante los últimos cuarenta años”.

    Anticipándose a  la liberalización del mercado de la telecomunicaciones, que obviamente comenzó en EEUU, otro genial economista -merecedor de un premio Nobel que no recibió– William Baumol, publicó un memorable artículo titulado Contestable markets, que los burócratas europeos no han debido leer todavía, en el que establecía que lo importante de un mercado no era el número de competidores, sino la libertad para entrar y salir de él. Cuarenta años después, la UE sigue ignorando aquella incuestionable tesis, como pone de manifiesto que aquí tengamos unos trescientos operadores y en EEUU casi cien veces menos.

Capitalismo de amiguetes

   En todos los tratados sobre la innovación se da por supuesto que las fuerzas -culturales, económicas, de estatus, políticas, etc- que se oponen a su desarrollo -con las más peregrinas excusas– nunca han dejado de existir, de ahí que un gobierno responsable, después de leer y asimilar las doctrinas de Salow y Baumol, debiera dedicar su atención a librarla de obstáculos. En realidad, el dominio ideológico socialdemócrata junto con sus aliados -los defensores a ultranza de su estatus quo, o capitalismo de amiguetes- se encargan con gran éxito de frenar la innovación, eso sí, sin dejar de halagarla mientras tanto. Y claro, así nos va.

   En la siguiente entrega se concretarán las circunstancias que aquí y ahora conciernen a la innovación en España; con remedios a la vista.

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