En otros tiempos, no tan prehistóricos como pueda parecer, la clave era la manipulación y pastoreo del censo, el perfeccionamiento de una eficaz metodología de observación y de presión que permitía anticipar, y casi siempre garantizar, el resultado electoral, a ser posible la victoria, con un margen mínimo de error. Aún quedan algunos lugares en España en los que tales prácticas no han sido completamente erradicadas, pero hoy el objetivo ha cambiado. La obsesión de los políticos hace tiempo que ya no es, por demasiado laboriosa, el control directo del votante, sino el de la información que éste recibe.
La información es poder, y, recuperada la democracia, los primeros que aplicaron el axioma fueron Felipe González y Alfonso Guerra, aunque hay que reconocer que teniendo en cuenta la magnitud de su éxito, 202 diputados en las elecciones de 1982, lo hicieron con cierto sentido del equilibrio. La dupla socialista sustituyó a los responsables de la televisión pública, en parte herederos del establishment periodístico franquista, disolvió la llamada prensa del Estado y abrió la puerta a las televisiones privadas, eso sí, favoreciendo en más de un caso a particulares y grupos periodísticos “amigos”, pero siendo conscientes de que las puertas de Europa nunca se abrirían si el Gobierno no daba muestras irrefutables de aceptar la pluralidad informativa.
De los autores de ‘Si no podemos controlar PRISA montémosle la competencia’, llega ahora a las pantallas ‘Si controlamos PRISA no nos echan del poder ni con aceite hirviendo’
Los primeros años del PSOE en el Gobierno no fueron en todo caso un oasis para la libertad de expresión. Los medios privados nacidos tras la muerte del dictador daban sus primeros pasos, y Guerra se encargaba de controlar los públicos. La Oposición no existía. En RTVE no se movía una escaleta sin que le diera el visto bueno El Canijo, que así llamaban en el partido a don Alfonso. Luego, las cosas fueron poco a poco cambiando. La televisión pública era socialista pero sobrevivía un cierto espíritu crítico cuya bandera la sostenían apellidos ilustres del periodismo representativo de la izquierda socialdemócrata. Pero hubo quien pagó con el ostracismo la osadía de tener criterio propio. También quienes alcanzaron las cotas más altas de incompetencia gracias al carné y hoy tienen el cuajo de decir sandeces contra quienes les pusieron allí.
Luego vino José María Aznar, quien decidió modificar por las bravas el tablero de poder mediático heredado. Para ello, montó dos operaciones para neutralizar la independencia de los entonces editores más cercanos al PSOE. A Jesús de Polanco, editor de El País, estuvo a punto de meterlo en la cárcel con la complicidad de jueces y periodistas de renombre. A Antonio Asensio padre, presidente del Grupo Zeta, le amenazó a través de personajes interpuestos con echarle encima a la Fiscalía si no cedía el control de Antena 3 Televisión a la Telefónica de Juan Villalonga, cuyo único mérito visible consistía en haber sido compañero de colegio de Aznar.
La ‘prensa del pueblo’
Más tarde, le llegó el turno al genio de Rodríguez Zapatero, al que convencieron para que apoyara la creación de un nuevo grupo editorial de izquierdas destinado a competir con PRISA, dado que tanto los responsables de El País como los de la Cadena SER no parecían muy dispuestos ni a compartir poder ni a poner sus medios al servicio de ZP. Aquella iniciativa, que empezó a fraguarse allá por 2005, sigue dando réditos: año tras año PRISA pierde jirones de independencia, y los autores materiales e intelectuales de la operación, con Jaume Roures a la cabeza, siguen engrosando sus cuentas bancarias y debilitando al Estado.
Sirvan estos antecedentes para dejar claro por anticipado que esta, la del control político de los medios, es una historia vieja en la que la derecha, gracias a su relación natural con el mundo del dinero, se ha movido siempre como pez en el agua, y a la que la izquierda se ha apuntado cuando ha tenido la oportunidad de hacerlo, las más de las veces entrando en el perverso juego del reparto del pastel, en lugar de activar políticas que reforzaran la autonomía y continuidad de una prensa realmente independiente, ya fuera pública o privada.
Pablo Iglesias no quiere quedarse fuera del reparto de poder mediático que planea Sánchez con el ‘zapaterismo’ como brazo ejecutor, y se abre paso a garrotazos
Y ahí seguimos, solo que ahora con un nuevo actor que reclama su porción de poder mediático. Y lo hace como mejor sabe, amenazando, que es una manera como cualquier otra de hacerse un hueco, y rescatando el hábito anacrónico de la prensa de partido, utilizada en este caso más como instrumento amedrentador y disuasorio que como manual proselitista. Al igual que cuando defiende lo que se conoce como el uso alternativo del Derecho, la Justicia del pueblo en contraposición a la que marcan las leyes, lo que en consonancia con su nueva posición y necesidades ahora reclama Pablo Iglesias es la Prensa del pueblo, el 15-M de los medios de comunicación, que no se sabe muy bien que significa, aunque huele a totalitarismo barato, pero que si algo deja claro es la intención del vicepresidente segundo del Gobierno de alterar las reglas del juego, de subvertir uno de los principios que en mayor medida dignifica el oficio de periodista, y que consiste en ir contracorriente, en decirle al pueblo lo que este no quiere oír.
El eje Zapatero-Iglesias-Roures
Pero hay más. Iglesias no es ningún ingenuo, y sabe que de ningún modo va a conseguir la porción del poder mediático que necesita para cubrirse los flancos reactivando el concepto leninista de la propaganda. Quiere cacho y va a por él. Y sabe dónde encontrarlo. Y es ahí donde vuelve a entrar en escena el genio. De los autores de “Si no podemos controlar PRISA montémosle la competencia”, llega ahora a las pantallas “Si controlamos PRISA no nos echan del poder ni con aceite hirviendo”. Lo han intentado de nuevo; y han estado cerca, muy cerca. El eje Zapatero-Iglesias-Roures, con Pedro Sánchez al fondo, al asalto de Miguel Yuste 40. Con cómplices dentro, y un listado de posibles recambios preparado para pasar el filtro de Moncloa.
Salió mal, pero estuvo a punto de salirles bien. Con la televisión pública a la orden y sometida a un penoso proceso de deterioro de credibilidad, con la prensa catalana “independiente” cada vez más penetrada por el nacionalismo, y en particular por Esquerra, y con los pocos editores que quedan atravesando serias dificultades y el modelo de negocio de las televisiones privadas crecientemente debilitado, la “caída” de El País y de la SER en manos del Sanedrín zapaterista, con el visto bueno del sanchista, habría sido el punto de no retorno de una operación política en la que el espectáculo injuriador de Iglesias solo es un deplorable ejercicio de distracción; una operación política que, de no ponérsele remedio, acabará desequilibrando la balanza y llevando a campo abierto todos los asaltos pendientes: la Corona, indultos, referéndum en Cataluña, referéndum constitucional…
Tomen nota: “(…) tendrá que haber una participación más activa de las fuerzas políticas hoy independentistas en un futuro proceso de gobierno en España” (José Luis Rodríguez Zapatero).
Han perdido una batalla, pero no la guerra. Continuará. Seguro.