Y tiene sus muy buenas y fundadas razones, que van más allá de las expuestas en esa caja de costura sin hilos ni agujas en que se ha convertido el Parlament. Alejandro ha formulado su invitación con munificencia de generoso prócer aduciendo que Torra podría comprobar que existe otra Cataluña, que los españolazos no somos bestias extrañas, que se lo pasaría mejor que nunca y que gozaría con un menú medio asturiano, medio catalán, eso sí, sin las flatulentas mongetes.
Torra se lo ha tomado por el Antiguo Testamento y ha contestado al diputado popular con una mala bajandí de toma pan y moja que es salsa de melón. ¿Pues no va y se le ocurre al defensor de la vía eslovena sugerirle al pobre diputado popular que lo que tiene que hacer es ir a cenar por Nochebuena con los presos “políticos” o los “exiliados”? Flaco favor es devolver tamaña maldición ante la mano abierta y noble del buen Alejandro. Sepa el president que San Ignacio de Loyola dejó muy clarito que la caridad con el particular siempre debe ejercerse sin el menor perjuicio del bien general. Atendiendo a eso, ¿se imagina el coste que supondría para la familia Fernández asumir su presencia en la mesa de Nochebuena? Claro que Alejandro ya se había adelantado diciéndole al Muy Autodeterminable que, antes de proponérselo públicamente, lo había consultado con su santa madre y su señora esposa, a las que beso sus manos, y que aunque ambas no lo tragaban, hacían el sacrificio. Hombre, Torra, no conteste a tan donosa propuesta con el castigo bíblico de enviar a toda la familia del popular a compartir mesa y regüeldos en Waterloo, porque no disponen de una ANC para costearse el billete o, peor aún, a cenar en Lledoners teniéndose que tragar la chapa que iban a pegarles los allí reunidos.
De todos modos, al escuchar a este pedazo de político que es Alejandro Fernández con ese humor amb mala llet, tan catalán, me asalta un temor: ¿y si el ejemplo cunde y a muchos les da por invitar a un separatista estas fiestas? Como lo de siente un pobre a la mesa, vamos. No quiero ni imaginarme el coste para la sanidad pública que eso comportaría, puesto que las patologías derivadas de tamaña audacia son incalculables. Hernias ideológicas, infartos de tolerancia, roturas de ligamentos patrios, úlceras intelectuales, indigestiones de falsedades, en fin, algo dantesco para lo que no está preparado el sistema sanitario catalán, a pesar de que Ribó diga que la culpa la tiene España.
El escribidor quisiera imaginar que quienes nos miran aviesamente y con malas pulgas a quienes discrepamos de su pensamiento totalitario también fueron niños
Servidor, que no tiene la generosidad de Alejandro, pasará las fiestas con su familia, con el Belén, los regalos, la consabida Escudella i Carn d’Olla en el día de Navidad y los canelons por Sant Esteve. Ya saben, tradiciones que nos devuelven a aquellos años en los que llevábamos pantalón corto los chicos y coletas las chicas y el mundo parecía un enorme patio en el que jugar a cromos, a canicas, al pillapilla, a explicar Aventis – un día se lo cuento – , a leer tebeos o al churro, media manga, mangotero. El escribidor quisiera imaginar que quienes nos miran aviesamente y con malas pulgas a quienes discrepamos de su pensamiento totalitario también fueron niños, también miraban el cotidiano bocata a ver qué te habían puesto, que no dormían la noche de Reyes de puros nervios, que iban a ver la cabalgata como quien se dispone a aterrizar en la Luna, que se hacían heridas en las rodillas y lloraban buscando la socorrida tirita colocada por las dulces manos de una madre que son el bálsamo de fierabrás, que lo cura todo; criaturas inocentes que jugaban al fútbol, a la comba, que siempre sostuvieron sin moverse un ápice que el profe de mates les tenía manía, que querían con locura a sus padres, los niños que recitaban más o menos azorados un poemita cualquiera por Navidad llevándose una propinilla y a los que mojaban los labios con un poco de champán – entonces todavía no era cava – ante la expresión horrorizada de algún familiar mientras que otro decía indefectiblemente que un día es un día.
A esos niños que fueron Torra, Borrás, los Sánchez, Junqueras y demás sí que los invitaría a mi mesa y les explicaría algo que dijo de mayor un chavalín nacido hace más de dos mil años en un Oriente Medio castigado por la historia y por los hombres: "Amaos los unos a los otros". Nada más y nada menos. A esos, sí. Y a sus versiones adultas, si volvieran a recuperar la criatura que todos llevamos dentro y que muchos, ¡ay!, olvidan sacar a pasear con frecuencia, también. Porque la caridad, como los niños, jamás peca según Erasmo.