El eje de la política española no es hoy izquierda o derecha, como pretende Sánchez, sino constitucionalismo o ruptura. España no está en la bendita tesitura de tener que elegir entre una opción izquierdista y otra derechista, quizá limadas por el centro. No estamos en la disyuntiva de soportar un programa socialdemócrata frente a otro liberal. Ojalá. La política de nuestro país va por otros derroteros.
Llevamos cinco años de crisis del régimen, a partir de 2014, con la quiebra del bipartidismo imperfecto, la aparición de la nueva política llena de demagogia sin muscular, la abdicación de Juan Carlos, el pulso independentista, y la desafección general. Desde entonces hemos fracasado en todo. Es preciso confesarlo. La prueba es que hoy mandan aquellos que quieren romper el orden constitucional: ERC, JxCat, Bildu y el PNV.
El presidente en funciones -ya 300 días-, el malhadado Sánchez, bueno solo para posar y resistir, dice que quiere un “Gobierno progresista”. No cabe mayor falacia. Ya decían Jonathan Swift y John Arbuthnot en El arte de la mentira política que para que una falsedad sea creíble ha de ser moderada porque las exageraciones acaban descubriendo el negocio. Es el caso de Sánchez y sus socios preferentes.
Es imposible montar un Gobierno “progresista” con quienes quieren hacernos retroceder en libertades, derechos y europeísmo, esos mismos que añoran el etnolingüísmo medieval, el socialismo real (pero esta vez bien hecho, no como antes, claro), y derribar el palacio para hacerse una chabola con los escombros.
Las izquierdas han inoculado un espíritu de confrontación, una tensión entre vecinos que será muy difícil contrarrestar
A las izquierdas se les ha ido las manos en su estrategia. Pretendían crear fronteras políticas, convertir cada cuestión de la vida cotidiana en un conflicto, y, de esta manera, vestir a un enemigo que les diera identidad, un “ellos” frente a un “nosotros” que les confiriera personalidad. Pero lo único que han conseguido es una división social y política sin precedentes que hace imposible cualquier consenso para restaurar lo político, las bases de la convivencia. Es más, han inoculado un espíritu de confrontación, una tensión entre vecinos que será muy difícil contrarrestar.
El PSOE es culpable de esta situación. Cuando debería haber sido un partido constitucionalista -esto es, ejercer de partido leal con el régimen-, ha coqueteado, por no decir que se ha puesto de rodillas, con aquellos que han vivido durante décadas de crear conflictos, de clamar por la ruptura de la paz. Por eso se oyen muchas voces que piden lo imposible: que Sánchez se gire hacia los partidos constitucionalistas. Los socialistas deberían hacerse mirar por qué prefieren a Otegi, Urkullu, Iglesias y Rufián a Casado y Arrimadas.
Sánchez, que debería incluir en su Manual de resistencia un capítulo sobre cómo se cede al chantaje de los golpistas sin despeinarse, nos lleva a la más triste paradoja de la historia democrática de España: el Jefe del Estado de una monarquía parlamentaria tiene que encargar la formación de Gobierno a una persona que se desvive por pactar con aquellos que quieren hundir el régimen.
Solución política al conflicto
Las fotos de la mesa de negociación del PSOE con ERC son espeluznantes. El futuro del país en manos de Lastra, Ábalos y Salvador Illa, secretario de organización del PSC, ese partido que votó a favor del “derecho a decidir”. Lo peor, tal y como confesó Marta Villalta, de ERC, es que no se está pactando una investidura, sino la “solución política” al conflicto; esto es, convertir un delito en un acto político con rentabilidad. No cabe mayor irresponsabilidad en quien quiere gobernar un país con 40 años de democracia.
A veces los sistemas políticos se encuentran en un callejón sin salida. En las monarquías parlamentarias siempre, por mucho que vociferen los republicanos, la responsabilidad es de la clase política. Son los dirigentes de los partidos los encargados de reflejar los intereses de la sociedad, acercar posturas, moderar a los exagerados, asumir el sentido de Estado que se les presupone, desbloquear las instituciones, calmar a los ciudadanos, dar confianza y ser útiles. No se puede pedir al Rey que supla los despropósitos del egoísmo y el exclusivismo de los políticos, el cálculo torpe de cuanto peor mejor.
Un político honesto no puede presentarse ante el Rey y decir que sus sus socios preferentes no son los constitucionalistas, sino los rupturistas. No hay izquierdas y derechas en eso. No hay gobierno progresista en eso, sino todo lo contrario: regresión a manos de reaccionarios. El papelón del Rey con esta tropa merecería un novelón de Valle-Inclán.