Opinión

Izquierda versus izquierda

Y llegó la miserable moción de censura en el Ayuntamiento de Pamplona

  • Pedro Sánchez presidiendo el Comité Federal -

Y llegó la miserable moción de censura en el Ayuntamiento de Pamplona. Bien mirado, un paso más en la estrategia sanchista de entenderse con los albaceas del terrorismo. Ya la anterior legislatura, ya los apoyos a los presupuestos generales del Estado, anticipaban lo que ahora se ha producido. Una moción de censura radicalmente obscena, pues esa herencia de sangre destruye cuanto toca.

Es así que van logrando sus objetivos. Simplemente, el PSOE no les para, no les combate. Al revés, les entrega el Ayuntamiento de Pamplona. Y así, las puertas se van abriendo, poco a poco para quien observa cómo la torpeza de quien debería combatirle abre la puerta a su avance. Porque establecida la normalidad de llegar a acuerdos con quien pone en riesgo las libertades en nuestro país, no habrá límites para tales acuerdos. ¿Dónde pondrá el PSOE límites a la hora de pactar o no con Bildu? ¿En razón de qué se podrán imponer límites, cuando con anterioridad todos ellos se saltaron a conciencia? ¿Quién en la izquierda nacional tendrá el coraje de decir no, alto y claro, frente a estas gentes?

Ahora, a muy pocos meses de las elecciones autonómicas vascas, ¿quién en el PSOE tiene la credibilidad para decir que no se pactará con Bildu al día siguiente? Recuérdese que el sí de Bildu a la investidura de Sánchez no fue precedido de ningún acuerdo escrito, es más, fue con la única fuerza con la que el PSOE no suscribió acuerdo alguno. Es evidente que Pamplona es el primer pago de un precio que hace a unos protocolos secretos –el contenido de un pacto que no se anuncia a la opinión pública, y de la que ésta se va enterando al antojo que dispensa el autor del pacto–. Por tanto, ¿hasta dónde llegan esos acuerdos con Bildu? Imposible saberlo de antemano, únicamente el Sr. Sánchez lo conocerá. Como conoce el pacto con Junts, que obliga por de pronto a que mes a mes se reúnan ambos partidos políticos en territorio extranjero y dependiendo de un verificador salvadoreño, en unas conversaciones que permanecen estrictamente secretas en su contenido para los ciudadanos. Un modelo de indignidad sin límite.

Es algo sencillo la memoria, pues permite distinguir el bien del mal. Sin ella, el abismo de la indiferencia se abriría ante nosotros, el “todo vale” crecería sin límites

Dice el bullicioso ministro Óscar Puente que Bildu es una fuerza progresista y democrática. Es ya un ejercicio que va más allá del blanqueamiento para internarse en el terreno del enaltecimiento. Y con ello, un ejercicio de desmemoria se cierne sobre toda la sociedad española. Es el respeto a nosotros mismos, a la memoria de lo que ocurrió, a la necesidad de hacer frente a sus ideas de odio y de exclusión, lo que exigen denunciar cualquier trato que se pretenda con Bildu. Es algo sencillo la memoria, pues permite distinguir el bien del mal. Sin ella, el abismo de la indiferencia se abriría ante nosotros, el “todo vale” crecería sin límites.

Sí, nos hallamos ante un tropel de inquisidores altivos que proclaman sus dogmáticas verdades a fuego, que promueven la exclusión del diferente que no es como ellos. Es ahí donde el nacionalismo identitario se convierte en la expresión acabada de lo reaccionario; separador de ciudadanos, destructor de la igualdad, anida en él el germen destructor del totalitarismo.

Si contemplamos la recua de socios y aliados de este gobierno –PSOE, Sumar, Podemos, ERC, Junts y Bildu– es fácil comprender que gobernar en esas condiciones se hace imposible. Ninguna ambición reformista: ¿conoce alguien un programa estratégico para que los fondos europeos estén al servicio de una modernización de nuestro sistema productivo? ¿Conoce alguien un proyecto reformista en materia educativa, un proyecto dirigido a una juventud con una tasa de paro insoportable, que se independiza y adquiere autonomía respecto del hogar de sus padres en fechas insólitamente tardías? ¿Conoce alguien un plan de vivienda social para España, para esa juventud que se queda atrás? No. Esa incapacidad para las reformas conduce a una decadencia del país.

Y es así que cada vez más se va constatando la existencia creciente de dos izquierdas irreconciliables: una, este PSOE desfigurado por Sánchez hasta la caricatura, convertido en un comodín de acuerdo imposible con una izquierda comunista en depresión –Sumar y Podemos– y un nacionalismo enloquecido que no tiene más trayecto que el de hundir nuestro orden constitucional. Sí, el muro que divide a los españoles, ofrecido por Sánchez en su discurso de investidura, se hace realidad a gran velocidad. Al cabo se trata de una izquierda que navega hacia el iliberalismo, una concepción autoritaria, en manos de un césar exclusivo, donde quien no es como él es simplemente un “facha”.

Una izquierda a la que repugna esas alianzas enloquecidas que practica el Sr. Sánchez, por puro oportunismo al servicio, única y exclusivamente, de mantenerse en el gobierno

Pero hay otra izquierda creciente, socialdemócrata, que mantiene íntegros sus principios democráticos, que sabe que la Constitución es la columna vertebral de la convivencia de todos los españoles. Una izquierda a la que repugna esas alianzas enloquecidas que practica el Sr. Sánchez, por puro oportunismo al servicio, única y exclusivamente, de mantenerse en el gobierno. Que proclama la necesidad de los acuerdos en el espacio del centro político, alejado de los extremismos y de un nacionalismo tan voraz como insolidario.

Durante años se habló de dos izquierdas irreconciliables: la izquierda democrática frente a la izquierda comunista, totalitaria por definición. Hoy las cosas en España cambian: esas dos izquierdas son de una parte, esa izquierda crecientemente iliberal, de gesto autoritario, que no hace reformas, empobrece el país y nos condena a un espacio ínfimo en la escena internacional; o peor, a que en Europa se ponga la lupa sobre España con motivo de la infame ley de amnistía que violenta el propio Tratado de la Unión Europea. Esa ley, producto de un fraude electoral gigantesco, que pretende garantizar la impunidad de quienes la votan, romper la igualdad de los españoles y atentar contra el estado de derecho. Y frente a eso, una izquierda democrática que reivindica la Transición y defiende la vigencia de nuestra Constitución. Que es profundamente europeísta, y entiende que Europa es un espacio digno de ser engrandecido, en el que España debe estar con ambición y sin mácula; ese espacio que desde el final de la Segunda Guerra Mundial se ha ido construyendo con fuerzas que se entienden hacia el centro, integrando y no desintegrando ciudadanos. Ese espacio donde es un insulto, mezcla de ignorancia, soberbia y arrogancia, tildar al líder del Partido Popular Europeo –primer partido europeo– de nazi como efectuó la semana pasada el Sr. Sánchez dirigiéndose en el Parlamento Europeo a Manfred Weber.

En suma, una izquierda que pueda defender cabalmente aquellas palabras de Adolfo Suárez a propósito de nuestra Transición democrática: “La Transición fue, sobre todo, a mi juicio, un proceso político y social de reconocimiento y compresión del «distinto», del «diferente», «del otro español» que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me impulsan y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que completa mi propio «yo» como ciudadano y como español, y con el que tengo necesariamente que convivir porque sólo en esa convivencia él y yo podemos defender nuestros ideales”. Valdrá así, salvo que Adolfo Suárez también sea “facha”.

Entre tanto, ¡Feliz Navidad!

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