Opinión

La genialidad de Sánchez

El verdadero quid del asunto radica en cuestionar por qué hemos asumido tan rápido que el aborto es en sí mismo algo bueno, fuera de toda discusión y debate

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. -

De quienes están en nuestras antípodas ideológicas tendemos a pensar que son idiotas, malos o las dos cosas a la vez. De sus líderes, lo mismo. Si triunfan -nos decimos- no es porque sean inteligentes o astutos, sino porque sus votantes son lerdos de toda lerdedad. No solemos reconocerles el ingenio, ni por supuesto nos planteamos algo de autocrítica genuina. Esto explica que Pedro Sánchez siga haciendo de su capa un sayo, mientras sus opositores -políticos y sociedad civil- nos enzarzamos en discusiones bizantinas que degradan rápidamente en lo kafkiano.

Surrealistas fueron las formas y motivos que acabaron con la presidencia de Pablo Casado, justo en un momento político en el que tenía servida en bandeja la próxima presidencia del Gobierno de España. Ya nos hemos olvidado, pero casi todos llegamos a pensar que el PP iba a desaparecer como un azucarillo arrojado en una taza de café caliente. Llegó Alberto Núñez Feijóo, formas tranquilas, dando esperanzas con su particular seny a la gallega. Nos vendió la burra de siempre -bajar impuestos, la gestión-, y muchos recuperaron la tranquilidad, sentimiento que parece que nos está vedado a los españoles de un tiempo a esta parte y que, por tanto, duró bien poco.

¿Qué necesidad tenía este nuevo PP de meterse en ese terreno pantanoso de la nación de naciones? Ni siquiera la cercanía de las próximas elecciones autonómicas lo justifica: ¡que son en Andalucía, carallo, no en Cataluña o en el País Vasco! El presidente del PP debe de creer que sigue dirigiéndose al electorado gallego al que ha seducido toda la vida. Feijóo juega a la misma ambigüedad de la que está impregnada la Constitución española. La Carta Magna recoge, sí, la indisolubilidad de la nación española, pero también esta cuadratura del círculo de la nación compuesta de naciones. En fin, ¿habrá alguien que le recuerde al PP que su adversario natural es el Presidente del gobierno y no Santiago Abascal?

Cuanto más fratricidio dialéctico entre feministas y antifeministas más difícil será colar en la agenda su aversión a las ruedas de prensa

Sánchez se frota las manos: lo del CNI es agua pasada y la inflación y la presión fiscal no parecen importarle a nadie. Los españoles somos polivalentes: de las discusiones metafísicas sobre el concepto de nación saltamos sin pestañear a las posaderas de Chanel, y desde ahí de vuelta a la filosofía de altos vuelos: ¿es la ganadora de Eurovisión un espíritu libre o es víctima del heteropatriarcado y sus marcos mentales? La utilizaré como ejemplo la próxima vez que tenga que explicar a mis alumnos la diferencia entre libertad negativa y libertad positiva. Me froto las manos, Sánchez no ha dejado de hacerlo: cuanto más fratricidio dialéctico entre feministas y antifeministas más difícil será colar en la agenda su aversión a las ruedas de prensa.

Del Ministerio de Igualdad podría decirse que es un Ministerio de Propaganda a la inversa, con sus desmanes no hace más que acaparar el foco mediático, la distracción perfecta que este gobierno absurdo necesita. Si al menos supiéramos reubicar los temas que nos proporciona Irene Montero y centrar la discusión en el meollo del asunto podríamos sacar algo en claro de estas cortinas de humo. Sobre la nueva ley del aborto estamos más pendientes de discutir si las menores de edad deberían o no tener consentimiento paterno para abortar. No es este un asunto menor, evidentemente, pero el verdadero quid del asunto radica en cuestionar por qué hemos asumido tan rápido que el aborto es en sí mismo algo bueno, fuera de toda discusión y debate.

Y así, entre la nación de naciones, el trasero de Chanel, la menstruación como motivo de baja laboral y las estériles discusiones que esquivan el verdadero drama del aborto, se queda la casa sin barrer. La oposición no sabe por dónde le da el aire, la sociedad civil entra al trapo de todas las polémicas y, sí, algunas claman al cielo. Pero no nos olvidemos de aquello de los árboles impidiendo ver el bosque. Y el bosque no es otro que Sánchez saliendo indemne de todos y cada uno de sus desvaríos, improvisaciones y fechorías.

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