Opinión

La Tamemez

El ilustre profesor no ha contribuido precisamente tampoco a ponerle las cosas más fáciles a al partido que lo presenta.

  • El economista Ramón Tamames -

En tiempos de mi ya lejana juventud analógica mi madre me dió un consejo que no siempre, por mi mala cabeza, supe seguir a rajatabla: las cartas y los mensajes importantes hay que redactarlos siempre con luz solar, porque lo que se escribe de noche se recibe y se lee de día, y lo que tiene todo el sentido en la lógica y el silencio de la madrugada suele perderlo sin remedio en la prosaica efervescencia de una mañana de trabajo.

Podría parecer que dada la inmediatez de la comunicación digital en la que vivimos este sabio consejo materno hubiera perdido ya toda su validez y eficacia, pero nada más lejos de la realidad. Pongamos, por ejemplo, el caso de Vox. Es muy probable que cuando Fernando Sánchez-Dragó, tal y como él mismo cuenta, propuso el nombre de Ramón Tamames como candidato a la investidura, la idea pareciera a sus interlocutores de la cúpula del partido de lo más oportuna, inesperada y genial. Pero no se pararon a pensar, quizás porque nadie se lo había dicho, que a las decisiones políticas de tal importancia, sobre todo cuando se toman en una marisquería tras una copa de vino, hay que darles el mismo tratamiento que a las  cartas de amor escritas de noche: es decir, ponerlas en cuarentena hasta ver como les sienta el test de ser leídas a las ocho de la mañana.

No se hizo así y las consecuencias de la ideíca no se hicieron esperar. Sin saber cómo ni por qué se ha puesto el instrumento de mayor calado del que dispone la oposición para fiscalizar la labor del gobierno en manos de un señor que por su edad y trayectoria ya no tiene nada que perder. Lo que en inglés se llamaría un loose cannon, un verso suelto que puede ceñirse en su exposición al discurso curiosamente filtrado a la prensa o todo lo contrario, sin que Abascal, sentado en el borde de su escaño, y al borde también de un ataque de nervios, pueda hacer nada para impedirlo.

Se nos ha dicho que en Tamames, antiguo comunista, se ha encontrado a la figura a la que toda la oposición podría votar, que es como si en una futura moción de censura podemita a un posible gobierno de centro-derecha, Iglesias decidiera presentar como candidato a un ilustre y venerable sabio proveniente del Movimiento Nacional. Algo, que si se piensa fríamente, si “se lee de día”, no tiene el menor sentido.

El ilustre profesor no ha contribuido precisamente tampoco a ponerle las cosas más fáciles a al partido que lo presenta. En sus múltiples entrevistas de estos últimos días ha dejado muy clara la distancia que le separa de Vox, incluida su concepción de España como una “supernación” constituida por la suma de distintas naciones. Solo por esto, que constituye la primera traición de Vox a su electorado catalán, uniéndose al PP, experto en traiciones de este tipo, en tan penosa condición, ya no debería ser Tamames el candidato a la Presidencia del Gobierno en una moción de censura presentada por Vox, porque su idea de España es una enmienda a la totalidad de todo lo que es Vox, lo que representa y por lo que se les vota.

El ilustre profesor no ha contribuido precisamente tampoco a ponerle las cosas más fáciles a al partido que lo presenta

Puede que mañana todo vaya mejor de lo esperado y la moción de censura pase sin pena ni gloria pero sin hacer el roto al partido que muchos tememos. En el mejor de los casos, Vox conservará su voto sin ganar ninguno. Mucho riesgo para acabar, con un suspiro de alivio, en el punto de partida. No había ninguna necesidad de bailar por el precipicio cuando el gobierno estaba desintegrándose solito y sin ayuda de nadie. Pero parece que al igual que desconocían el sabio consejo de mi madre, en Vox no han escuchado nunca la máxima de que cuando el enemigo se equivoca no hay que diatraerlo, y en vez de concentrarse en que la conversación pública no se desviara de la corrupción socialista, del tito Berni, el caso Pegasus y la ciénaga valenciana, han decidido darle el balón de oxígeno de una moción de censura cuyos extremos solo se entienden en el lugar donde se diseñaron, entre amigos, en una marisquería y tras una copa de vino: esas tamemeces que no soportan la luz del día.

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