Soy consciente que no queda elegante autocitarse pero es que esto que escribí hace ya cinco meses es totalmente actual y deja en evidencia el “argumento” de echar las culpas a Putin de todo: “Se está formando una 'tormenta perfecta' para la economía de los países desarrollados: pagamos más por lo mismo y ni siquiera estamos seguros de que, aunque abonemos ese extra, tengamos los productos que queremos adquirir.”
La tormenta ha llegado. Por más que algunos economistas y la mayoría de los gobiernos intenten desdramatizar, cualquiera que haya consumido algo las últimas semanas y tenga un poco de memoria podrá comprobar que los precios han subido una enormidad, que algunos productos escasean, incluso antes de los paros de transporte. Por otro lado, las bolsas han digerido, tras unas jornadas de fuertes turbulencias a comienzos de este mes, no sólo la guerra de Ucrania, también el comienzo de un ciclo de subidas de tipos de interés en una variedad de países y un empeoramiento generalizado de las expectativas de crecimiento, acompañado además de una elevación de las previsión de la inflación. Si nos fijamos en la economía real, no se me ocurre ningún motivo para comprar unos activos de riesgo que suelen bajar cuando la economía empeora y cuando la política monetaria se endurece, y justo estamos, por vez primera desde 2006 (cuando la Fed subió los tipos de interés y empezó a estallar la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos), en una situación en la que ambas condiciones se dan a la vez.
Ya no queda nadie que no advierta que la situación ha empeorado y se acumulan las previsiones cada vez más negativas. Por supuesto la guerra no ha ayudado pero es una falacia cargarle ese mochuelo
Ahora la situación es mucho más clara que entonces, cuando se pensó que la caída de precios inmobiliarios no causaría una crisis financiera que derivaría en la mayor crisis económica desde la de 1929, y la bolsa siguió subiendo y la economía creciendo hasta finales de 2007. Ahora nos encontramos con que Wall Street marcó máximos históricos en enero y, a pesar del notable repunte desde mínimos, sigue en negativo en el año y todos (desde los bancos centrales hasta los curritos de a pie) somos conscientes de los problemas económicos existentes. La única diferencia es que hay quien piensa que durarán poco y otros no. Ya no queda nadie que no advierta que la situación ha empeorado y se acumulan las previsiones cada vez más negativas. Por supuesto la guerra no ha ayudado pero es una falacia cargarle entero ese mochuelo. La mejor prueba estriba en ese citado artículo de hace 5 meses, cuando nadie imaginaba la invasión rusa de Ucrania: “El problema es que el desabastecimiento puede que implique algo más que no poder comprarnos el coche o el móvil que deseamos cuando lo queremos. El asunto puede ser más grave si, por ejemplo, la falta de fertilizantes afecta a la producción agrícola y al ganado.”
Sorprendente hasta qué punto esa preocupación se está haciendo realidad. Funcionó tan bien el país, en general, a pesar del gran confinamiento de 2020, que creímos que el sector de la distribución siempre estaría ahí con productos de sobra a buen precio. Pensamos que con lo que no habíamos gastado en 2020, ya tendríamos asegurado el poder adquisitivo para consumir y compensarlo. El Gobierno creyó que, como el paro no se disparó a pesar del derrumbe del PIB (a costa, todo hay que decirlo, de unos ERTEs que no han sido gratis), esta vez iba a ser diferente y “saldríamos más fuertes” y que en 2022 todo acabaría de arreglarse con el dinero europeo.
Cierto que la guerra lo ha empeorado todo pero la tendencia de la inflación, los problemas en las cadenas de suministros, lo cara que estaba resultando la dependencia energética, los cambios en las políticas monetarias, las malas políticas que confunden prioridades y las que estropean nuestras cuentas públicas… ya estaban presentes antes de que Putin se convirtiera en la excusa para todos los males. Gran parte de lo duras que están siendo las consecuencias de esta guerra en Europa viene de la falta de previsión, tanto de nuestros gobernantes nacionales como de los europeos. Por eso es comprensible el cabreo generalizado. Y más en España, uno de los pocos países que no sólo no han recuperado el nivel de PIB anterior a la pandemia, es que tampoco lo recuperará este año.
Ya no tengo claro que merezca la pena el riesgo -a estos niveles- con una economía tan tocada que reducirá con claridad los beneficios empresariales
Y si no sale ni una noticia buena, si la crisis es global, si es tan difícil de resolver porque, como explicaba no hace mucho, lo que se puede hacer contra la inflación reduce el crecimiento y lo que se haga para fomentar el crecimiento, impulsará aún más los precios, y si encima la guerra en Ucrania añade más incertidumbre, ¿cómo es que las bolsas no se desploman? Confieso que yo preveía este año turbulencias en los mercados pero no pensé que la tendencia alcista cambiaría, sólo veía fuertes correcciones puntuales.
Ahora empiezo a creer, viendo el panorama económico, que podríamos estar ya en una tendencia bajista, lo que ocurre es que las cotizaciones siguen sostenidas debido a que aún hay mucho dinero en el sistema y muy pocas alternativas puesto que las materias primas están muy caras y la renta fija no resulta atractiva ya que ofrece un interés bastante menor de lo que sube la inflación (y al reducirse las compras de los bancos centrales y con los tipos al alza, se espera una mayor rentabilidad en el futuro). Hay otras inversiones pero al final la bolsa es la más líquida y la que, históricamente, mejor funciona para vencer a la inflación. Eso sí, ya no tengo claro que merezca la pena el riesgo -a estos niveles- con una economía tan tocada que reducirá con claridad los beneficios empresariales. Además, incluso si la bolsa acabara el año en positivo, tendría que hacerlo en mayor proporción que el IPC para no perder poder adquisitivo.