Opinión

Borràs y los gigantes del odio

Los partidos separatistas llevan cinco años alimentando por tierra, mar y aire una abyecta teoría de la conspiración sobre los atentados yihadistas de Barcelona

  • La presidenta del Parlament, Laura Borràs, durante el homenaje a las víctimas del atentado del 17 de agosto en La Rambla

La expresidenta del Parlament Laura Borràs tuvo que seguir desde una discreta tercera fila -en la que estábamos otros diputados autonómicos- el homenaje a las víctimas de los atentados del 17-A en Barcelona y Cambrils. No sé qué pasaría por su cabeza cuando un grupo de cafres, que llevaba desde el principio del acto vociferando consignas aberrantes, fue incapaz de respetar siquiera el minuto de silencio por las víctimas y prorrumpió en gritos de “¡España es un Estado asesino!” y otras lindezas por el estilo contra autoridades y representantes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

Sí sé, en cambio, lo que pensamos muchos de los presentes, de diferentes partidos, nada más oír los alaridos: que los partidos separatistas llevan cinco años alimentando por tierra, mar y aire una abyecta teoría de la conspiración que pretende vincular como sea al “Estado español” con la matanza, y que esos gritos eran producto previsible, y aun deseado, de tanto veneno diseminado entre la sociedad catalana desde el gobierno de la Generalitat y sus terminales mediáticas.

Conviene recordar que la campaña la inició Puigdemont apenas una semana después de la masacre del 17-A en una entrevista con el Financial Times en la que acusaba al Estado de haber “jugado con la seguridad de los catalanes”, insinuando que los servicios de inteligencia españoles habían permitido los atentados. A partir de ahí, el separatismo entró en una escalada enloquecida de especulaciones e infamias que fue perfilando la acusación inicial de Puigdemont hasta convertir al Estado en el principal responsable de la matanza. “¡Vinieron a matar catalanes!”, gritaba como un poseso uno de los fanáticos que reventaron el acto de ayer, y lo hacía increpando y zarandeando a una de las víctimas de los atentados.

La imagen de Borràs sonriente entre la turba ultra es la quintaesencia de la degradación moral que el nacionalismo ha provocado en Cataluña

Esas imágenes que ayer avergonzaron a los catalanes de bien son el corolario de la teoría de la conspiración instigada por Puigdemont y difundida por otros referentes políticos y mediáticos del separatismo como la propia Borràs, el también diputado Joan Canadell o el siniestro abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye, entre otros. Todo ello, debidamente amplificado por el formidable aparato de agitación y propaganda que conforman Catalunya Ràdio y TV3, la única televisión de España que ha dado bombo a un personaje patibulario como el excomisario Villarejo, que fue recibido con honores en el plató del Preguntes Freqüents, igual que Otegi, Josean Fernández y otros etarras y, en definitiva, como cualquiera que tenga ganas de difamar e insultar a España un rato.

Al acabar el acto, Borràs se acercó a los alborotadores, pero no para reprenderles sino para fundirse en un abrazo con ellos y agradecerles cálidamente su (estridente) presencia. La imagen de Borràs sonriente entre la turba ultra es la quintaesencia de la degradación moral que el nacionalismo ha provocado en Cataluña.

Con todo, sería injusto descargar sobre Borràs toda la responsabilidad, porque el nacionalismo en bloque lleva décadas atribuyendo a España todos los males de Cataluña y fomentando por doquier la hispanofobia. Basta recordar que durante lo más crudo de la pandemia el separatismo transitó del infame “España nos roba” al infecto “España nos mata”, con declaraciones de políticos como el susodicho Canadell, Núria de Gispert -también expresidenta del Parlament- o la exconsejera Clara Ponsatí y su nefando “De Madrid al cielo”. Así pues, nada nuevo bajo el sol en la Cataluña nacionalista, que por suerte no es toda. Borràs no es Cataluña, aunque ella se lo crea.

Hace cinco años, cuando el separatismo instrumentalizó la manifestación contra el terrorismo convocada tras los atentados, cuando Puigdemont y compañía quedaron retratados ante Cataluña, España y el mundo

De hecho, ayer millones de catalanes de toda clase y condición sentimos vergüenza ante la astracanada de Borràs, la misma vergüenza que sentimos precisamente hace cinco años cuando el separatismo instrumentalizó la manifestación contra el terrorismo convocada tras los atentados de Barcelona y Cambrils, cuando Puigdemont y compañía quedaron retratados ante Cataluña, España y el mundo como lo que son, nacionalistas cerriles incapaces de comportarse dignamente ni siquiera en momentos tan difíciles.

En cualquier caso, el discurso del odio a España tampoco es privativo de Junts per Catalunya, como ahora pretenden interesadamente algunos. Cuesta olvidar mensajes como el de un concejal de la CUP que, en el pináculo de la pandemia, animaba a los vecinos de Vic a abrazar fuerte a los miembros de la UME, que se afanaban en la desinfección de las residencias de mayores, y toserles en la cara para “que se vayan y no vuelvan”.

Mención aparte merece el papel en todo este asunto de ERC, acaso el principal instigador del odio a España durante décadas y que ahora se rasga las vestiduras ante el furor de Borràs. Heribert Barrera y Carod Rovira, líderes históricos de ERC, y el propio Oriol Junqueras son, a todas luces, popes contemporáneos de la doctrina del odio a España. La hemeroteca está llena de declaraciones de Junqueras en lenguaje bélico contra España, que según él “nos estrangula y quiere que nuestra gente sufra”. Tan responsables del esperpento de ayer son ellos como Pujol, Torra, Puigdemont o Borràs. Cada palo que aguante su vela. Borràs caminaba ayer a hombros de gigantes del odio.

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