Opinión

Lenguaje envilecido

El uso de ciertas palabras con un determinado significado puede envilecernos pero, a fin de cuentas, tienen esa connotación porque un grueso de la sociedad sigue utilizándolas

  • Una imagen del Diccionario de la lengua española publicado por la Real Academia.

Julia, la protagonista de ‘La mujer loca’, una novela de Juan José Millás, tiene alucinaciones con palabras y entre sus delirios verbales se le aparece ‘Pobrema’ para preguntarle por qué no existe. «Si no estás en el diccionario, no existes». Julia acaba por amputar a ‘Pobrema’ para dotarle de sentido, le extirpa ‘ma’. De esa forma, siendo ‘pobre’, pertenece a un vocabulario y, por lo tanto, para Julia ya existe.

Lo que nos distingue del resto del mundo animal es el lenguaje. La comunicación es lo que nos caracteriza como ser social que somos y el lenguaje verbal permite que nos comuniquemos entre personas. El significado de las palabras, por eso, no es inocente, aunque en alguna ocasión alguien pueda emplear palabras en su lenguaje como ignorantes. Cada vocablo tiene sus definiciones recogidas en el diccionario de cuyo concepto somos esclavos cuando nos comunicamos. Si bien Julia no sabía qué quería decir ‘pobrema’, con ‘pobre’ no tenía esa incógnita. Pobre, que tiene hasta siete acepciones en el diccionario de la lengua española, todos sabemos qué quiere decir, nos guste o no lo que significa e indiferentemente de las variaciones sociales del interlocutor.

El significante de ‘pobre’ ha representado en nuestra mente un concepto, una idea. Pasa lo mismo si alguien dice otras palabras, como ‘coche’, ‘manta’ o ‘reloj’. Con más o menos acierto, todos recreamos lo mismo en nuestro imaginario al leerlas o mencionarlas. ¿Pasa lo mismo con otras palabras menos rasas, como ‘débil’, ‘gilipollas’, o ‘hipócrita’? Quizá al leer esas palabras en tu mente saltó una imagen sesgada por tu experiencia, con alguien que conoces o alguien que aborreces, y, aun sin género gramatical, ¿pensaste en un hombre o en una mujer? Bien, a fin de cuentas, el sentido de las palabras coincide con nuestra realidad.

Lo esencial no es cambiar el diccionario, sino conseguir que los hablantes sean menos racistas, menos misóginos o menos clasistas para que nuestras palabras resulten menos envenenadas

El diccionario, que se encarga de reflejar esta realidad nuestra, dice que ‘ligón’ es alguien que liga, y ligar quiere decir «entablar relaciones amorosas o sexuales pasajeras». Sus sinónimos son mujeriego, conquistador, donjuán. En el caso de ‘zorro, zorra’ dice que quiere decir, según su séptima acepción y solo en femenino, prostituta, y prostituta quiere decir «persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero».

Como ven, parece que cuando lo digamos en nuestras conversaciones creemos que ‘ligón’ y ‘zorra’ comparten significado solo cambiando de género, pero según el DRAE queda claro que no es así. Porque para ligón sí existe ligona y, en cambio, para zorra no existe zorro en el mismo sentido. Por si esto acaba en escupir insultos contra los académicos, la culpa no es del diccionario, que su trabajo es el de recoger el uso que tienen las palabras, sino de los hablantes que son quienes dotan de sentido un idioma.

El uso de ciertas palabras con un determinado significado puede envilecernos pero, a fin de cuentas, tienen esa connotación porque un grueso de la sociedad sigue utilizándolas y los diccionarios solo describen lo que nosotros queremos que sea. Pero esa ya es otra historia, el hacer que los hablantes sean menos racistas, menos misóginos o menos clasistas para que nuestras palabras resulten menos envenenadas.

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