Cuando Vozpópuli comenzó su andadura en otoño de 2011, cinco millones de personas en España habían perdido su trabajo. Asediado por las medidas comprometidas con Bruselas para reducir el déficit público, José Luis Rodríguez Zapatero se había visto obligado a recortar gasto, implantar reformas y finalmente adelantar las elecciones generales. La peor crisis financiera en décadas se cebó con Estados Unidos y Europa, que recibieron el golpe de las hipotecas subprime y las embestidas de los activos tóxicos. Lehman Brothers había visto la desbandada de sus ejecutivos saliendo de las oficinas con las torres de sus ordenadores a cuestas. El Capital Riesgo así como las salidas a bolsa ralentizaron su euforia. De hecho, Bankia fue una de las últimas, en julio de 2011.
Entonces la calle donde se ubica la sede del periódico no estaba asfaltada y la vela de Herzog & de Meuron ni soñaba en alcanzar la primera de sus 19 plantas. Sólo grúas en un descampado polvoriento, nada más. Llegué pronto al número diez de la calle Sauceda para firmar mi contrato como reportera de cultura. La redacción entonces no tenía muebles ni ordenadores y los contratos se imprimían al instante en una pequeña HP para que pudiésemos firmarlos.
Entonces la calle donde se ubica la sede del periódico no estaba asfaltada y la vela de Herzog & de Meuron ni soñaba en alcanzar la primera de sus 19 plantas. Sólo grúas en un descampado polvoriento, nada más.
Salí del edificio contrato en mano y atravesé una nube de arcilla y tierra. Estaba muriéndome de sed. Miré alrededor: nada. En Las Tablas ni siquiera había estancos o quioscos de prensa, ya ni hablar de supermercados o ultramarinos. Pero el barrio cambió. Nosotros también. Aquel día crucé la calle en dirección al metro preguntándome, ¡vaya por Dios!, adónde iría a parar yo en aquel proyecto. Éramos un total de 19 periodistas. Diez años después soy la única del grupo original que aún permanece en la cabecera.
En aquellos días de septiembre de 2011, la prima de riesgo fluctuaba siempre al alza y hasta me pareció escuchar que si llegaba a 300 puntos, se retrasaría nuestra salida. Durante varias semanas trabajamos codo a codo con Jesús, haciendo números cero, buscando exclusivas, enfoques novedosos. Todas las tardes nos sentábamos ante una mesa ovalada que Jesús presidía apuntando cosas en sus libretas de papel cuadriculado. En España, aseguraba el palentino, era más necesario que nunca un periodismo de calidad. Vozpópuli se había propuesto competir con los grandes del papel y sus ediciones digitales apostando por un proyecto liberal y universal. “Tenemos que competir”. Ese era el mantra.
Hasta ese entonces, de Jesús Cacho sabía lo justo. Que había trabajado en ABC, El País y El Mundo y que de todos se había marchado, libérrimo, para buscar su propio camino. Que había sido marino, vendimiador, capitán de barco y uno de los primeros de la profesión en señalar las prácticas laxas de Juan Carlos I, además de someter a las élites económicas, políticas y mediáticas a una radiografía no del todo favorecedora. Lo hizo en 1999 con su libro El negocio de la libertad.
La campaña electoral para las generales de 2011 arrancó pronto, pues se celebrarían el día 10 de noviembre, uno de los domingos más lluviosos que he visto jamás desde mi llegada a Madrid. Entonces el sacudón de Los Indignados anunciaba (aún más) tormenta y nosotros en Sauceda nos dedicábamos a lo nuestro: buscar historias, profundizar en ellas, contarlas y no plegarse a las presiones de los anunciantes. El periódico, según el director, contribuiría a la regeneración democrática de este país. “Se trata de recuperar algo tan viejo como contar noticias y hacerlo de la forma más veraz posible”, repetía Jesús, libreta y bolígrafo en mano. Mariano Rajoy ganó las elecciones ese año y Artur Mas estaba a punto de ser investido por segunda vez como presidente de la Generalitat. Así salimos a la calle.
Una década en la que España ha hecho frente a una de sus crisis económicas más dramáticas, un rescate bancario, una abdicación y un posterior destierro de Juan Carlos I.
Desde entonces ha transcurrido una década en la que España ha hecho frente a una de sus crisis económicas más dramáticas, un rescate bancario, una abdicación y un posterior destierro de Juan Carlos I. También cinco elecciones, una declaración unilateral de independencia en Cataluña y la posterior aplicación del artículo 155. Además, claro, de la primera moción de censura exitosa en 40 años de democracia, que derivó en unas elecciones generales (con repetición incluida) y llevó a Pedro Sánchez a Moncloa. Sobrevivimos también a la pandemia y el descalabro.
Diez años después, Jesús Cacho sigue al mando de Vozpópuli, soñando alguna vez con navegar de nuevo el Orinoco, pero con los pies bien puestos sobre la tierra. Lector voraz -de gustos un tanto anglosajones me ha parecido a mí siempre-, Cacho es un hombre sencillo en su forma de vida y claro en sus ideas, alguien que entiende una cabecera no como un negocio, sino como un proyecto intelectual. Por ese motivo, dedico la última Polaroid que firmo en esta cabecera al espíritu moderno que ha caracterizado siempre a Vozpópuli y a su fundador Jesús Cacho, un hombre libre y fiable que nos enseñó a nosotros a serlo.