Los independentistas están más desunidos que nunca. Concurrir juntos o separados a las próximas elecciones no será un camino fácil. Elegir a su líder, menos. Y eso que no las aceptaban.
¿Quién lleva la tienda?
El anuncio de Carles Puigdemont ha caído como una bomba en el seno del independentismo: se ofrece a encabezar una candidatura unitaria en los comicios del 21 de diciembre próximo. Esta maniobra, la última en el rosario de genialidades del cesado president, ha ahondado más en la tremenda fisura que vive en los últimos tiempos lo que hasta ahora parecía el sólido y férreo bloque separatista.
Por su lado, Santi Vila, el cesado Conseller de Empresa que ha sabido tirarse de la moto en el último instante, había expresado claramente su deseo de ser quien encabezase el cambio de rumbo que debía experimentar la ex Convergencia. No es precisamente santo de devoción de nadie dentro de la esfera secesionista, que lo considera poco menos un traidor. Sin embargo, no son pocos los sectores empresariales que verían con buenos ojos que Vila fuese el nuevo líder del nacionalismo catalán, habida cuenta que supondría un freno a la deriva radical iniciada con Artur Mas, que ha acabado con el tremendo poder e influencia que tienen las CUP en este momento.
Como sea que el mismo Mas no puede postularse como número uno al estar inhabilitado, quedan solo nombres de relumbrón, léase Lluis Llach, Germà Bel o incluso la misma Carme Forcadell.
Como sea que el mismo Mas no puede postularse como número uno al estar inhabilitado, quedan solo nombres de relumbrón, léase Lluis Llach, Germà Bel o incluso la misma Carme Forcadell. Se habla incluso de los dos Jordis. De todos modos, la coordinadora del PDeCAT Marta Pascal ha dejado clara la estrategia de su partido que, según todas las encuestas, va a estrellarse estrepitosamente en las elecciones: hay que formar una lista de “país” con el único propósito de liberar a los ahora encarcelados. Dicho en Román paladino: como solos nos la pegamos, vamos a unirnos a Esquerra, que son los que tienen más números para ganar, y así, de paso, evitamos hablar de independencia. Porque ese es el tema, nadie habla de independencia. Ahora todo es llenarse la boca de conceptos rimbombantes como presos políticos, democracia, libertad, Europa o expresiones tan perversas lingüísticamente como “No tenemos miedo”, “España es antidemocrática” o lo último de lo último “¿Respetará España los resultados de estas elecciones?”.
Víktor Kemplerer tendría mucho que decir al respecto de cómo manipulan las palabras los separatistas. ¿España va a respetar los resultados de unas elecciones, cuando son precisamente los independentistas los que, no alcanzando ni el 50% de los votos, se permiten apropiarse de conceptos como “mandato de todo el pueblo catalán?”. Daría risa si no fuese porque esta campaña se presenta como un punto de inflexión en el turbulento mundo político catalán.
Junqueras, las CUP y otros partidos del montón
Que a estas alturas Oriol Junqueras es el santo mártir más venerado del mundo de la estelada es algo indudable. Ha sabido cultivar la imagen de hombre tranquilo, apacible, bienintencionado, ocultando que es el autor del terrible fracaso económico catalán, con más de dos mil empresas que se han ido de Cataluña y una deuda pública catalana calificada como bono basura. Ni un duro en la caja ni posibilidad de conseguir préstamos ni financiación, dependiendo del FLA y Montoro para pagar las nóminas. No es que las finanzas de la Generalitat estén intervenidas en sus cuentas, es que, de no ser así, sería imposible pagar las nóminas de los funcionarios.
De todos modos, como los electores secesionistas viven de la fe y los milagros, nadie pondría ningún reparo a que el ex Vicepresident fuese el 'cap de colla'
De todos modos, como los electores secesionistas viven de la fe y los milagros, nadie pondría ningún reparo a que el ex vicepresident fuese el 'cap de colla'. Lo que no le cuadra al líder de Esquerra es reeditar una nueva versión de Junts pel Sí. Saben que es el momento de hacerles un sorpasso y las puñaladas van que vuelan. En cuanto a que la lista, por más de país que sea y todo lo que quieran ustedes, la encabece Llach o gente similar, es del todo impensable. Esquerra sabe que ha llegado su momento. Esto es lo que ha querido siempre, a saber, acabar siendo el partido hegemónico en la autonomía catalana. Junqueras jamás pretendió otra cosa que ser el nuevo Pujol. No contaba, evidentemente, con la contundencia de la justicia española, pero estar encarcelado le otorga un plus sobre Puigdemont, al que los sectores partidarios del proceso consideran como un traidor que los ha dejado a todos tirados. A pesar de que la consigna convergente sea decir que el President se ha exiliado, la cosa no cuela. Decir que quieres ser el candidato y harás campaña desde Bruselas porque el mundo está globalizado es llamar idiotas a los electores nacionalistas.
Así las cosas, las CUP están flotando en la contaminada atmósfera política catalana. Acabarán por arrimarse a lo que más les convenga, como siempre. Sea como fuere, los gritos que se oían el día que Puigdemont y Junqueras se dijeron de todo en el Palau, a propósito del deseo del primero de convocar elecciones y la oposición del segundo a tal medida, se han incrementado en las últimas jornadas de manera insoportable.
Con el estado mayor del PDeCAT encarcelado – y lo que vendrá -Esquerra tiene mejores cartas que jugar: el mártir preso, el partido que no está afectado por la corrupción convergente, el partido que empatiza más con los sectores emergentes del electorado, en fin, el partido que promete helado todos los días de postre si hay república catalana. Es un partido pueril, con nada que ofrecer en ningún terreno, ni siquiera en el de la independencia, pero ya lo hemos dicho, el electorado es infantil y su puerilidad está tan arraigada que podría ser muy bien que, desde su celda, Junqueras fuese el próximo President de la Generalitat. Puigdemont, mientras tanto, en Bruselas en busca y captura. Esto es lo que hay.
Miquel Giménez