Hay mucha vida más allá de la política. Pero los vicios de la política se extienden como la gangrena en todos los órdenes de la opinión pública. Uno de esos errores contumaces de los representantes públicos que ya se ha instalado entre nosotros es el catastrofismo en los diagnósticos para inculcar el pánico a los votantes. Normalmente lo hace la oposición de turno para criticar al Gobierno de turno al grito de "España se hunde" y otras majaderías semejantes. Ahora todos hacemos algo parecido cuando vemos una terraza repleta de gente y soltamos la frase mágica: "Habrá rebrote".
Quizás el confinamiento nos está volviendo más cenizos o desabridos. La hartura por permanecer tantos días recluidos genera desconfianzas y humos negativos. Lo malo es que en este caso ser algo catastrofistas está bastante justificado. Parece más inteligente pecar por exceso de responsabilidad que por exceso de confianza. Entrar en una espiral hedonista con la excusa de "solo hay que tenerle miedo al propio miedo" no es lo más aconsejable, aunque los datos sean cada día más positivos.
Si somos honestos con nosotros mismos, la realidad es que no tenemos ni la menor idea de cómo va a evolucionar la pandemia. Diríase incluso que tampoco sabemos hasta qué punto podemos frenar los contagios realmente. Abunda la confusión entre los propios expertos, que nos han dicho una cosa y su contraria en unas cuantas ocasiones. Nuestra ignorancia es la madre de nuestra incertidumbre.
No hace falta ser un enemigo de la libertad o un psicótico para entender los riesgos de un posible rebrote de una enfermedad que, no se olvide, ha acabado con la vida de tantos miles y miles de ciudadanos
En cambio, sí conocemos de primera mano lo letal que es la covid-19. Aunque solo sea por eso, por el drama humano que se ha vivido -y ojo, porque toda su magnitud no se ha visto en la tele-, convendría que la gente se tomase la 'desescalada' más en serio aunque lo de las fases, es cierto, suene a chiste. No debemos caer en el error de subestimar al bicho, como ya hicimos en enero y febrero. Lo digo, como ya adivinan, por ciertas imágenes de algunos locales donde parece que nada ha pasado.
Desde la propia OMS vienen advirtiendo, la última vez este mismo martes, sobre una posible oleada del virus en otoño. Está claro que no habrá vacuna ante del año que viene. En China se dispara de nuevo el miedo solo por unos cuantos contagios más. No hace falta ser un enemigo de la libertad o un psicótico para entender los riesgos de un posible rebrote de una enfermedad que, no se olvide, ha acabado con la vida de tantos miles y miles de ciudadanos.
Ahora sabemos, por ejemplo, que, digan lo que digan los epidemiólogos, en cuanto cierren los chinos del barrio hay motivos reales para estar preocupados
Lo bueno, aun en el caso de que venga el rebrote, es que ahora ya sí estamos preparados. O, al menos, mucho más preparados que antes. Sabemos, por ejemplo, que, digan lo que digan los epidemiólogos y los gobernantes, en cuanto cierren los chinos del barrio hay motivos reales para estar preocupados. También tenemos claro que, si se avecina otro confinamiento, no hace falta acudir en masa al supermercado a comprar papel higiénico porque el suministro está garantizado.
Sabemos que es bueno almacenar mascarillas, cervezas y desinfectantes para varias semanas, que tener un perro te garantiza más libertad que no tenerlo, que el teletrabajo no es tan dramático ni tan maravilloso como creíamos, que es bueno tener una bicicleta estática en casa si te gusta el deporte, que las cañas virtuales también tienen sus ventajas o que las homilías sabáticas de Pedro Sánchez son más que prescindibles. Sólo con saber esto último estaríamos preparados.
Desterremos, en suma, esos vicios de los políticos. Ni el pánico que inyectan de los que están en la oposición ni la euforia que venden los que gobiernan. Ni exagerar ni relajarse. Existe el término medio. Se trata, simplemente, de ser responsables. Estamos listos para el rebrote, pero mejor será hacer lo posible para evitarlo.