Opinión

Lo que pudo ser y no fue

Como llegaron, se van a ir. No hay como tener una conversación con alguien de Ciudadanos para que relate su vivencia, a sabiendas de que el final de su camino

  • El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera (1i) y el el secretario general de Ciudadanos José Manuel Villegas (1d). -

Como llegaron, se van a ir. No hay como tener una conversación con alguien de Ciudadanos para que relate su vivencia, a sabiendas de que el final de su camino tiene la fecha marcada y que la vuelta a la normalidad de su vida anterior sabe ya a alivio y reencuentro. En su mayoría pertenecen a la clase media urbana con profesión liberal o carrera profesional al margen de la política. Por eso no sufren medrando por un hueco en otro sitio. Simplemente, esperan a que pasen estos meses hasta la primavera del 23 para colgar la chaqueta de la política y pensar en el futuro sin mirar hacia atrás. Dejan muchas horas de entrega a una causa que creyeron sanadora de los males de la política española.

Ciudadanos reclutó en aluvión a los desencantados del PP o a quienes nunca se hubieran atrevido a entrar en política. Fue un corrimiento de tierras en toda España. En Cataluña ya se había producido. Los fundadores de Ciudadanos se atrevieron a huir del aplastamiento del nacionalismo en connivencia con el socialismo en el que militaban. La corrupción aceleró el enganche a un partido regenerador y el golpe independentista catalán confirmó la necesidad de un partido en toda España sin redes clientelares autonómicas que obstaculizan la defensa de la igualdad de los españoles en todo el territorio nacional.

Los que quedan en Ciudadanos ya no van a ir a ninguna parte porque, en realidad, la aventura para la que se enrolaron ha sucumbido por los errores no forzados de un líder que pudo ser todo y despachó su caso llevándose por delante al proyecto entero. España pudo haber salido del atasco y dar un salto a la alemana pactando un gobierno de coalición. Primero con el PP y después con el PSOE. Pero el objetivo se convirtió en desafío personal. La victoria en las elecciones autonómicas catalanas de 2017 nubló la vista y su digestión acabó como una de esas resacas que se clavan en las cervicales como un cuchillo:

Ahora somos como una de esas empresas zombi a la que sostienen los recursos públicos. Si seguimos abiertos es gracias a aquellos resultados de las municipales y autonómicas de 2019 en los que todavía confiaban en nosotros a pesar de que Rivera ya cerraba la puerta a ser vicepresidente del Gobierno.

-Mira, nos equivocamos tanto que mejor no mirar hacia atrás. En realidad, nos llevaron al despeñadero. Tiramos por la borda un capital entregado de buena fe por millones de personas que pensaron que había que regenerar la vida política española. No lo hicimos bien. Ahora somos como una de esas empresas zombi a la que sostienen los recursos públicos. Si seguimos abiertos es gracias a aquellos resultados de las municipales y autonómicas de 2019 en los que todavía confiaban en nosotros a pesar de que Rivera ya cerraba la puerta a ser vicepresidente del Gobierno evitando que Podemos entrara en el poder con todo lo que eso ha supuesto. Desde el primer día nos llamaron fachas. La izquierda ha cambiado en estos años por culpa de Podemos.

Tiene razón Félix Ovejero cuando explica que ha mutado en reaccionaria. Van en contra de todo y si les matizas, te estigmatizan. Nos llamaban falangitos porque le estábamos comiendo el terreno al PP. En realidad, nos veían como sus sustitutos y por lo tanto culpables de casi todo. Estoy harto de que me llamen facha. Ahora ya, pasado el tiempo, es insoportable porque cualquier cosa que se haga o diga te convierte en un enemigo a batir. No me gusta Vox, jamás les votaría. Pero se han quedado con muchos de los discursos que nosotros teníamos en el 15 y el 16 porque el PP los había abandonado. Lo dicen sin complejos, como entonces Ciudadanos. Teníamos la ventaja de que nuestra defensa de la democracia liberal y la Constitución en Cataluña nos daba una credibilidad de la que carecen que los de Vox: les pierde el tono que emplean.

El PP dejó de defender la igualdad de los españoles. Se acomplejó tanto que ni Casado consigue sacar adelante un proyecto regenerador porque sus compañeros autonómicos le tiran de la chaqueta para que se calle. Salvo Ayuso, el resto sigue siendo ese PP del que huían los votantes. Lo que pasa es que Sánchez ha conseguido que el centro derecha se reunifique alrededor de la única alternativa viable y fiable después de haber sacado al país de dos crisis económicas. Primero nos han absorbido a nosotros. Vox es cuestión de tiempo. Hay votantes nuestros que se pasaron a Vox porque siguen sin fiarse del PP.

En cuanto acabe la legislatura me marcharé, sí, con la sensación, solo eso, del deber cumplido. No me gusta presumir. No soy profesional de la política. Entré en la gestión de lo público gracias a que me reclutó alguien que ya estaba en el proyecto. Casi fue un gesto de amistad. Cuando me marche, me meteré las manos en los bolsillos como un Chaves Nogales resignado y abatido y volveré a lo mío. No me arrepiento de nada, pero tengo pena porque no hemos conseguido modernizar este país de una puñetera vez. ¡Qué envidia sana lo de Alemania! Aquí no hay manera de que los políticos se comporten como adultos”.

La conversación se convierte casi en un monólogo. A pie de calle donde el interlocutor apura el desahogo y recuerda lo que pudo ser y no fue antes de despedirse dando la gracias por la atención prestada.

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