A pesar de la evidencia, tan descarada, todavía la ingenuidad de los bien pensantes especulaba horas después con una estratagema del PP en la votación de la reforma de la reforma laboral en el Congreso de los Diputados. No cabe en cabeza organizada en la sociedad civil un suceso con semejantes características que no haya supuesto sanción e incluso dimisión tras tamaño despropósito. No hubo, ay la ingenuidad, un voto regalado de tapadillo en una supuesta operación de rescate al Gobierno, a la vista de la sublevación de los dos diputados de UPN contra la dirección de su partido en Pamplona. Lejos de cualquier pensamiento cercano a una maniobra oculta, para evitar la catástrofe de poner en peligro los fondos europeos, se presenta tozuda una realidad desesperante.
El diputado Casero, un aparato del PP con escaño y mando en la organización, puso a su partido en el peor de los supuestos: si ni siquiera saben darle a un botón cómo va a creer a quien dice ser alternativa de Gobierno. Por mucho que los estrategas recomienden dejar pasar el tiempo queda la muesca. Desde el comienzo de la gestación de la reforma laboral, el plan debió ser un cauto esperar y ver, a pesar del flagrante desprecio con el que el presidente Pedro Sánchez trata al líder del principal partido de la oposición. La reforma de la reforma laboral contiene agarres para el PP, a pesar de que la lacra de la temporalidad necesitaba recetas más puntuales y sectoriales, véase el campo, que las pactadas por los empresarios y sindicatos.
Al ser una condición, sí una condición, de Bruselas para los fondos europeos, los empresarios firmaron a cambio de defender la flexibilidad interna de las empresas, con la cesión de la revisión de los salarios otra vez en manos de las cúpulas sindicales. La CEOE recuerda que el primer papel de la negociación atufaba a rancio marxismo. El PP no tenía nada que perder. Mucho que ganar, si al final, el mismo día de la votación, hubiera desnudado la soberbia de Sánchez -usa sin rubor los fondos europeos como palanca para ganar las elecciones- con la presentación de un proyecto reformista, liberal y una abstención llena de matices.
Bruselas pedía un acuerdo entre empresarios y sindicatos. Si el PP vuelve al poder, en algún momento en esta década, deberá apoyarse en la Unión Europea y en el carril abierto por sindicatos y empresarios para hacer frente a la herencia de Sánchez, más complicada que la de Zapatero. Una abstención crítica en defensa de los hechos de 2012, acompañada de una propuesta alternativa sin mirar a Vox, que solo dice no por ser quien es el presidente del Gobierno.
La presidenta del Congreso intervino como un miembro más del Gobierno al no actuar con la independencia propia de un cargo con el que representa a la soberanía nacional
La jornada del jueves 3 de febrero de 2022 en el Congreso de los Diputados deja todo tipo de rastros. Para empezar, el deterioro al que, sin miramientos, el presidente Sánchez somete a las instituciones. La presidenta del Congreso intervino como un miembro más del Gobierno al no actuar con la independencia propia de un cargo con el que representa a la soberanía nacional, y no al secretario general de su partido. Embarró el terreno para evitar una derrota de incalculables consecuencias al estar en juego los dineros salvadores de la Unión Europea. No se debería haber llegado a ese punto si el presidente del Gobierno hubiera ofrecido una negociación a Pablo Casado o por lo menos una explicación sobre lo que España se jugaba con la reforma laboral como condición para recibir la mitad de los fondos europeos, es decir, 70.000 millones de euros.
Solo nos faltaba que un dirigente político admita la necesidad de ocultar a sus votantes y a el resto de los ciudadanos el pacto alcanzado para apoyar la reforma laboral
Sánchez desprecia a Casado como lo haría con cualquier líder del PP, único partido con una alternativa, viable y sistémica ante los socios europeos que nos financian con sus fondos y respaldan en las generosas compras de deuda por parte del Banco Central Europeo. La opacidad con la que se ha mercadeado la negociación de la reforma laboral, junto con las actuaciones de unos y otros, aumentan el desistimiento y también la preocupación de una ciudadanía agotada tras la pandemia. Las incertidumbres se empiezan a acumular en la sala de estar de la democracia del 78. Se nos dice que el virus del covid se combate con ventilación.
La metáfora apunta maneras para el caso. La política española anda sometida a la ausencia de explicaciones y a la falta de verdad. Por mucha razón que tenga el líder de UPN, Javier Esparza, frente a sus dos diputados rebeldes que, les guste o no, aceptaron al entrar en la lista el sometimiento a una disciplina que se saltaron con testosterona, pierde toda autoridad cuando afirma en una entrevista en El Mundo que “hablé con el PSOE del desarrollo de Navarra, pero no desvelaré más”. Solo nos faltaba que un dirigente político admita la necesidad de ocultar a sus votantes y a el resto de los ciudadanos el pacto alcanzado para apoyar la reforma laboral.
De arriba abajo el cuadro de desastres ocurridos el 3 de febrero de 2022 en el Congreso cierra la primera mitad de una legislatura condicionada por la táctica, el corto plazo, al margen del interés general. El pánico sembrado por la presidenta del Congreso al anunciar la derrota del Gobierno desencajó al PNV y ERC. Su no resultó ser una carta más en la partida. Nada más lejos de su intención que hacer caer a este Gobierno al que sujetarán hasta que expriman para hacer desaparecer al Estado de sus respectivos territorios. El retrato general de los errores del 3-F no provoca una resignada melancolía sino la peor desesperanza.