Estados Unidos es la primera potencia mundial y el líder indiscutible e insustituible de eso a lo que se llama Occidente. Y esta posición cobra una relevancia fundamental en un escenario, guste o no, de nueva guerra fría en la cual una coalición real de potencias autocráticas, lideradas por China, pretende reconfigurar el orden global. EEUU acaba de celebrar sus elecciones a la presidencia y Donald Trump ha obtenido una rotunda victoria frente a la candidata demócrata, Kamala Harris. Este es el único hecho relevante y obvio a tener en cuenta a la hora de hacer cualquier análisis.
Si el enfoque se realiza desde una perspectiva liberal, ni Trump ni Harris suponían la opción óptima. Pero en la política real, a veces, es inevitable plantearse cual es la alternativa menos mala e intentar que ésta, si triunfa, sea lo más beneficiosa posible para los intereses propios. Por otra parte, la estrategia inteligente de un país de tamaño mediano, léase España, ha de ser la de adaptarse al nuevo escenario para extraer de él las máximas ventajas y minimizar sus potenciales riesgos; es decir todo lo contrario a lo hecho por el Gobierno social comunista. Ante este panorama ¿qué postura ha de adoptar el centro-derecha español ante el cambio de Gobierno en Estados Unidos?
Harris simbolizaba el ideario de un Partido Demócrata sesgado hacia la izquierda con dos rasgos básicos: primero, el soporte y la imposición de la ideología woke en todas las instancias de la sociedad; y segundo, una masiva extensión del Estado en la economía. Ambos planteamientos se alejan de manera clara de los principios-guías de la tradición política norteamericana y de los del centro-derecha occidental. Suponen una combinación explosiva de lo peor de la izquierda estadounidense, el identitarismo, con lo peor de la europea, el estatismo. En consecuencia, su triunfo se hubiese traducido en una erosión de los principios sustentadores de la democracia liberal y del capitalismo.
El proteccionismo 'trumpiano' es una mala receta tanto para la economía y para las empresas norteamericanas como para las del resto del mundo. Ello puede abocar a una guerra comercial de escala plantearía
El trumpismo es una reacción directa contra eso y, de manera indirecta, contra su expansión a escala global. Dado el peso de los EEUU en el mundo, la Administración Republicana puede ser un muro de contención contra marea colectivista impulsada por las religiones post modernas y dar lugar a un proceso de freno o, incluso, de reversión a su desarrollo e implantación en la escena internacional. A priori, este sería el principal beneficio o la esperanza abierta por la victoria de Trump.
Un interrogante es el uso que hará Trump de su brutal acumulación de poder y, en concreto, si emprenderá una 'vendetta' contra sus adversarios internos, una especie de caza de brujas con el consiguiente debilitamiento de los 'checks and balances' del sistema. El nuevo presidente tiene un temperamento exuberante y es poco respetuoso de las formas, pero, si se le considera un peligro para la democracia, podría decirse algo similar de los planteamientos del actual Partido Demócrata y de su cortejo de intelectuales, empeñados en imponer su Fe a los norteamericanos y restringir cada vez más la libertad de cuestionar sus posicionamientos ideológicos en la esfera pública y en las instituciones de la sociedad civil.
En el plano negativo, el proteccionismo 'trumpiano' es una mala receta tanto para la economía y para las empresas norteamericanas como para las del resto del mundo. Ello puede abocar a una guerra comercial de escala plantearía, dar el golpe de gracia a la globalización, tener un impacto muy negativo sobre el comercio internacional y, en consecuencia, sobre el crecimiento económico mundial. La cuestión es si la subida de los aranceles a las importaciones de terceros países será generalizada o selectiva; esto es, si su objetivo, es crear una zona de libre cambio con los estados amigos-aliados de EEUU frente al bloque antioccidental o no. Aquí, las apuestas están abiertas.
Es razonable plantear inquietudes sobre la futura política Administración Republicana, pero no lo es realizar un ataque frontal a Trump. Esto supone olvidar que el su socio natural del PP en ese país es o puede ser uno sólo: el Partido Republicano
La estrategia arancelaria frente a China obedece a razones más profundas: primero, el Celeste Imperio no ha respetado jamás las reglas del libre comercio desde su ingreso en la OMC; las ha usado para desplegar una competencia desleal. Segundo, su política comercial e inversora no responde a criterios económicos y financieros, sino que es un instrumento al servicio de los intereses geopolíticos del Partico Comunista. China quiere reescribir el orden internacional en su beneficio y con ese objetivo ha creado de facto una alianza con las potencias autocráticas enemigas de los EEUU y de Occidente, reforzada por su penetración en muchas zonas para lograr esa meta.
Para la nueva Administración USA, Europa no tiene la importancia estratégica del pasado. Esta se ha desplazado hacia el Indo-Pacífico. América quiere que los estados de la UE asuman mayores responsabilidades en materia de defensa y seguridad y, por tanto, gasten más en esos programas. Esta será la condición esencial para que los EEUU mantengan sus compromisos con la OTAN. La pregunta es si eso es o va a ser suficiente para Trump en el supuesto, por ejemplo, de un ataque ruso a un miembro de esa organización. Y, por cierto, todos los fronterizos con Rusia superan el 2% del PIB del gasto en defensa. Aquí se introduce una interrogación.
En España, las reacciones al triunfo de Trump han sido entre el horror y el pánico en el mundo progre como cabía esperar. Pero sorprende la postura adoptada por la Fundación FAES y, por mi muy admirado José María Aznar, el mejor presidente del Gobierno de la democracia española. Es razonable plantear inquietudes sobre la futura política Administración Republicana, pero no lo es realizar un ataque frontal a Trump. Esto supone olvidar que el PP siempre ha considerado una pieza central de su filosofía la defensa del vínculo atlántico, fuese quien fuese su presidente de EEUU y que su socio natural en ese país es o puede ser uno sólo: el Partido Republicano.