Estos días estamos viendo claro a quiénes sirven las llamadas 'noticias falsas', una etiqueta cada vez más machacona y manoseada. Tratan de crucificar a Iker Jiménez y al equipo de Horizonte por decir que había muertos en el aparcamiento del centro comercial Bonaire medios que también dieron esa misma información, con La Sexta, El Plural y El Diario.es a la cabeza. La única diferencia es que Iker Jiménez ha dedicado tiempo a explicarse y excusarse mientras que sus torquemadas progres no lo han hecho (ni con el Bonaire ni con el llamado 'bulo del culo' en 2021, la invención de agresiones homófobas que dieron por buenas antes de comprobar y que incluso novelaron). ¿Por qué esa agresividad contra el programa de Jiménez? ¿Les molesta un fallo de las mismas fuentes que les mintieron a ellos o el hecho de que que alguien que viene del mundo de ‘lo oculto’ tenga mejores cuotas de pantalla? ¿Le están pasando factura por la valentía con la que cubrió la pandemia, enfrentándose a la narrativa oficial del gobierno, la OMS y las grandes farmacéuticas?
Vivimos tiempos de desplome de la credibilidad de los medios, que han estado más pendientes de servir a los intereses del poder que de informar al ciudadano. Se ha visto claro en la última campaña de Estados Unidos, donde un podcaster de trayectoria independiente como Joe Rogan ha tenido un papel más central en el debate público que muchas cadenas tradicionales. Cuando Rogan entrevistó a Elon Musk, le dio las gracias en directo por la compra de Twitter, ya que permite una circulación rápida de informaciones que cuestionan a los medios tradicionales, que de forma aplastante estaban con Kamala Harris (por encima del noventa por ciento). "El triunfo de Donald Trump ha sido el triunfo de la desinformación", sentenció hace poco Pepa Bueno, directora de El País, como si los 74 millones de personas que votaron al republicano no tuvieran derecho a un criterio propio. En diciembre de 2023, una encuesta de ABC News y el Washington Times desveló que en la última década se había desplomado el número de periodistas profesionales que se declaraban republicanos, mientras se había disparado el de los demócratas. Los republicanos eran solo el 18% en 2002, porcentaje que bajó al 7.1% en 2013 y a un raquítico 3.4% in 2022. Además hay que recordar que no todos los republicanos son trumpistas. Lo que hubo no fue desinformación, sino sesgo militante, que los electores ignoraron en las urnas.
Espejismos nazis
Las élites políticas y mediáticas españolas se mueven en el mismo tipo de burbujas sociales de Madrid y Barcelona. Son tan densas y cerradas que llegan a creerse sus propias fantasías. La última que nos han querido colar es que los voluntarios desplazados a Valencia para ayudar a los damnificados son en realidad "nazis que han ido a hacerse selfis manchados de barro para ganar legitimidad política" (como dijo Ramón Espinar en La Sexta). Los afectados de Valencia coinciden en que los voluntarios han acudido a ayudar y a nada más. Aunque fuesen temibles nazis, no hay nada nazi en gestionar y distribuir más de mil toneladas de ayuda en dos semanas. Sostener que todos son nazis, sin sentir la necesidad de demostrarlo, es parte del problema más que de la solución. El único bulo confirmado por la Guardia Civil es el que nos soltó el presidente cuando dijo que le agredieron grupos de extrema derecha (y cuando mandó perseguirles) .
“Lo que ahora se llama 'noticias falsas' son las élites preocupadas porque algún periodista competente les esté agitando al rebaño", explica un expolítico de izuqierdas
El mejor resumen me lo contó fuera de micrófono un expolítico, que llegó a tener escaño en el Senado por un partido de izquierda: “Lo que ahora se llama 'noticias falsas' son las élites preocupadas porque algún periodista competente les esté agitando al rebaño". Se ha visto claro con la estrategia fallida del sanchismo para vender que son bulos de los 'seudomedios' el caso Begoña, Ábalos, Dalcy y cualquier otra cosa que pueda perjudicar sus cotas de poder. En la rueda de prensa del pasado lunes, Pedro Sánchez felicitó a los medios de comunicación públicos, algo que no es un honor sino una mancha, ya que significa que nunca se han salido del relato que les marca Moncloa. “Yo ya no me creo nada hasta que el New York Times lo llama desinformación”, tuiteó estos días el economista y periodista Jeffrey Tucker, harto de las mentiras contra el trumpismo. “Yo ya no me creo nada hasta que el El País lo llama desinformación”, adaptó el fílósofo español Miguel Ángel Quintana Paz a nuestra situación. No es cuestión de verdad contra mentira, sino de las élites contra la plebe. Tampoco es una batalla por la calidad de la información, sino por dictaminar quién debe disculparse y quién puede irse de rositas.
xavi_lopez
13/11/2024 05:46
Grandísimo y revelador articulo, señor Lenore.
Chasnik
Claro que irán. No hacerlo sería tanto como dar a entender que algo no va como debe o que el clima/ambiente no es propicio. Irán cueste lo que [nos] cueste
M-V-P
¿Que no? pues claro que sí y con más amigos para evidenciar que los sanchez no estan solos. Aunque si mal acompañados, pero eso no les importa.
ulysses
13/11/2024 20:40
Buen artículo. El título va a misa.
Franz Chubert
13/11/2024 22:25
Gracias, Lenore. Así es.