En 1975, Milan Kundera consiguió, por fin, salir de su Checoslovaquia natal (en realidad, él es checo de Brno y siempre le gusta referirse al país donde nació como Bohemia) para instalarse en Francia; así se escapaba de la demencial y criminal dictadura comunista. Tres años después, en 1978, publica, en Francia y traducido al francés, El libro de la risa y del olvido. Un libro que, probablemente, había empezado a escribir en Praga, en los primeros años setenta, justo después de la invasión soviética de agosto del 68 y bajo su opresiva presencia, para terminarlo ya en el exilio. Cuando lo publica, Kundera ya tiene 49 años y ha dejado atrás esa primera mitad de su vida, marcada por el fracaso total del comunismo en el que creyó en su primera juventud. Fracaso representado con brutalidad por la invasión de su patria por parte de los tanques rusos.
Este libro reúne siete nouvelles, que Kundera utiliza para, a partir de sus diferentes tramas argumentales, reflexionar, con la inteligencia y la agudeza que le caracterizan, sobre muchos asuntos trascendentales, desde el amor a la muerte, pasando, claro está, por lo que él había vivido en su Checoslovaquia, desde que, muy joven, participó en la alegría del triunfo del comunismo en 1948, hasta que, maduro y desengañado, sufrió la represión tras la invasión del 68. Pero no se trata aquí de hacer crítica literaria, sino de aprovechar algunas de las enseñanzas de este sabio pensador para lo que puedan servirnos en esta España, que, desde la aprobación de la Ley de Memoria Democrática, es un país más triste y menos libre que antes.
La sección de propaganda, entonces, le hizo desaparecer inmediatamente de la Historia y, por supuesto, de las fotografías, que, desde entonces, mostraron a Gottwald solo en el balcón
El libro empieza con una página que deberían leer todos los que aún creen en el comunismo, que desgraciadamente son muchísimos y muchísimos socialistas del PSOE sanchista, para que aprendan cómo los comunistas han utilizado y cómo utilizarán esa palabra tan llena de significados y de emociones que es la memoria. Aunque Kundera lo cuenta con una precisión y una concisión insuperables, voy a intentar resumir aquí el contenido de esa primera página, llena de enseñanzas: En febrero de 1948, el dirigente comunista Klement Gottwald salió al balcón de un palacio de Praga para arengar a los centenares de miles de ciudadanos que se agolpaban en la plaza, entusiasmados por el triunfo del golpe de estado que los comunistas acababan de dar y que les había llevado al poder, de forma, eso sí, incruenta… por el momento. Aquello –señala Kundera- fue uno de esos puntos de inflexión en la Historia, de los que sólo se producen uno o dos por milenio. Gottwald tenía a su lado a Vladimir Clementis, otro dirigente comunista. Nevaba y hacía frío y Gottwald iba sin sombrero, así que Clementis, solícito, se quitó su gorro de piel y lo colocó sobre la cabeza de Gottwald. Después, la sección de propaganda del partido reprodujo miles de veces esa foto, porque allí, en ese balcón, es donde comenzaba la Historia de la Bohemia (así la llama el autor) comunista. Todos los niños-dice Kundera- conocían esa foto porque la habían visto en carteles, en libros de texto y hasta en museos. Cuatro años más tarde Clementis fue acusado de traición y colgado en la horca. La sección de propaganda, entonces, le hizo desaparecer inmediatamente de la Historia y, por supuesto, de las fotografías, que, desde entonces, mostraron a Gottwald solo en el balcón. De Clementis –termina Kundera- sólo quedó el gorro de piel sobre la cabeza de Gottwald.
Sin comentarios. O mejor, sí; así tratan la memoria y la Historia los totalitarios: por eso, poco después de contarnos la histórica escena y lo que pasó luego, Kundera escribe en este libro una frase que está llena de sentido, sobre todo, cuando sabemos que quien la escribe es un hombre que acaba de escaparse de la dictadura totalitaria más letal de la Historia: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Él sabe lo que dice.
Porque el poder, cuando es absoluto o dictatorial como el de los comunistas checos, pretende adueñarse de la memoria de los ciudadanos. Por eso borraron a Clementis de la foto, como Stalin, en su momento, había borrado a Trotsky de todas las suyas. Por eso, defender la memoria contra el olvido que se nos quiere imponer es la manera más inmediata de luchar contra el poder de esas dictaduras.
Con el canon de la memoria que maneja Bolaños va a resultar que los conventos se quemaron por efectos del cambio climático
En España el gobierno Frankenstein, como antes había hecho el de Zapatero, no ha resistido la tentación totalitaria de apoderarse de la memoria de los españoles con un desparpajo sorprendente. Primero, la histórica; y ahora, la llamada democrática. Así los socialistas quieren imponer una memoria y, al mismo tiempo, un olvido.
Como muy bien ha explicado Joaquín Leguina en un memorable artículo, con el canon de la memoria que maneja Bolaños va a resultar que los conventos se quemaron por efectos del cambio climático y no por la acción criminal de algunos ugetistas y socialistas del 36.
Pretensiones totalitarias
Durante el franquismo los antifranquistas, entre los que, por cierto, no vi nunca a ningún socialista, intuimos algo de lo que dice Kundera y procuramos recuperar del olvido la memoria de aquellos a los que la Historia oficial del régimen tenía postergados; por eso leíamos todo lo que encontrábamos en los libros de El Ruedo Ibérico, que conseguíamos bajo cuerda en Fuentetaja. Pero aquello era una dictadura, mucho más benigna que la checa, desde luego, pero dictadura. Sin embargo, que ahora, en democracia, te obliguen a recordar que Largo Caballero era un atildado demócrata es, aparte de una mentira, una ofensa al mismo Largo que, fatalmente equivocado, nunca creyó en la democracia y, por el contrario, estaba orgulloso de ser el Lenin español.
Bolaños y Sánchez no lo saben, pero Kundera tiene razón: la memoria de verdad es la mejor arma contra ese poder que ellos quieren utilizar como si fuera absoluto. Y esa memoria, la de verdad, es la que va a demostrar sus pretensiones totalitarias de decidir, desde un ministerio, lo que los ciudadanos tienen que recordar y lo que tienen que olvidar.