En la semana previa al 8-M, el autoproclamado primer Gobierno feminista de la historia del nuestro país ha precalentado el cotarro con dos de sus medidas estrellas para combatir al patriarcado que nos oprime. La presentación ha corrido a cargo de dos aliados que, además, son portadores de una cartera ministerial.
El primero en salir a la palestra fue José Manuel Rodríguez Uribes, ministro de Cultura, que anunció que las películas dirigidas por mujeres se considerarán “obras difíciles” para que así opten a un incremento de las ayudas públicas de hasta un 75%. Para rematar la faena, el ministro oxímoron Alberto Garzón (por lo de comunista y ministro de consumo) comunicó que las mujeres seremos incluidas en el colectivo de “consumidores vulnerables”.
El Gobierno celebra así su particular carnaval, disfrazando de feminismo lo que no es más que una manifestación de paternalismo heteropatriarcal de la peor clase. Sí, de ése que dicen que nos quiere sumisas y que ellos vienen a combatir con Irene Montero haciendo las veces de Juana de Arco. Pues antes de buscar basura fuera, deberían barrer su casa, porque esto apesta a machismo viejuno.
Lo más ofensivo es que, después de tildar a las mujeres poco menos que de incapaces, se atreven a asegurar que todo lo hacen en pos de la inclusión. Manda castañas. Deberían hacerse mirar lo de la perspectiva de género, porque la tienen bastante escacharrada: el feminismo es tratarnos a las mujeres como iguales, bonita.
Nuestros actores patrios ponen todo su empeño en pedir el voto en cada aparición pública y que no existe una campaña electoral más machacona en favor de la izquierda que una gala de los Goya
Se me ocurre que, más allá del evidente menosprecio condescendiente hacia nuestra condición de féminas, algún alma descarriada podría llegar a pensar que están usando el feminismo para, por lo bajini, regar de dinero público a sus adláteres del mundo del famoseo y de la intelectualidad feminista. Chiringuitos políticos con el feminismo como coartada.
En lo que a las subvenciones al cine se refiere, es justo reconocer que nuestros actores patrios ponen todo su empeño en pedir el voto en cada aparición pública y que no existe una campaña electoral más machacona en favor de la izquierda que una gala de los Goya. Y en la última se curraron la gratificación, las cosas como son. Convengamos en que, aunque Pedro Sánchez no paga a traidores, a los y las pelotas consumados y consumadas los cubre de prebendas, ya sea en forma de paguita, ya sea en forma de carguito. Llevar muy mal las críticas no está reñido con premiar muy bien la adulación. Nada extraño viniendo de alguien que se refiere a sí mismo como “Mi Persona”.
Lo de conferirnos a las mujeres un plus de vulnerabilidad en materia de consumo por razón de nuestro sexo sí que es para correr a gorrazos al ministro Garzón. Qué manera de denigrar la condición femenina y nuestra valía personal y profesional. Y todo porque necesita un pretexto para crear unos cuantos observatorios y direcciones generales más en los que colocar a sus afines.
Pero bueno, que el feminismo es una coartada electoral para colonizar lo público y crear redes clientelares de votantes no es ninguna novedad y, a estas alturas, ya no debe sorprender a casi nadie. Al fin y al cabo, el PSOE sublimó el clientelismo en Andalucía tejiendo la red del caso ERE. Son dueños del know how, ahora sólo les queda que la implantación de la perspectiva de género culmine con éxito.
Un macho violador con hucha
Más censurable es que aquellas que públicamente se fustigan cada vez que no se emplea el lenguaje inclusivo o no se cumplen sus estándares de paridad, callen vergonzosamente cuando divisan en la lontananza las jugosas subvenciones. El Estado opresor es un macho violador salvo cuando agita la hucha y tintinean en su interior las monedas. No, si al final va a resultar que la revolución contra el heteropatriarcado no es más que eslogan que agitan en nombre del feminismo quienes no tienen problema en verse humilladas a cambio de unos cochinos euros.
Pero no todas somos así. A muchas nos toca enormemente las narices ser encasilladas y toleramos mal el paternalismo y la condescendencia, tanto la que viene de los hombres y mujeres de nuestro entorno, como la del Estado. Porque no necesitamos manual de instrucciones ni vamos a asumir su obligatoriedad por un puñado de dólares. Parafraseando el popular eslogan publicitario: nosotras lo valemos y, por eso, no nos vendemos.