Desde 1978 celebramos España como la nación de todos. Hoy nuestro país es, con sus imperfecciones, una ciudadanía común, un Estado de Derecho y, según los índices internacionales, una de las democracias más avanzadas del mundo. Y siendo España todo eso, España no es únicamente eso. España es, además, una emoción de pertenencia, una tradición, un pasado y una cultura compartidas; una comunidad enraizada en la historia; una trama de afectos y solidaridades
El 12 de Octubre de 1492 España desborda sus propios límites territoriales y establece un modelo imperial que, como Roma, replicó la metrópoli en los nuevos asentamientos. Legamos una cultura, unas leyes, una religión y una lengua que hoy comparten casi 600 millones de personas en el mundo. España se trasplantó al otro lado del océano creando, al contrario que otras potencias, una rica sociedad mestiza.
Por esta razón, porque España ha sido históricamente una nación extendida por el mundo, que integró razas y culturas diferentes, nuestra identidad no puede ser sino inclusiva y universal. Hay vestigios de España hasta en los lugares más remotos del planeta. España es europea, es africana y es americana; pero no sólo. España es atlántica y mediterránea, España son los viejos reinos de Aragón y de Castilla, la guerra y la paz, los Tercios y el Siglo de Oro, Tirant lo Blanch y Don Quijote, las cumbres de Covadonga y los desiertos de Almería. Y es todo ese proverbial bagaje histórico y cultural el que, con el andar del tiempo, forja la Nación española.
La irrupción de Zapatero cambia, por desgracia, la historia de España; su acción de gobierno dinamita los consensos del 1978
Una nación que, como todas, cuenta con glorias y miserias. Es preciso aceptar España toda y vivir en paz con el ayer. Para la salud política de una nación es necesario un consenso mínimo sobre lo que esa nación es. Compartir, al menos en lo esencial, un relato común de España. Y ese relato común existió hasta el año 2004: era el de la España reconciliada y democrática de la Transición. La irrupción de Zapatero cambia, por desgracia, la historia de España; su acción de gobierno dinamita los consensos del 1978, resucita las dos Españas y pone en cuestión la legitimidad democrática del centroderecha español.
Indultos en marcha
Es justo reconocer los intentos de algunas figuras del socialismo por reconducir una deriva que observaron con estupor. Mas todos fracasaron. El sanchismo ha erradicado cualquier resto del viejo socialismo español. Hoy su partido, que fue protagonista y fundador del actual sistema constitucional, contribuye, por acción u omisión, a su demolición. Hace pocas fechas el ministro de Justicia aludía abiertamente a una “crisis constituyente”. Ocurrió en sede parlamentaria y dirigiéndose a portavoces separatistas. Fue el mismo ministro que hace unos días se indignaba escuchando vivas al Rey; el mismo que ahora anuncia indultos para golpistas condenados por tratar de subvertir el orden constitucional. Delitos cuyos autores, lejos de arrepentirse, anuncian volverán a cometer.
El proceso de radicalización iniciado con Zapatero ha llevado al partido socialista a compartir gobierno con un partido abiertamente guerracivilista y cuyo objetivo declarado es derribar el régimen del 78. El líder de ese partido es hoy el vicepresidente de Pedro Sánchez y ha amenazado a la oposición con no volver a sentarse en un Consejo de ministros. Esto es, ha anunciado la extinción de la alternancia en el poder. El fin de la democracia parlamentaria.
Madrid, locomotora económica de la nación y sede de sus instituciones, no abdicará de sus responsabilidades constitucionales
Hoy el objetivo declarado de al menos una parte del Gobierno de España y de todas las fuerzas políticas que lo sostienen es la extinción de la monarquía parlamentaria, el control de la Judicatura y el fin del actual modelo territorial, vigas maestras del sistema alumbrado en 1978. Y Sánchez está dispuesto a modular la velocidad de sus socios, mas no la dirección.
De un tiempo a esta parte la Comunidad de Madrid se ha convertido en el otro gran obstáculo para consumar la misión histórica para la que se creen investidos. Y no yerran el análisis: Madrid, locomotora económica de la nación y sede de sus instituciones, no abdicará de sus responsabilidades constitucionales.
Tierra de libertad
La historia ha demostrado que el pueblo de Madrid sabe resistir. Lo hicimos y lo haremos. Contra el virus y contra las pulsiones políticas autoritarias de los que, desafiando toda lógica sanitaria y contraviniendo los fallos judiciales, sólo buscan someter a cuantos se opongan a su proyecto de demolición constitucional. Y Madrid es, para el Gobierno y sus socios, uno de los grandes símbolos de ese régimen que buscan derribar, de esa nación que anhelan extinguir.
Este pedazo de tierra española, que acoge orgullosa la capital de la Nación, que es la cuna de Cervantes, que fue escogida por Felipe II para levantar el Escorial; esta tierra de Libertad es y será el contrapeso de las veleidades separatistas. Madrid permanecerá alerta frente a las nuevas cesiones que ya se anuncian. Porque han sido las cesiones, y no la firmeza, las que nos han traído hasta aquí. Y ha sido la ausencia de España, y no su presencia, la razón de la grave crisis nacional y constitucional que amenaza.