Decía el general Salas Larrazábal, autor del mejor estudio histórico acerca del ejército de la República y que hizo la guerra con Franco, que la guerra civil fue inevitable. No por oscuros complots, que los hubo, ni por torvos intereses internacionales, que también. Su opinión era infinitamente más triste: “Lo cierto es que no nos aguantábamos los unos a los otros”. He ahí la razón última por la cual los españoles siempre acabamos como acabamos, insisto, al margen de otras muy ciertas y válidas, pero que nos hacen perder de vista algo que conlleva nuestro propio carácter. Cuando en un café – ahora Twitter, ese feísimo sustituto de las tertulias con aroma a vegueros, coñac y ruido de trasiego de camareros – hay quien no quiere sentarse con fulanito porque es de tal o cual idea, vamos mal.
Hablo de Twitter porque es donde se producen los encontronazos dialécticos más sórdidos y cobardes, puesto que los vocingleros suelen ampararse en un anonimato vil. Conocido es que la persona que no da la cara a la hora de defender su manera de pensar o bien no vale nada como ser humano, o las que no valen nada son sus ideas. Poco durarían estos sujetos en aquellas magníficas contiendas dialécticas de la Fontana de Oro, que tan bien dejó escritas para la posteridad Pérez Galdós, o las del Fornos, o la sublime del Gijón, o la de Pombo. En mi Barcelona también teníamos muchas de gran calidad que en su día hicieron cátedra: la del Ateneu, con personajes tales como Sagarra o Pla; la del Hotel Colon, de la que se decía que si no ibas por ella no eras nadie; la célebre de La Puñalada, encabezada por un risueño y báquico Santiago Rusiñol por la que pasaba todo aquel que pintaba algo: Unamuno, Valle Inclán, Rubén Darío, en fin, el acabose.
Ahora nadie habla con nadie que no sepa que va a darle la razón. Y si alguien lo hace es por puro navajeo, por la cuchillada dialéctica y el golpe mortal, torpe y embrutecido, que siempre suele delatar al fanático. No hemos aprendido nada de la historia, ni a la gente le importa un pito. Teniendo liga de Fútbol y programas de cotilleo intelectualmente rayano en lo pornográfico, hallase la masa satisfecha. Puede sonar radical, pero es la realidad, Nuestra sociedad vive embrutecida por culpa de aquel pan y toros que ahora, para más INRI, ni va a proporcionarnos pan ni nos permitirá ver a los toros. Es la vulgarización de todo. De ahí que no debería extrañarnos ese reverdecimiento de la mala bajandí, la mala leche, entre nosotros. La cosa puede entenderse si tenemos en cuenta que venimos de un confinamiento total, dictatorial, excesivo, con un estado de alarma aparejado que se dictó por cuestiones puramente políticas y no sanitarias, y que se podría haber evitado actuando de manera eficaz sin cargarse la economía ni la salud pública.
¿No les parece extraño que la mala leche no se dirija contra los responsables? ¿No resulta insólito que toda esa mala bajandí no salpique al gobierno en las encuestas?
Añadan la crisis y verán que es lógico que los ánimos anden caldeados. Lo singular es que tal cabreo, que irá a más a medida que aumente el paro, la pobreza y se perciba que la broma ha terminado y que ni Resistiré, ni aplausitos en los balcones, no repercuta en nuestros gobernantes. ¿No les parece extraño que la mala leche no se dirija contra los responsables? ¿No resulta insólito que toda esa mala bajandí no salpique al gobierno en las encuestas? Porque hay quien sigue, si hemos de ceñirnos a las encuestas, manifestando su intención de votar a Sánchez o a los separatistas. ¿Ven?, de ese interrogante sociológico no puede discutirse en Twitter.
Como yo voy por libre y tengo la suerte de producirme en sitios como este o en el programa de Carlos Herrera. lo planteo. ¿En qué hemos ido a parar, compatriotas? Ese pueblo ingobernable, guerrillero e indómito, ¿se ha convertido en una dócil masa de borreguitos? Claro que lo de pueblo rebelde no fue más que una de las muchas invenciones de gabachos como Merimé, que sabía de España lo que servidor de encaje de bolillos. Una españolada, vamos.
A lo mejor nos hemos quedado solo en un tópico ideado por extranjeros para distraer a sus lectores. Un espectro vago e impreciso que terminó con la crisis del noventa y ocho. Quién sabe. Pero me jodería, con perdón. Uno también tiene mala bajandí, palabra, por cierto, que significa en caló “guitarra”, aludiendo a que quien la tiene anda desafinado por la vida y no suena bien. He ahí la descripción perfecta del momento.