La candidatura de Manuel Valls a la Alcaldía de Barcelona ha sido acogida como una excelente noticia por los constitucionalistas catalanes. El veneno separatista se ha extendido tanto y ha deteriorado hasta tal punto la salud civil de Cataluña que se hace necesario un antídoto de enorme potencia para neutralizarlo. Ciudadanos lo consiguió en las autonómicas de 2017 al ser la fuerza más votada con una cabeza de cartel de la destreza comunicativa, la firmeza de convicciones y el carisma de Inés Arrimadas, ese ciclón venido del Sur para barrer con su ímpetu insobornable las miasmas sulfúreas del supremacismo racista, excluyente y totalitario que hoy aherroja a la sociedad catalana con las cadenas de su fanatismo irracional y que está llevando a una Comunidad que era dinámica, abierta, innovadora y próspera a la parálisis, al aislamiento y a la ruina. Sin embargo, un sistema electoral favorecedor de las comarcas interiores -Tractoria- impidió formar una mayoría comprometida con la democracia, el pluralismo y el imperio de la ley. Los golpistas, por supuesto, una vez conseguido el control del Parlament han procedido a cerrarlo, como es propio de la gente de su ralea.
Valls no puede pastelear. Una campaña oscilante entre el orden constitucional y el independentismo, al estilo de Iceta, le conduciría sin remisión al fracaso
Al partido naranja se le planteó, tras superar con brillantez la prueba de las elecciones del 21 de Diciembre del año pasado, la necesidad de ofrecer a los barceloneses una candidatura al Ayuntamiento a la altura del peso demográfico, económico y cultural de la ciudad, y de la calidad y la potencia requeridas para derrotar a la coalición de secesionistas y de populistas de extrema izquierda que sin duda se repetirá en 2019. Esta empresa exige una lista de indiscutible solvencia con un número uno que posea en el plano municipal un atractivo y una capacidad de arrastre iguales -superiores es imposible- a los de Arrimadas para la Autonomía. La idea de presentar al exprimer ministro de Francia, barcelonés de nacimiento y trilingüe en francés, catalán y español, fue un brillante acierto que unió a la imaginación un factor sorpresa que ha descolocado a sus rivales. En efecto, Valls cuenta con una magnífica formación, con una trayectoria notable por su dedicación, esfuerzo y compromiso en todos los puestos que ha desempeñado y ha llegado a base de trabajo, perseverancia y mérito a las más altas responsabilidades. No es exagerado afirmar que con Valls al frente de la Alcaldía Barcelona será mucho más competitiva y prestigiada que con cualquiera de los demás candidatos de los otros partidos que hasta el momento se prefiguran. Utilizando un símil futbolístico, los barceloneses harían mal en perder la oportunidad de fichar a una estrella que puede hacer que la capital de Cataluña gane los trofeos más codiciados en el campeonato mundial de grandes urbes. Además, el hecho de que sea nacional de un Estado-Miembro de la Unión Europea distinto a España presta a su candidatura un indudable valor simbólico de carácter antinacionalista e integrador porque representa el concepto de que los principios universales de libertad, igualdad y solidaridad están por encima de las identidades nacionales. En otras palabras, Valls encarna de manera explícita en su persona el espíritu ilustrado, cosmopolita y europeo del que los separatistas catalanes son la negación.
Con él al frente de la Alcaldía, Barcelona será mucho más competitiva y prestigiada que con cualquiera de los demás candidatos de los otros partidos
Obviamente, la columna vertebral de la candidatura de Manuel Valls ha de ser el patrimonio político, social e ideológico, así como los recursos humanos y logísticos, que le proporcione Ciudadanos, sin perjuicio de que articule una plataforma de más amplio espectro para movilizar a su favor a un extenso abanico de sectores de la sociedad civil barcelonesa. En este aspecto, ha de aprovechar al máximo la desbordante popularidad de Albert Rivera y de Inés Arrimadas entre sus potenciales votantes, por lo que su participación en la campaña debería ser intensa y frecuente. En cuanto al planteamiento estratégico de su proyecto para Barcelona y al contenido de su discurso, ha de tener muy en cuenta que la sociedad catalana está escindida prácticamente en dos entre constitucionalistas y secesionistas y que queda poco espacio para posiciones tibias o intermedias. Un discurso conciliador con pretensiones de imparcialidad es interpretado por la inmensa mayoría de cada uno de los dos lados irreconciliables como traición o cobardía. Es por eso que el PP está al borde de la desaparición, el PSC en cotas anormalmente bajas, Podemos capotó en las autonómicas, Ciudadanos las ganó arrolladoramente y el bloque golpista obtuvo algo más de la mitad de los escaños del Parlament. Los mensajes de Valls han de evitar completamente cualquier ambigüedad, vacilación o signo conciliador respecto al separatismo totalitario, racista, supremacista y antieuropeo. No ha de dudar en verlo como el Mal absoluto y transmitir al electorado su convicción de que liberar a Barcelona de su yugo es defender la democracia y la sociedad abierta frente a la barbarie, sin concesiones ni pasteleos. Un enfoque blandamente catalanista, oscilante entre el orden constitucional y el independentismo, al estilo de Miquel Iceta, sería letal y le conduciría sin remisión al fracaso. Como Ulises, se ha de atar al mástil y cerrar sus oídos a los posibles cantos de sirena que le quieran arrastrar al lodo viscoso de la equidistancia.