Las noches de verano suelen aflojar la lengua de aquellos obligados a guardar secreto de lo que ven y hacen sus jefes en la sombra. Son las cenas copiosas, los cielos estrellados, el glamur de esas confidencias que se entrevén plagadas de promesas. “Pedro tiene cuatro objetivos: acabar con la imagen desastrada, heredada de los tiempos de Zapatero, de gente incapaz de gestionar la Economía; dinamitar el abrazo siamés del PPSOE, es decir, romper el lazo de esa corrupción que nos ha ligado a la derecha; ser amable con los catalufos, a los que habrá de colmar de promesas, y, finalmente, tirar del gasto social hasta donde lo permita Bruselas y más allá. Si cumplimos estos objetivos, tendremos Pedro Sánchez para rato”. Tal decía este pasado agosto, cena de verano en casoplón de la costa mediterránea, uno de sus hombres de confianza. “Oye, oye”, surgió alarmada la vocecita de la elegante anfitriona que corría con la cuenta, “¿cómo pensáis gastar más y cumplir con Bruselas?” “No te preocupes, fulana”, respondió el aludido, “que esta fiesta la van a pagar los ricos”.
Es lo que quiere Pablo Iglesias. Él ya es uno de ellos, con dacha en la sierra madrileña por la que dice haber pagado 600.000 pero que los expertos valoran justo en el doble. Iglesias sigue la pauta de todos los líderes comunistas que en el mundo han sido. La vanguardia vive bien, en realidad vive como un obispo preconciliar, pero para justificar su estatus necesita una parroquia a la que subsidiar y mantener detrás cual feroz guardia de corps, a costa de una mayoría que sufre las penurias del experimento. Iglesias salió el jueves de su encuentro con Sánchez investido de la condición de copresidente. “Vamos a cogobernar juntos desde el Parlamento”. Y recitando una panoplia de medidas que abarcan de lo humano a lo divino. Sin puta idea de nada. Como cuando alguien le pregunta cómo se va a materializar la prometida rebaja del IVA para algunos productos básicos. “Es un tema al que no puedo responder”, titubea, “porque es de una extrema complejidad”. El señor marqués de Galapagar, verborrea fatua, exuberancia capciosa, despliega una cultura oceánica de un milímetro de espesor. Él no ha dado palo al agua en su vida; jamás ha dirigido una pyme ni pagado una nómina. La señora marquesa ha trabajado menos aún. Que paguen los ricos. Y ¿qué dice Pedrito de esta orgía de gasto que anuncia su socio? En su cuenta de twitter ha dicho sentirse “muy satisfecho por el productivo encuentro de esta tarde. Estamos en el buen camino para presentar en noviembre unos presupuestos sociales que comiencen a recuperar el Estado de bienestar destruido por la crisis y los recortes”.
¿Qué es lo que se ha destruido, Pedro, cuando el PIB y el gasto social están ya en niveles muy superiores a los de 2007? En la mañana del mismo jueves, el okupa que nos preside había recibido en Moncloa al comisario Moscovici, al que prometió enviar un proyecto de PGE para 2019 antes de finales de octubre, amén de asegurarle el cumplimiento de los objetivos de déficit. ¿Mintió Pedro por la mañana a Moscovici o mintió por la tarde a Iglesias? ¿Engañó a los dos al tiempo? Las alarmas han empezado a sonar en la Economía. Ya desde la moción de censura los principales indicadores (confianza de los consumidores, producción industrial, sintético de confianza económica), empezaron a mostrar una tendencia hacia la desaceleración que se ha visto confirmada a la vuelta de las vacaciones en las ventas al por menor (índice clave), desempleo, caída del turismo, etc. Se trata de una tendencia agravada por dos factores exógenos tan importantes como la subida del precio del petróleo (brutal shock de oferta) y el comienzo de una política de normalización monetaria por parte del BCE (drástica reducción de la compra de bonos), con expectativa de subida de tipos.
Con todo, la situación no es alarmante, ni mucho menos. Si bien perdiendo fuelle, la economía española tiene todavía recorrido, al punto de que este curso podría cerrarse con un crecimiento del PIB superior al 2,5% (3% en 2017) y una creación de empleo neta cercana a los 400.000 (cien mil y pico menos que en 2017). Todo hace prever que la desaceleración, aún con crecimiento positivo, será más pronunciada en 2019, pero nada de lo que ocurra, salvo catástrofe catalana, tendrá influencia directa en unas generales que Sánchez pretende convocar en mayo próximo, coincidiendo con municipales y autonómicas. Los efectos de esa desaceleración todavía no serán percibidos por el votante medio en 2019, si bien empezarán a hacerse evidentes a lo largo del ejercicio 2020. La desaceleración no dañará pues las expectativas electorales del indocumentado que nos preside, así de simple.
Un camino sembrado de bombas
Naturalmente, cualquier gobernante serio, cualquier presidente “normal” consciente de su responsabilidad, procuraría, al margen de su ideología, adoptar las medidas necesarias para contrarrestar esa desaceleración mediante un ajuste “suave” del gasto, con la vista puesta en cumplir a rajatabla los objetivos de déficit y deuda, y la determinación de volver cuanto antes al pleno crecimiento evitando esos brutales ajustes, con pérdida de millones de empleos, a los que las crisis nos tienen acostumbrados en España. Justo lo contrario de lo que en apariencia pretende hacer el inquilino de La Moncloa. La idea de ese “programa social” que vende Iglesias, consistente en regar con dinero público cualquier iniciativa o sector calificado de progresista, al tiempo que fríe a impuestos a particulares y empresas (por no hablar de acabar con la reforma laboral, devolver el poder a los sindicatos, etc.), no puede por menos de reavivar el fantasma de una eventual nueva crisis de dimensiones profundas a partir de 2020. “La desaceleración en curso no sería preocupante si se adoptaran las decisiones correctas; lo alarmante es que Sánchez, urgido por su precaria minoría, empiece a sembrar el camino de bombas que podrían empezar a explotar en un par de años”.
El resultado es desconcierto y desconfianza. Expertos hay que sostienen que si este Gobierno realmente llegara a poner en marcha algunas de las medidas aludidas por Iglesias (la subida del salario mínimo, por ejemplo, con efectos devastadores sobre el empleo menos cualificado), el crecimiento del PIB podría irse por debajo del 1,5% en 2019, mucho antes de lo que considera el consenso de los economistas, porque la desaceleración en curso está siendo más intensa de lo previsto. La alarma es general en el empresariado. Como la decisión de esas fortunas a las que el marqués de Galapagar persigue de poner su patrimonio a buen recaudo. La banca privada está haciendo su agosto. “Estamos viviendo situaciones que podrían calificarse de hilarantes. Gente de la calle que viene a que le coloques fuera 40.000 euros, porque quiere poner a buen recaudo sus ahorros. Lo siento, señora, pero nosotros no trabajamos con esas cantidades”, asegura, pidiendo anonimato, el delegado en Madrid de un banco luxemburgués.
Desconfianza y miedo. Desde las filas del socialismo clásico, no precisamente afecto al sanchismo, llaman a la calma: “La gente está demasiado nerviosa y no es para tanto. La presentación de los PGE en octubre/noviembre y su tramitación por vía reglamentaria, con el Congreso cerrado en enero, nos llevará a febrero sin acuerdo, sin respaldo suficiente para aprobarlos, de modo que en marzo Pedro podrá disolver las Cortes y convocar elecciones con el argumento de que no ha podido aprobar sus Presupuestos por falta de apoyos, por lo que cede la palabra a los ciudadanos. Calma, pues, porque iremos a las urnas en mayo. Ello contando con que el separatismo catalán no lo haga saltar todo por los aires antes de tiempo, claro está”. Un argumento que muchos españoles comprarían hoy sin discutir el precio, en vista del desbarajuste general que parece haberse apoderado del país. El drama de España no es que siga sin haber Gobierno, como ocurría durante los últimos tiempos de Rajoy, sino que al frente del mismo figura un necio presuntuoso sin idea de casi nada, dominado por un sectarismo puesto al servicio de una ilimitada ambición de poder, y sin una sola voz de peso que le llame al orden, desde luego no la ministra del ramo, desaparecida en combate, empeñada en hacer bueno lo que en Moncloa dicen de ella ahora mismo: “la Calviño no pinta Nadia”.
Gobierno de ineptos, dispuesto a ponerle palos a la rueda del bienestar colectivo, como el episodio ocurrido estos días con Arabia Saudí ha puesto de relieve. La ministra de Defensa decide por su cuenta prohibir el embarque en Santander de unas bombas destinadas a ese país. Ella misma redacta la nota de prensa y la filtra a la SER. Cuando desde Riad avisan al comité de empresa de Navantia, San Fernando, Cádiz, 6.000 familias viviendo de los astilleros, que van a proceder a suspender la construcción de cinco corbetas, carga de trabajo para cinco años, la plantilla se moviliza y se echa a la calle, y el Gobiernito da marcha atrás y se la envaina sin rechistar. “El Gobierno hace lo que dice”, dijo ayer el pollo feminista, europeísta y social. Y bien, ¿ha dimitido ya Margarita está linda la mar? Si lo que está ocurriendo aquí y ahora no fuera un drama, podría ser el perfecto argumento para una farsa. La comedia de los idiotas. Sin nadie que levante la voz y diga que esta fiesta no la van a pagar los ricos, sino los españoles más humildes. Nadie que salga a recordar que no se puede jugar con las cosas de comer. ¿Dónde están los Felipe, Guerra, Rubalcaba…? ¿Dónde, los que en octubre de 2016 mataron al sujeto sin enterrar su cadáver? ¿Cómo es que ahora no dicen ni mu? ¿Dónde se esconden los empresarios? ¿No tienen nada que decir en esta coyuntura? ¿Les preocupa la cuenta de resultados? ¿Les importa algo el dinero de sus accionistas? Y ¿qué decir del PP? ¿Por dónde anda el PP? ¿Qué está pasando ahí? ¿Por qué no salen de una vez de la maldita cueva de Génova y se preocupan un poco por el futuro de un país que ha descarrilado entre la maldad de unos y la desidia de casi todos?