Josep Bou es un pequeño-mediano empresario catalán que ha demostrado su coraje al enfrentarse al nacionalismo hegemónico como presidente de la organización Empresaris de Catalunya, una meritoria agrupación de oponentes al separatismo y defensores del orden constitucional y de la plena inserción de su Comunidad en una Nación española unida, democrática, plural e integradora. Desde este foro, ha denunciado con contundencia los enormes perjuicios que el procés ha causado a la economía catalana y ha exigido a los secesionistas el respeto a la ley y a los derechos fundamentales de todos sus conciudadanos. Hasta aquí, la actuación del hoy concejal independiente del PP en el Ayuntamiento de Barcelona ha mostrado siempre coherencia, sensatez y claridad de ideas. De repente, sin motivo que explique semejante giro, Bou se ha descolgado con unas declaraciones en Radio 4 que han levantado la lógica tormenta: “Presentar a Cayetana fue un error. Para Madrid, Ciudad Real o Toledo, sí, para aquí, no, porque los catalanes queremos gente de casa. Esto funciona así”. “El PP ha de tener gente de aquí, que sea catalana, que tenga apellidos catalanes y que hable en catalán” ha rematado el locuaz edil liberal-conservador.
Ante este episodio perturbador, surge de inmediato una pregunta: ¿Cómo puede ser que un representante destacado de una formación política se sitúe de manera tan incomprensible dentro del perímetro doctrinal de su peor adversario ideológico y no disponga de un mecanismo de alarma cerebral que le impida caer en una contradicción tan flagrante? No es un descargo para él, pero sí es interesante hacer notar que no es el único que en las filas del PP regala al mundo perlas de similar porte. Por ejemplo, oír a una ex-presidenta de las Cortes afirmar en un programa de televisión de gran audiencia que “El Estado de las Autonomías es lo mejor que nos ha pasado”, a un Secretario General contemplar la posibilidad de incrementar las transferencias de competencias a Cataluña con el fin de calmar a los golpistas o a un ex-presidente de Gobierno de esa misma fuerza enorgullecerse públicamente de haber subido el IRPF siete puntos después de haber prometido bajarlo, indica que nadie está libre del pecado de las incursiones sumisas en territorio conceptual hostil en el actual primer partido de la oposición.
Puestos a buscar explicaciones de estos sinsentidos, una primera que viene a la cabeza es que sus motivaciones sean de tipo electoral. Así, estos dirigentes del partido azul harían planteamientos opuestos a sus convicciones para ganar votos, es decir, aceptarían implícitamente que sus adversarios políticos socialistas y separatistas son mucho más eficaces que ellos a la hora de arrastrar a la opinión hacia sus tesis y que, por tanto, no les queda otro remedio que sumarse parcial y renuentemente a ellas con el fin de mantener el apoyo de la ciudadanía. En otras palabras, confesarían su incompetencia argumental y comunicativa frente a sus rivales.
Unos cuantos integrantes de la cúpula del PP carecen de principios y de una base conceptual y moral definida
Una segunda vía para entender este descorazonador fenómeno consistiría en concluir que unos cuantos integrantes de la cúpula del PP carecen de principios y de una base conceptual y moral definida y que, flotando en un relativismo cínico y un completo vacío intelectual, dicen en cada momento lo que creen que les conviene o que suscita menos hostilidad, la conocida máxima rajoyana de no meterse en líos. Si tal opinión parece que es mayoritaria, pues nos adherimos con el fin de evitar incomodidades y de no alterar el placer suave de la siesta.
Y una tercera y la más inquietante es que realmente hayan sido contaminados por el marco mental del enemigo y lo hayan incorporado a su propia visión del mundo, en la línea de la célebre dedicatoria de Hayek de su libro Camino de Servidumbre “a los socialistas de todos los partidos”. Desde esta perspectiva, el infeliz Bou, tras décadas de bombardeo de supremacismo identitario sobre sus indefensas neuronas y en ausencia de suficientes anticuerpos ideológicos y éticos, cree sinceramente que para ser cabeza de lista en Barcelona hay que tener árbol genealógico étnico y cultural catalán de suficiente arraigo para que la pureza del producto sea aceptable.
La incapacidad de sucesivos líderes de los partidos ahora llamados constitucionalistas de reconocer la trascendencia de la guerra cultural de la que la política es la apariencia y la consecuencia, ha hecho que los gérmenes patógenos del totalitarismo, el colectivismo, la ideología de género, el hedonismo insustancial, el transhumanismo, el nacionalismo identitario y el fanatismo intolerante se multipliquen y prosperen incluso en sus propias filas. En medio de este panorama desolador, aquellos que verdaderamente se comprometen con los valores de la sociedad abierta y luchan todos los días contra la barbarie pese a los sacrificios y los peligros que eso implica, se desesperan al comprobar como su número va menguando y, lo que es peor, la frecuencia con la que deben jugarse el cuello bajo fuego supuestamente amigo.