“Usted se tiene que ir, don Mariano. ¿Va usted a pactar más gasto social con la izquierda para poder seguir en el machito? ¿Está usted dispuesto a arruinar las cuentas públicas? Por vergüenza torera o por patriotismo constitucional, tiene que irse. Usted no puede seguir siendo el tapón que tiene paralizado un país entero y que impide la regeneración del PP, si ello es posible, y el surgimiento de una nueva derecha liberal, reñida con la corrupción, cumplidora de la ley y comprometida con las reformas. Es verdad que nadie se atreve a decírselo en su partido, pero debe usted saber que el 95% del mismo está convencido de que con otro candidato en las generales del pasado 20D sus resultados hubieran sido notablemente mejores, y de que si insiste en ser cabeza de cartel en mayo acabará por hundir una organización presta a estallar en banderías en cuanto pierda las sinecuras del poder. Usted tiene que irse, e irse ya”. La parrafada anterior fue escrita por quien esto suscribe hace justo un año, el 30 de diciembre de 2015, apenas 10 días después de las generales del 20D, y cuando ya era evidente que estábamos condenados a volver a las urnas en torno a mayo/junio para deshacer el nudo gordiano de diciembre.
Es evidente que, en el supuesto de que mi ruego llegara a estar sobre su mesa de trabajo, Mariano Rajoy no me hizo ni puñetero caso, como, por otro lado, era de prever. Siempre he mantenido que esta es una de las –pocas- cosas buenas de este personaje cada día más inaprensible, más difícilmente clasificable: su negativa a someterse a los dictados de los mandarines de la información, ese plantel de estrellas del celuloide periodístico que se creen llamados a pastorear la voluntad de los presidentes del Gobierno y/o a tratar de derribarles si no cumplen sus dictados al pie de la letra. El caso es que Rajoy Brey sigue impertérrito, a pie firme, iniciado su segunda legislatura cuando hace un año nadie daba un duro por él. El fenómeno es tal que se puede afirmar sin miedo a la exageración que con 137 diputados, 52 menos de los que dispuso antaño, preside un Gobierno que se desempeña con la misma soltura que si dispusiera de mayoría absoluta. En su derredor, el PSOE sigue enfangado en una crisis de dimensión quizá terminal, mientras los chicos de Podemos, tal vez querían decir Pudimos, se acuchillan sin piedad en las redes y ante las cámaras, eso sí, con toneladas de amor entre las partes. El tercero en discordia del famoso cuarteto que llegó dispuesto a certificar el final del bipartidismo, profetas fuera, ve con horror cómo Mariano le ningunea mientras pacta lo habido y por haber con la gestora que dirige Javier Fernández. Es, sin lugar a dudas, el hombre del año.
El caso es que Rajoy Brey sigue impertérrito, a pie firme, iniciado su segunda legislatura cuando hace un año nadie daba un duro por él
Tras un convulso 2016, la España que durante 10 meses dio el cante a nivel global por su incapacidad para dotarse de un Gobierno, ofrece ahora una curiosa, si no llamativa, imagen de estabilidad institucional, con un Ejecutivo que los martes recibe palos, en forma de proyectos no de ley, de la airada oposición, pero que los jueves aprueba leyes previamente pactadas con la paleta de colores de que dispone en el Parlamento. En espera de lo que ocurra con los PGE, todo apunta a que estamos abocados a una legislatura larga en la que reina Mariano y su sequito mientras, en la izquierda, PSOE y Podemos riñen cruenta refriega –que también es interna, es también guerra civil- por un espacio cada vez más constreñido, puesto que el PP, sin enemigo a la vista por la derecha y convencido de tener asegurado el voto de sus fieles -rehenes del pánico a Podemos- haga lo que haga, ha invadido sin escrúpulos ese espacio del centro izquierda que para sí reclamaría cualquier partido socialdemócrata clásico. Lo que cual coloca al PSOE en una situación de esquizofrenia, obligado a radicalizar su posición y defender a mordiscos su cuota de voto frente a la tropa de Pablemos.
Socialdemocracia a palo seco para toda la legislatura, como parecen indicar las primeras medidas fiscales aprobadas por el Ejecutivo –de las que aquí se daba cuenta el domingo pasado- para hacer frente al ajuste obligado de pasar de un déficit público del 4,6% en 2016 al 3,1% comprometido para finales de 2017. Todo fiado al crecimiento de los ingresos fiscales, con criminal olvido del gasto público. Y, ante la imposibilidad de seguir metiendo la mano en el bolsillo de las clases medias vía IRPF o IVA, palo a la empresa que es de goma. Ni rastro de liberalismo. El reciente pacto contra “la pobreza energética” suscrito entre PP y PSOE es un buen ejemplo de cómo los dos grandes partidos de la Transición saben hacer populismo a palo seco sin haber pasado por ninguna Facultad de Políticas. Unas horas después de que Álvaro Nadal y Antonio Hernando firmaran el mismo, un frustrado Pablo Iglesias encabezaba la manifa que por las calles de Madrid reclamaba exactamente lo mismo. ¿Quién me ha birlado mi queso? Habrá que ver las consecuencias que para el crecimiento y el empleo tienen las políticas de gasto que lleva aparejada esa engañosa “democracia social” que ahora abraza el PP, olvidando que es el crecimiento, no la igualdad por decreto, lo que acaba con la pobreza. Es el crecimiento, resultado de la iniciativa de hombres y mujeres libres dispuestos a producir bienes y servicios para venderlos a cambio de un beneficio, lo que reduce las desigualdades, y ello desde el principio de los tiempos, antes de que Anthony Trollope y la heroína liberal de su Phineas Finn fijara su objetivo en hacer “men and women all equal”, antes también de John Rawls y su “Fair Equality of Opportunity principle”.
Un partido que ha renunciado a los principios
Un PP que se dispone a celebrar su Congreso en febrero a mayor gloria del líder máximo, el hombre sin atributos de Musil, frío hasta parecer témpano, sin sentimientos a flor de piel, sin ideología. En las antípodas del sabio popperiano. El perfecto antihéroe. Un tipo al que millones de españoles han renunciado a entender. Será un Congreso que no aportará novedad en el terreno del rearme ideológico de un partido que ha renunciado a los principios, liberales desde luego, para centrarse en el ejercicio del poder casi en régimen de monopolio, dado el estado de postración en que se encuentra la competencia. Es el momento, el ahora o nunca para que Ciudadanos, de la mano de un Albert Rivera que ha sido capaz de dar por fin el giro liberal que tantos le reclamaban, se afirme como una alternativa al PP. Es la anomalía española: el Gobierno está en manos –y parece que por mucho tiempo- del único partido que ahora mismo presenta un cierto perfil de unidad abrochada por las sinecuras del Poder, pero que, al mismo tiempo, transita por los tribunales de Justicia asediado por llamativos casos de corrupción que en apariencia no parecen molestar lo más mínimo a su dirigencia, dispuesta, pelillos a la mar, a seguir cabalgando hacia 2020 a lomos de la espalda rota de la izquierda.
El del PP será un Congreso que no aportará novedad en el terreno del rearme ideológico de un partido que ha renunciado a los principios, liberales desde luego, para centrarse en el ejercicio del poder
¿Qué nos deparará el enfrentamiento que está teniendo lugar por el control del espacio político de izquierda? ¿Será el PSOE capaz de renacer de sus cenizas? El gran logro colectivo de este en tantas cosas patético 2016 ha consistido, sin lugar a dudas, en haber logrado evitar, casi in extremis, ese Gobierno de izquierda radical que con apoyo del independentismo del más variado pelaje estaba dispuesto a presidir ese insensato llamado Pedro Sánchez, un asunto que hubiera tenido consecuencias desastrosas para el futuro de España y la calidad de vida de los españoles. ¿En qué va a quedar el pulso que errejonistas y pablistas mantienen en el seno de Podemos? Del resultado del mismo podría derivarse un encuentro en la tercera fase entre las huestes de Sánchez y las de Errejón, para dar vida a un nuevo partido dispuesto a abrirse paso a codazos entre el PSOE de Susana Díaz y el Pudimos de Pablo. Lo cual daría pie a pensar que los españoles, más sensatos de lo que algunos predicadores mediáticos creen, se han vacunado en poco tiempo y a un coste más que asumible, del virus de esa izquierda neocomunista que representa Podemos y que, a lo largo del nuevo año, podría iniciar su deriva natural hacia la ensenada de la que nunca consiguió zarpar el PCE e IU. Es el gran regalo que el populismo podría deparar a los españoles en 2017.
Mucho de lo que ocurra en España lo largo de 2017 vendrá condicionado por lo que suceda en una Europa que despide un annus horribilis marcado por los atentados en París, Niza y Berlín, la vergüenza de los hacinamientos de Calais y el terremoto del Brexit. Las elecciones alemanas de septiembre, con Angela Merkel optando a la reelección, marcarán la pauta del futuro del continente, sin olvidar que bastante antes, entre abril y mayo, tendrán lugar las presidenciales francesas, donde compite un François Fillon convertido en la última esperanza de la derecha liberal europea, y las previsibles nuevas elecciones en Italia, tras el episodio Renzi. Todo podría complicarse si el déspota Tayyip Erdoğan decidiera en enero romper el acuerdo migratorio suscrito entre Turquía y la UE y abrir las fronteras a un nuevo éxodo masivo hacia países muy sensibilizados por el problema y donde medran líderes radicales xenófobos como Frauke Petry (Alemania), Marine Le Pen (Francia), Geert Wilders (Holanda) y Beppe Grillo (Italia), que están exigiendo referéndums para sacar a sus respectivos países de la Unión. Las cosas, sin embargo, podrían tomar un rumbo muy distinto si, como parece indicar la sorprendente victoria reciente de Van der Bellen sobre el ultraderechista Norbert Hofer en Austria, se confirmara que el populismo ha alcanzado su cénit en Europa a partir del cual solo cabe el declive, con una mayoría de europeos votando seguridad frente a la radicalidad que ofrecen los populismos.
¿Será Soraya la Von Paulus de Mariano?
El envite del año tiene nombre propio y se llama nacionalismo catalán, ese decadente separatismo burgués en el que se han embarcado muchas de “las 400 personas que nos encontramos en todas partes y siempre somos los mismos” (Félix Millet), y que representa como nadie Artur Mas, un tipo que ahora camina sujeto por el ronzal de las CUP, tras haber alcanzado éxitos tan notorios como la destrucción de Convergencia, apenas un apéndice hoy de ERC. La CUP es la versión 3.0 de aquella CNT que en los años 30 del siglo pasado puso al catalanismo burgués en fuga camino de Burgos, para pedir de rodillas a Franco que pusiera a buen recaudo sus vidas y haciendas. En un callejón sin salida aparente, los Mas, Homs y compañía han visto en la iniciativa de Sáenz de Santamaría la mano del ángel capaz de rescatarles del monstruo que ellos mismos han engordado. Soraya es la generala que en el Burgos madrileño de 2017 puede acabar con la pesadilla sin necesidad, todavía, de salir corriendo a pedir auxilio. Y Soraya parece decidida a regar con dinero la deslealtad de estos cobardes (no harían faltan tanques ni cañones; bastaría una pareja de la Guardia Civil para obligar al señor Homs a cumplir la ley o, en su caso, forzarle a poner pies en Polvorosa). Soraya sueña con devolver el seny a un nacionalismo que se ha echado al monte, pero Barcelona podría terminar siendo el Stalingrado de esta ambiciosa mujer con vistas a la presidencia del Gobierno, que no son pocos los que, conociendo el paño, quieren entrever en ella al Von Paulus de un Mariano que desde su búnker de Moncloa se apresta a liquidar a otra aspirante al trono.
Soraya sueña con devolver el seny a un nacionalismo que se ha echado al monte, pero Barcelona podría terminar siendo el Stalingrado de esta ambiciosa mujer con vistas a la presidencia del Gobierno
Todo lo decidirá este apasionante 2017 que hoy inauguramos. Todo dependerá, o así me lo parece, de lo que ocurra en Cataluña antes del deadline que el separatismo ha imaginado para septiembre. Cataluña es el filo de la navaja por el que camina una España capaz de convertirse en un gran país para muchos años si las cosas se hacen medianamente bien, pero que también podría despeñarse por el abismo de la irrelevancia y, lo que es peor, de la miseria, tal vez incluso de la guerra, si cometiéramos el error de volver a liberar los viejos demonios familiares históricos hispanos. Nada que esperar en el terreno de la regeneración, ergo en la mejora de la calidad democrática, el gran problema de Cataluña y del resto de España. Seguiremos padeciendo esa corrupción que nos humilla como humanos dispuestos a practicar “el paso erguido” del hombre sobre el que teorizó Block. No cabe imaginar reforma constitucional alguna en tanto en cuanto el PSOE no salga de su laberinto. Alguien ha escrito que “uno puede entender las muchas ventajas de las cerillas, y al mismo tiempo estar en contra de que se prendan dentro de una habitación que huele a gas. España huele a gas y cualquier intento de reforma haría saltar chispas”. Queda implorar que los dioses tengan a bien hacer realidad la promesa formulada el viernes por el hombre del año, al anunciar “progreso y estabilidad” para los españoles en 2017. Menos da una piedra. ¡Feliz año nuevo a todos!