Opinión

Un par de cosas sobre Marta Flich y Javier Nart

Reconozco que, varios años después, todavía no soy capaz de comprender las razones que llevan a tantos a celebrar la fama de Risto Mejide. De entrevistador es amigo de la

  • La presentadora Marta Flich.

Reconozco que, varios años después, todavía no soy capaz de comprender las razones que llevan a tantos a celebrar la fama de Risto Mejide. De entrevistador es amigo de la complacencia con los suyos y de las emboscadas a quien conviene; y de entrevistado demuestra estar bien pagado de sí mismo. Tampoco es fácil entender las quejas de quienes se prestan a colaborar en su programa -producido por Toni Soler- pero que, cuando salen escaldados, predican a los cuatro vientos que han sido víctimas de la censura. Cosas de la ceguera. O del ego, vaya usted a saber.

El último en abandonar este programa ha sido Javier Nart, abogado, eurodiputado y tertuliano habitual desde antes de que se universalizara el mando a distancia. Resulta que, el otro día, en el plató del programa Todo es mentira se hablaba del acoso en el Camino de Santiago que denunció Gloria Santiago, la vicepresidenta del Parlamento balear.

Entonces, Javier Nart, dijo: "Todos tenemos derecho a ir por donde nos dé la gana, como nos dé la gana y cuando nos dé la gana". Pero cometió la osadía de contar que, un buen día, sufrió un atraco en Bruselas cuando regresaba a su casa por un callejón oscuro. Lo hizo para defender que cualquier ciudadano está expuesto a la malicia de los indeseables y los delincuentes.

Fue entonces cuando la presentadora del programa, Marta Flich, elevó el tono y transmitió al contertulio su indignación. "A ti no te atracan por ser hombre; a nosotras sí nos acosan por ser mujeres (…) Vamos a tener que educar a las personas en feminismo para que nos respeten".

Y añadió: “Desde este programa, no vamos a permitir una equidistancia entre que te roben una cartera y que te asesinen por ser mujer”. Después, mandó callar al contertulio A la vista de esto, Nart abandonó el plató.

Marta Flich y la soberbia

Se ha impuesto entre los radicales la costumbre de calificar de “equidistante” a quien intenta exponer razonamientos que no son tajantes sobre los temas que forman parte de su agenda social. Lo hace la izquierda con el feminismo y el cambio climático; y lo hace la derecha populista de Vox con asuntos como la inmigración. Cualquiera que trate de ofrecer una visión alternativa sobre la realidad, que no haya sido previamente tamizada por su filtro ideológico, se expone a que le manden callar y a que le censuren. O a que le manden a su ejército de troles influencers.

Javier Nart no dijo nada fuera de lo común, sino que incidió en que nadie está libre de la violencia. De hecho, incluso se mostró de acuerdo en la afirmación de que las mujeres, por el hecho de serlo, son más propensas a situaciones como el acoso de los desgraciados; y a otros delitos todavía más lesivos para su integridad. Pero, aun así, fue reprimido por Flich. Porque los argumentos de los fundamentalistas contemporáneos no pueden ser siquiera matizados por opiniones diferentes. Los exponen como verdades absolutas; y así esperan que los consideren quienes los reciben. Palabra de Dios; te rogamos, óyenos.

Los argumentos de los fundamentalistas contemporáneos no pueden ser siquiera matizados por opiniones diferentes. Los exponen como verdades absolutas; y así esperan que los consideren quienes los reciben. Palabra de Dios; te rogamos, óyenos

No sirve de mucho recordar que el equipo del programa -que tiene un espacio llamado Todo es verdad- realizó en su día un juego contra el alarmismo que -consideraban- se apoderó de la sociedad española en marzo de 2020, cuando apareció el coronavirus. “Hay una persona con la enfermedad entre el público”, dijo Mejide, mientras emplazaba a Flich a abrazar a todos los asistentes. Unos días después, ella iniciaba una cuarentena en su casa, tras perder el gusto y el olfato. Todos nos equivocamos y nadie tiene la mejor vara de medir la realidad. Pero llama la atención que quienes fueron (y son) tan torpes en el análisis del mundo actual se expresen aún con tanta soberbia.

Pero en fin, ésa no es la cuestión principal, pues la clave es que entre todos estos líderes de opinión, bien pagados, pero no muy reflexivos, han establecido una serie de líneas rojas sobre las que advierten cada día a su público y que nadie puede intentar cruzar. Ni siquiera definir, pues entonces se expone a ser vapuleado. O, peor, considerado equidistante.

Porque rechazar la violencia para hombres y para mujeres; la censura de un pezón en Twitter y la actitud casposa de quienes la emprenden contra un disco blasfemo hoy en día te hace equidistante, ergo “cobarde”. O así te lo hacen creer. Hay que estar en una trinchera, aunque sea para vociferar sin pegar ningún tiro efectivo contra las grandes lacras del mundo actual. Y eso, permítanme que les diga, provoca una enorme pereza.

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