Opinión

Me importan un comino las elecciones catalanas

¿Sumará el independentismo? ¿Entregará Illa la presidencia a Puigdemont? Pocas incógnitas por despejar en las elecciones catalanas, en las que incluso sobrevuela el riesgo de bloqueo y repetición. Lo que está claro es quiénes serán los vencedores y vencidos de este domingo

  • Pedro Sánchez y Salvador Illa en un evento de campaña -

Las elecciones catalanas despiertan menos entusiasmo que el festival de Eurovisión, según las últimas estadísticas. Apenas a alguien le interesa saber quién ganará este domingo en el 'país petit', que diría Lluís Llach, en tanto que hay relativa curiosidad por constatar si la canción española, Zorra, esa alegre tonadilla que tanto le agradaba a Sánchez antes de sus cinco días de retiro interior, supera el puesto antepenúltimo en las votaciones que le auguran algunas casas de apuestas. Lo único interesante de la cita festivalera es conocer si las autoridades suecas lograrán evitar que el tropel de cernícalos congregados para la ocasión, hermanos espirituales de ministro Bustinduy, ese petiso con cara de monaguillo de ayatolah, apedreen a Eden Golan, la representante de Israel.

"Me importa un comino la gobernabilidad de España", le obsequió Montse Bassa a Pedro Sánchez en su sesión de investidura. La diputada de ERC se abstuvo en la votación, Sánchez salió investido e indultó luego a Dolors, la hermana de la susodicha, que penaba nueve años de condena por sedición y malversación por su participación en el golpe del 17.

Un auténtico comino le importan las elecciones catalanas al resto de españoles, al decir de los sondeos, que subrayan el general hastío ante una situación que se eterniza penosamente como esas malditas películas de Antonioni en las que no se ve llegar la hora. "Que les den la independencia y se vayan", llega a escucharse a los predicadores del fango en las tertulias de los pseudomedios.

Estos candidatos de ahora son una colla de desastrados intelectuales que, salvo excepciones, encarnan los intereses de esas 300 familias que gobiernan el cortijo desde hace décadas y que pretenden hacerlo durante otras tantas

La campaña catalana ha resultado un muermo superlativo. Nadie esperaba otra cosa. Salvador Illa, exponente de ese provincianismo burocrático tan frecuente en la zona, impuso un tono mustio a la contienda, cual contrapunto a la infame crispación de la M-30 de Madrit alentada por el ayusismo. Ah, el estanque dorado catalán, tan acogedor, con sus caciques corsarios, su tres per cent, su Barça fullero, sus escapaditas a Andorra con las bolsitas de fajos, su cultureta de peseta... Todo tedioso y romo, como una charla de García Montero.

Con las elecciones catalanas, diría Woody Allen, pasa lo que con los Evangelios, que ya se sabe el final. Sólo hay que ponerle nombres al reparto. ¿Socialistas? ¿Separatistas? En la Cataluña del proceso (en marcha), todos bailan con la misma canción. Estos candidatos de ahora son una colla de desastrados intelectuales que, salvo excepciones, encarnan los intereses de esas 300 familias que gobiernan el cortijo desde hace décadas y que pretenden hacerlo durante otras tantas. Antes de que se desvele el resultado de las papeletas, no resulta difícil deslindar los vencedores de los vencidos

Humillados y finiquitados

PERE ARAGONÈS.- Dos grandes errores ha cometido. Primero, adelantó las elecciones para evitar el castigo de la sequía y, sin embargo, propició la resurrección de su gran rival. Catastrófica estrategia. Y segundo, apuñaló por la espalda a su mentor, el abacial Junqueras, pero no acabó con él. Ahí sigue, paladeando la venganza. ERC protagonizará uno de los principales ridículos de la jornada.

SALVADOR ILLA.- Vencerá pero no gobernará. Ya le ocurrió en el 21, que se impuso en votos pero empató con los republicanos en escaños y el nacionalismo le levantó el sillón. Ahora ganará en papeletas y en diputados pero no con la ventaja suficiente como para hacerse con el tronito de la Plaza de San Jaime. Será lo que diga Sánchez, o sea, salvo que consiga una distancia estratosférica en el podio, se verá obligado a facilitar la presidencia de Puigdemont para que su jefe, el gran narciso global, pueda seguir disfrutando de la Moncloa merced a los siete votos de Junts. Destino aciago el de Illa. Cómo no va a ofrecer esa estampa de sepulturero de espagueti western.

JÈSSICA ALBIACH.- Dos inconvenientes. Es la candidata bifronte de dos fuerzas en demolición. Podemos (donde militaba) y Sumar (en vías de extinción). Albiach, valenciana de origen, de verbo ríspido, es periodista mutada en politica sin éxito excesivo. Las dudas se ciñen en saber si los Comunes bajarán de los ocho a los cinco escaños, lo que obligaría a disolver su grupo y guarecerse en el mixto. Su mandrina, Ada Colau, está desaparecida desde que empezaron los mítines. Huele a descomunal batacazo. Nada a la izquierda de Pedro saldrá vivo de aquí.

LAIA ESTRADA.- Activista de profesión, ecologista de inspiración y feminista de obligación, la cabeza de cartel de la CUP intenta también mantener grupo parlamentario. No bajar de los cinco diputados desde los nueve actuales. En las municipales de mayo perdieron 45.000 votos y en las generales se quedaron fuera del Congreso. Esta izquierda pija de espardeñas de Castañer y sueños revolucionarios junto a la chimenea de la masía de los papis, mientras cantan abrazaditos lo de 'segur que tomba', va a experimentar una debacle de la que difícilmente se recuperará.

Ganadores con reparos

CARLES PUIGDEMONT. Hace un año era un paria que deambulaba solitario por los pasillos del Parlamento Europeo y retozaba en las tumbonas de su palacete de Waterloo. Nadie, ni puto caso. Necesitado de sus siete malditos escaños, Sánchez lo resucitó, lo convirtió en el eje de su legislatura, le otorgó cuanto pedía, incluso le cinceló a la medida una ley de amnistía que dinamita los cimientos de la Transición, en la mayor infamia de la democracia. El forajido se recortó el flequillo, alquiló casita junto a la frontera española, se enroló en una campaña electoral que se anunciaba estruendosa y resultó un guioncillo calmo, una romería de abueletes en bus engullendo bocatas de butifarra. No necesitaba más. Sánchez, salvo sorpresón, le ofrecerá la Generalitat en bandeja y, al tiempo, seguirá convertido en su humillado rehén, un papel que no le disturba mientras no amenace su colchón en la Moncloa.

ALEJANDRO FERNÁNDEZ.- Poco le ayudaron las dudas de su jefe a la hora de confirmarlo como candidato. Fernández es un tipo de espíritu deportivo, que le canta las cuarenta (y hasta Manolo Escobar) a la caverna supremacista en el Parlament, y que confía en recuperar un buen puñado de escaños para el PP en esta cita incierta. Menos de diez (ahora anda en tres) sería fracaso. Superar los trece, la gloria. Pase lo que pase, Feijóo no lo tendrá en cuenta. El líder gallego sólo piensa en las europeas.

IGNACIO GARRIGA.- Acelerón demoscópico en el tramo final de la carrera por parte de Vox. Encuestas apuntan a un empate con los populares. La derecha, en vez de alinearse, se zancadillea ante las urnas. Garriga es el rostro más afable de un partido en ebullición interna. Sus mensajes contra la inmigración ilegal y el tráfico de esclavos han cuajado en una Cataluña con enormes problemas de inseguridad y de certezas. Mantenerse por encima de los diez (once escaños actuales) resultaría milagrosa proeza.

SILVIA ORRIOLS.- La última en llegar. Independentista, xenófoba, ultra, vocinglera y con tanta gracia como un cántaro sin asas. Alcaldesa de Ripoll, militó en pequeñas formaciones hasta que fundó la suya propia, Aliança Catalana, que predica el rechazo a lo de fuera y le defensa feroz de lo dentro. Xenofobia de estrellada. Ojo que puede conseguir más de tres escaños, y hasta cinco según algunos trackings. Orriols, que estudió biblioteconomía y se expresa con seguridad y firmeza, detesta a España y el multiculturalismo, no por ese orden. "Hay unas 300 mezquitas en Cataluña y alrededor de 100 de ellas son salafistas", predica. Podría decidir el color del próximo Govern.

Se impondrán los nacionalistas, sean o no socialistas. Lo que sí puede devenir determinante -incluso para el resto de la legislatura nacional- es cómo resulten las cosas para Puigdemont, que ahora se piensa Companys y quizás no pase del pequeño tamborilero del Bruc

La principal duda de este domingo es dilucidar si Puigdemont será president con el respaldo pleno del secesionismo (desde ERC hasta la Orriols) o lo será con el apoyo, quizás abstención, del PSC, gran palanganero del tablero catalán. Algunos alientan también el bloqueo y la posible repetición de comicios.

Es lo mismo. Sea ahora o dentro de seis meses, el panorama no variará. Gobernará un nacionalista.

"El tremendo desasosiego de Cataluña no deja vivir a España entera", decía Gaziel. Cierto, pero, un siglo después de esa frase, el cansancio se ha adueñado incluso de los espíritus más combativos Por eso hay que recordar una vez más las palabras del Rey del 3 de octubre del 17 tras la intentona golpista: "No están solos, ni lo estarán; tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de España". En suma, no nos importa un comino. Y ¡viva Israel!

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