A veces, gente mundana tiene explicaciones para hechos portentosos que no entran en la cabeza de príncipes de la Iglesia, como le aclaró a un purpurado parisino Madame du Deffand, mujer de letras cuyo salón fue cita obligada de enciclopedistas. Incapaz el cardenal de discernir cómo San Dionisio había podido, tras su martirio, caminar con su cabeza bajo el brazo los nueve kilómetros que distaban entre Montmartre y el actual templo de Saint Denis, su anfitriona terció: “Su Eminencia, debería saber que, en esa situación, sólo el primer paso cuesta”.
Es complejo calibrar si la respuesta de aquella “mundana ignorante”, como ironizaba sobre sí misma, es aplicable al presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, tras anunciar que no dimite para afrontar los daños de la DANA y si su respingo equivale a lo que, coloquialmente, se denomina “rebote de gato muerto”, esto es, una breve recuperación tras un fuerte batacazo, o muestra la renuencia que hoy enseñorea en la Presidencia de Cataluña al ministro del Covid, Salvador Illa. Apostarlo todo, en suma, al sortilegio del "quien resiste gana", y que salga el sol por Antequera.
No en vano, conviene no echar en saco roto como el hoy president catalán dilató la declaración de emergencia para celebrar la fiesta feminista del 8-M y acredita la peor gestión de la pandemia de Europa con sus 100.000 fallecidos y el enriquecimiento ilícito de una organización criminal, con el número dos del PSOE y del Gobierno, José Luis Ábalos, a la cabeza, que se lucró merced a desempeñar puestos clave en un Consejo de Ministros que preside quien tiene imputada a su mujer, Begoña Gómez, y a su hermano David por delitos que cubren una amplia flanja del código penal. Pese a lo cual, no se da por enterado de ello ni tampoco de su omisión criminal con la DANA. Dispuesto a aferrarse al cargo a costa de las instituciones democráticas, como le afeó el semanario británico The Economist y han subrayado los telediarios de medio mundo con su “espantá” de Paiporta dejando solos a los Reyes y a Mazón, así como su fuga del Parlamento corroborando que está resuelto a mandar sin el Legislativo. Es más, a diferencia de Mazón, ni siquiera ha pedido perdón en un acto de bajeza que se agranda con las públicas condolencias a Bildu por el óbito por causa natural de un etarra. Todo ello interpela sobre cómo puede sujetarse Sánchez en el sillón presidencial si no fuera por la suicida comodidad española de normalizar lo que no debiera y luego estremecerse con sus efectos.
Si en Alemania el plagio de una parte mínima de una tesis doctoral le cuesta la carrera a un ministro de Angela Merkel y aquí sostiene impertérrito en La Moncloa a quien la copia de arriba abajo con la asistencia del ministro socialista Miguel Sebastián; si en Alemania una ministra de Olaf Scholz ha de abandonar el despacho por mentir sobre su participación telemática en reuniones del Gabinete en la DANA de 2022 que asoló Alemania con más de 200 fenecidos desoyendo las advertencias y concentrándose en que una nota de prensa fuera neutral en cuanto al género, aquí la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, desaparecida en la riada de Valencia como colofón a seis años de inacción, es promovida a vicepresidenta de la Comisión Europea; y si en Alemania la renuncia de la ministra Spiegel se produjo tras la de la titular de Medio Ambiente del Estado de Renania del Norte-Westfalia, aquí nadie del Gobierno de Mazón ha secundado tal designio, al compartir el manual de resistencia del que Sánchez hace coraza. ... y todos esos desmanes bajo la bandera de conveniencia de una regeneración que ha devenido en degeneración.
Sánchez atisbó en el barro de la catástrofe de Valencia, como con el Covid, una oportunidad para tratar de borrar el fango de su corrupción, a la par que descargar su omisión criminal en un Mazón cuyas negligencias coadyuvaron al fatal epílogo
Para que se depuren responsabilidades, parece que debieran darse dos circunstancias no necesariamente concurrentes: de un lado, los ajustes de cuentas internos. Al estar rodeados de armas y enemigos, como avizoró Madame du Deffand, quien lo sabía de lo que hablaba como amante del regente Felipe de Orleans, los que tenemos por amigos son aquellos -anotó perspicaz- “por los que no se teme ser asesinado, pero que dejarían hacer a los asesinos”. Y, de otro, el desenlace de la batalla por el relato, esto es, diccionario en mano, la “reconstrucción discursiva de ciertos acontecimientos interpretados en favor de una ideología o de un movimiento político”. Si “la guerra es arte de engañar”, según Sun Tzu, el gran estratega y filosofo de la antigua China, la política no le va a la zaga, sino que le toma la delantera. Así, se llega al extremo de que un encausado fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, para tapar la corrupción de “los Kirchner de la Moncloa”, ordena difundir ilegalmente datos reservados de la pareja de una rival como la presidenta madrileña Ayuso. “Hay que sacar la nota. Si dejamos pasar el momento, nos van a ganar el relato”, urgió a una subalterna quien, como máxima autoridad del ministerio público, debe actuar con “legalidad e imparcialidad”, pero que se guía con fidelidad perruna con Sánchez.
Los hechos son sagrados
Desde primera hora, Sánchez atisbó en el barro de la catástrofe de Valencia, como con el Covid, una oportunidad para tratar de borrar el fango de su corrupción, a la par que descargar su omisión criminal en un Mazón cuyas negligencias coadyuvaron al fatal epílogo. Para ello, en vez arremangarse para poner remedio al problema, la factoría de La Moncloa fabrica un relato que orille los hechos y vire las responsabilidades. Nada que ver, desde luego, con aquello que inquietaba a gobernantes como el premier británico Macmillan en la década de los 60. Cuando una periodista le inquirió sobre lo que más temía, el gobernante conservador le replicó: “Los hechos, señorita, los hechos”. Hoy en día, la incómoda realidad se suplanta desde el poder por “hechos alternativos” en los que parapetarse con ayuda de medios serviles que ponen del revés el viejo aserto periodístico de que “los hechos son sagrados y las opiniones libres” transmutándolo en “los hechos son libres y las opiniones son sagradas”. Se persigue tener razón por encima de todo, incluida la verdad, para ganar dialécticamente lo que lo que los datos refutan a fin de que la gente se crea lo que no es. No en vano, ver lo que se tiene ante las narices precisa una lucha constante, como aseveró Orwell.
A este respecto, merece la pena rememorar el discurso del escritor norteamericano David Foster Wallace a los graduados de Kenyon College en 2005. Éste arrancó su disertación con la fábula de dos pececillos que nadaban juntos cuando se cruzaron con uno más viejo que los saludó con un “buenos días, muchachos, ¿cómo está el agua?”. Tras alejarse, un pizco se vuelve hacia el otro y le inquiere: “¿Qué demonios es eso del agua?”. A partir de esta alegoría, anima a los estudiantes a apreciar que, a veces, “las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver”. Seguro que, con la calamidad de la gota fría levantina, habrá pececillos que se pregunten qué es el agua al anteponerse el desvío del cauce de los hechos al del río de la fatalidad.
Gómez-Perreta califica de miserables a quienes, con su “ecologismo de alpargata, demagógico y desnortado”, no hubieran permitido el reencauzamiento de un Turia que es una fiera descontrolada en un territorio ganado al mar por miles de años de aluviones como el de este 29 de octubre y que deja poca capacidad de reacción ante la descarga miles de metros cúbicos de agua en horas
En este enredijo se entiende que se remueva en la tumba el gran arquitecto Claudio Gómez-Perreta, el segoviano de ascendencia napolitana que llegó a Valencia en los 50 y acometió alejar el Turia tras la crecida de 1957, y su hijo Julio, también arquitecto, haya puesto rúbrica a su rabia en una ardorosa tribuna periodística en Las Provincias. En ese artículo, exterioriza la náusea que le produjo ver protestando en las calles de Valencia a quienes paralizaron con Zapatero el Plan Hidrológico Nacional de Aznar que financiaba la UE arramblando con los planes de los ingenieros con relación al mortal Barranco del Pollo.
En su preclaro “Yo acuso”, al modo de Zola en el “caso Dreyfus”, Julio Gómez-Perreta repara en cómo el anterior gobierno tripartito de izquierdas que hodierno grita histérico contra Mazón fue el causante, por medio de la nefasta ley de protección de la huerta del presidente Ximo Puig, hoy recolocado como embajador ante la OCDE, de que no se ejecutara la conexión entre la mortífera rambla y el nuevo cauce del Turia. Con la fuerza moral que le da su apellido, califica de miserables a quienes, con su “ecologismo de alpargata, demagógico y desnortado”, no hubieran permitido el reencauzamiento de un Turia que es una fiera descontrolada en un territorio ganado al mar por miles de años de aluviones como el de este 29 de octubre y que deja poca capacidad de reacción ante la descarga miles de metros cúbicos de agua en horas. A su juicio, si la bifurcación del Turia hubiera dependido de estos demagogos, el río seguiría matando valencianos, pues “ya lo oímos despotricar contra el Plan Sur y sugerir la recuperación del viejo cauce”. Empero, con más de 200 muertos por sus políticas, “salen a la calle -se escandaliza- llamando asesino al que ha tenido que lidiar con las consecuencias”.
No parece lógico regalársela en primera instancia a quien se presentará como falso redentor y que no sólo se ausentó el terrible 29 de octubre, sino que aprovechó para repartirse el botín de RTVE votando a distancia desde la India mientras se anegaba el Levante
Hay bienintencionados que piensan con plausible lógica que, si Mazón dimite por unas culpas ciertas, pero que empalidecen ante las omisiones criminales de Sánchez, éste se quedaría sin argumentos y no tendría otra que poner rumbo al Palacio de la Zarzuela para presentar su dimisión al Rey sin la comedia que perpetró el día en que dio por finiquitada su reflexión amorosa tras ser imputada su mujer, así como que su ministra para la Ruina Verde, Teresa Ribera, dejaría de postularse como eurovicepresidenta verde nuclear. Pero, con sus antecedentes, hay que perder toda esperanza. Es más, ido Mazón, daría por purificados sus pecados y su chivo expiatorio avalaría las falacias de quien, creándole una crisis aMAZÓNica al PP en Valencia, busca apoltronarse en La Moncloa.
Dicho lo cual, habrá quienes dirán con razón que, aunque esa fuere la conducta del PSOE, el PP no debiera comportarse de igual guisa, pues abonará el descreimiento general y un rebufo populista, pero quizá sea conveniente preguntarse si, favoreciendo el mal, no se perpetúa sin remedio a Sánchez. Junto a lo contraproducente que sería abrir un proceso electoral con una Valencia devastada y cuya recuperación costará años, no parece lógico regalársela en primera instancia a quien se presentará como falso redentor y que no sólo se ausentó el terrible 29 de octubre, sino que aprovechó para repartirse el botín de RTVE votando a distancia desde la India mientras se anegaba el Levante. Fue lo que Sánchez intentó en la pandemia con Ayuso. Aprendida la lección, está rehusó acudir al besamanos montado por el Ufano de la Moncloa con los presidentes autonómicos y al que acudieron como a un panal de rica miel algunas moscas del PP estando a punto de morir presas de patas en él, como en la fábula de Samaniego.
Una corrupción que enfanga
De esta forma, el huido Sánchez se predispone a enfundarse con el traje del Covid para salir indemne del envite como en la vieja anécdota que se cuenta del gran cantaor Porrina de Badajoz. Expresión de la elegancia flamenca, mostró su distinción, a veces un tanto extravagante, de gitano fino. Sin duda, “un dandi en el país del tocino y de la envidia”, con sus gafas oscuras para ver lo que le traía cuenta y clavel en la solapa. Siempre cantó de pie para no arrugarse el terno y con la mano apoyada en el respaldo de la silla de anea del guitarrista. Cuando empezó a ganarse sus primeros duros, se hizo un traje negro de raya diplomática. Tanto estilo destellaba que su madre no pudo por menos que exclamar sin dejar de persignarse: “Hijo, pareces un caballero”. Ante el gesto emocionado de aquella madre, Porrina no tuvo mejor hallazgo que encargar una docena de trajes exactamente iguales como hace hoy Sánchez. Habrá que ver si la raya diplomática de la prenda no confunde a Feijóo en medio del dilema con el que Sánchez quiere hacerle prisionero justo cuando una gota de sudor frío recorre la frente del presidente del Gobierno abriendo surco con una corrupción que enfanga.