Opinión

Mejor sería robar

La política es una actividad tan peculiar que casi se diría renuente a la sobretitulación e incluso a la titulación misma

  • Salón de reuniones de la Universidad Rey Juan Carlos

El primer currículo político del que tuve noticia fue el de Felipe González. Obviamente, y dado que a finales de los setenta el parlamentarismo no llevaba aparejada la beata ordenanza de la transparencia (no descarto que fuera porque aún no existieran las webs donde alojarla), debí de oírselo a mi padre: “Es abogado laboralista y sabe francés”.

Hablo de un tiempo en que uno valía o no valía, y ése era en verdad el único cedazo por el que regirse en según qué instancias del poder. Tanto es así que no era infrecuente que los méritos curriculares tendieran a contrarrestar lo que, a la vista del respetable, no era sino incompetencia o lisura. “Parece tonto, sí, pero no lo será tanto si tiene dos carreras”. Y del mismo modo operaban ciertos rasgos del carácter: “Un gran estadista no parece, pero cercano lo es un rato”.

Ni que decir tiene que el político que se conducía razonablemente bien, que hacía un uso sensato de la palabra y proponía iniciativas plausibles no se veía obligado a acreditar su nivel de estudios o de idiomas; ya no digamos algo tan abstruso (y a menudo tan indeseable) como la cercanía. Es verdad que España carece de una carrera académica ad hoc, a semejanza de  la Escuela Nacional de Administración francesa. Pero también que la política es una actividad tan peculiar que casi se diría renuente a la sobretitulación e incluso a la titulación misma.

Toda la secuencia, de punta a cabo, corresponde a un instante de la vida española en que la dedicación a la política ya no se concibe como lo que debiera ser"

El máster fraudulento, la falsificación del acta, la contumaz negación de la evidencia, la existencia de una auténtica almoneda de favores académicos, el baldón que ello ha supuesto para una universidad que, para más inri, lleva el nombre del  Rey Emérito… Toda la secuencia, de punta a cabo, corresponde a un instante de la vida española en que la dedicación a la política ya no se concibe como lo que debiera ser, esto es, la aventura que emprende un ciudadano que adolece de una nota de locura, pues se ha propuesto, ¡ahí es nada!, cambiar la realidad. No. Un currículum, y para el caso importa poco que sea un documento falseado, hinchado o maquillado, no sirve para cambiar nada, sino para encontrar trabajo.

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