Hay mentiras que de tanto repetirlas se hacen verdad. Esta es la labor de aquellos políticos y medios de comunicación que trabajan el mensaje demagógico y populista para ganar adeptos. Lo primero es señalar un culpable, una cabeza de turco a la que asignar todos los males que acechan a la sociedad. Apelando a la necesidad de encontrar respuestas fáciles a problemas complejos, estos populistas ofrecen a partir de ahí una lógica simple pero aplastante, aunque tergiversada para, a continuación, proponer medidas mesiánicas y salvadoras. Esta es la forma de aglutinar a un “nosotros” frente a un “ellos”; basándose en mentiras o medias verdades.
Tenemos muchos ejemplos de populistas a lo largo de la historia y no nos faltan en la actualidad. Como ejemplo paradigmático tenemos a Trump, cuyo lenguaje proteccionista o antiinmigración es un referente. También a Farage y su UKIP señalando a la UE y a sus ciudadanos de estar detrás de los problemas que sumen a parte de los británicos en el duro día a día del desempleo o de la precariedad. Tenemos a un Orbán y su democracia iliberal. Como estos, muchos. Su modo de actuar es siempre el mismo: hacen la labor de señalar el enemigo, para a continuación pedir el voto a cambio de proponer soluciones burdas y de brocha gorda.
En España tenemos nuestras buenas dosis de populismo. Todos cometemos en algún momento este error, pero los hay quienes hacen de la demagogia una forma de entender su labor. Desde la culpabilidad a la banca o al euro de todos los males que nos acechan y para lo cual la izquierda más radical es su frasco más desarrollado, hasta la eterna inmigración, caballo de batalla de la derecha más anticuada y reaccionaria. En ambos casos se busca la simplificación del problema, poniendo delante de los ojos de los crédulos el culpable; pues de todos es conocido que siempre necesitamos nombre y apellido de quien nos hace la vida más difícil. Y en todos estos casos las propuestas políticas son tan utópicas como irrealizables, a menos que se pretenden llevar a cabo con una buena dosis de menosprecio por la realidad.
La inmigración es central en el lenguaje de la extrema derecha para ganar espacio político. Entre los mensajes que llegan desde sus representantes se suele leer o escuchar que el inmigrante, sobre todo el que cruza el Mediterráneo, viene a aprovecharse de nuestro sistema de protección y que, por ello, suele tener una menor aportación al sistema. Viene a robar lo que por derecho es de los españoles. Este es el argumento que trata de tocar la sensibilidad patriotera de quienes pueden sentirse tentados a votarlos. Es decir, el inmigrante viene para llevarse nuestras prestaciones, viene a aprovecharse de nuestra sanidad y, además, a exigir subvenciones y ayudas a las que por el mero hecho de residir ya tendrían derecho. Sin embargo, y esto es lo importante, la evidencia nos dice que estos mensajes son o bien interesadamente forzados o cuando menos claramente falsos.
La inmigración es central en el lenguaje de la extrema derecha para ganar espacio político. Entre los mensajes que llegan desde sus representantes se suele leer o escuchar que el inmigrante, sobre todo el que cruza el Mediterráneo, viene a aprovecharse de nuestro sistema.
Por ejemplo, no son pocos los trabajos que contradicen dicha tesis. Es el caso del realizado por Catalina Amuedo y Sara de la Rica y en el que estiman el aporte neto de los inmigrantes a los ingresos de los españoles. Sus cálculos nos dicen que los ingresos de los españoles aumentaban un 0,04% del PIB en media gracias a la inmigración, aunque en algunas regiones este saldo era aún mayor. Por ejemplo, en Murcia podría ser del 0,25%. Lo que estas economistas estiman es el efecto sobre el PIB de la llegada de inmigrantes sobre la reasignación de tareas y de actividades que resulta en una mayor eficiencia productiva. En general, las autoras encuentran que allí donde hay mayor llegada de inmigrantes, mayor es la ganancia.
Otros trabajos contabilizan el efecto neto fiscal y los resultados son variados. Pero muchos identifican que estos dependen de la política migratoria llevada a cabo (legalizar es una buena idea), de la legislación laboral o del período temporal al que se fija el análisis (a largo plazo es más positivo que en el corto). En todo caso, argumentar en negativo en cuestiones fiscales o económicas es, evidentemente, una visión errónea de la realidad.
Otro argumento usado contra la inmigración suele descansar sobre las actitudes frente al trabajo de los llegados a nuestras fronteras. Se suele argumentar que los inmigrantes tienen una menor disposición a trabajar y que esto les suele hacer más propensos a ser receptores de ayudas. Sin embargo, esto no parece que sea cierto. Con los datos de la Encuesta de Población es posible ver algunas cifras que desmontan estas ideas.
En el gráfico que se muestra a continuación se puede observar que la tasa de actividad (porcentaje de personas mayores de 16 años que desea trabajar o lo hace) de los inmigrantes es superior a la de los españoles. Mientras los españoles activos ascendían al 55,6% de la población mayor de 16 años, para los inmigrantes africanos este porcentaje ascendía al 68,3%. En cuanto a los europeos la ratio llegaba al 69,6% y ya para el resto, americanos y asiáticos, al 73,7%.
Es cierto que la tasa de desempleo es muy diferente si comparamos nacionalidades. Así, la tasa de paro de los españoles fue para dicho trimestre del 15,4% cuando, por ejemplo, para los africanos esta tasa superaba el 36%, más del doble. A pesar de ello, la tasa de ocupación, es decir, la población ocupada sobre población total, incluido niños y jubilados, seguía siendo superior entre, por ejemplo, los africanos comparado con la de los españoles (41,4% frente al 39,8%).
Sin embargo, cualquier avezado observador afirmaría que todo está condicionado por la estructura poblacional de los diferentes grupos. Es fácil entender que tanto la mayor tasa de paro como la mayor tasa de actividad podrían venir explicadas por una diferente composición demográfica de los españoles respecto a los inmigrantes, en particular los africanos. Para dilucidar si es la composición o no lo que explica las diferencias en ambas tasas es necesario un pequeño análisis cuyos resultados muestro en el siguiente gráfico.
Lo que nos dice la figura representada es interesante. En primer lugar, todo parece indicar que la diferencia en tasa de paro entre españoles y africanos (he elegido en este caso para este análisis esta región por ser la que resulta como mayor objetivo de los mensajes explicados al inicio del post) viene principalmente explicada por las diferentes características. Esto es lo que llamamos efecto composición y no tanto por un mayor desempleo ante similares características. Dentro de las características que más importan para explicar la diferencia destaca “años de residencia” (posiblemente el idioma), y que explicarían nada más y nada menos que 17 puntos porcentuales de los 25,9 representados. Una vez aumenta el tiempo que los inmigrantes permanecen en nuestro país, la tasa de paro converge a la española a ritmos elevados. Otras características como son educación, edad o género explican parte del diferencial, pero menos.
En cuanto a la actividad, y al contrario que el desempleo, esta se explica principalmente por variables no observadas. Esto puede significar dos cosas. La primera, que no tenemos información suficiente para entender por qué los inmigrantes “desean” trabajar más. La segunda, que simplemente su impulso a trabajar es mayor a similitud de características. Esto, claramente, si fuera así, sería un torpedo a la línea de flotación de la tesis de que los inmigrantes vienen a vivir de los españoles.
En conclusión, los mensajes antinmigración son del todo infundados. Su aportación al sistema puede ser claramente positiva y existe evidencia de que su intención es la de buscarse la vida como el mejor español amante de su tierra. Si muestran una mayor probabilidad al desempleo, esta puede venir principalmente explicada por grandes diferencias en cuanto a sus características y el idioma puede ser una de ellas. Sin embargo, aun así, su aparente mayor disposición a trabajar compensa con creces este mayor desempleo siendo la tasa de ocupación superior al español medio. En conclusión, y de nuevo, todo parece indicar que la inmigración es en términos económicos positiva, lo que no es óbice para exigir que esta esté bien regulada y controlada.