Opinión

Mi crisis del 8-M

Pocos denuncian que esta sociedad condena a lo marginal a todos aquellos que no son productivos: enfermos, ancianos, niños

  • Mujeres con globos morados durante la manifestación feminista del 8-M.

Qué fácil nos lo deja este año el feminismo patrio a quienes nos dedicamos a lanzar columnas al mundo. Podría dedicar estas líneas a comentar lo surrealista que resulta que intenten vendernos como tragedia los estereotipos de género, cuando estamos contemplando casi en primera fila el horror de la guerra.

Podría, también, hacer leña del árbol caído y reirme de que este año se convoquen dos manifestaciones paralelas en Madrid: por un lado, la de las feministas que incluyen entre sus filas a todo aquel ser humano que se autoperciba como mujer, al margen de su sexo biológico. En el otro, el de las peyorativamente bautizadas como TERF, quienes defienden -con razón- que mujeres son aquellas que nacieron con dos cromosomas idénticos, XX. El problema, por lo visto, está en el cromosoma Y, y en él tenemos que concentrarnos si queremos resolver todo lo que tiene de podrido esta sociedad.

Podría aprovechar que, gracias a las acusaciones vertidas sobre Isabel Díaz Ayuso, se ha popularizado un concepto que no suele salir del ámbito jurídico: la carga de la prueba. Es decir, la obligación de probar aquello que se alega. En el caso de la presidente de Madrid, quien debe demostrar su culpabilidad es quien le acusa y no ella, pues en esta sociedad todavía se suele defender la presunción de inocencia. Y digo “suele”, pues la ministra de Igualdad lo ha hecho saltar por los aires para según qué casos y está destrozando sin pestañear la vida de muchos hombres en España.

Me pregunto en qué momento hablaremos de este elefante en la habitación que tenemos. Me voy encontrando cada vez con más frecuencia -en ámbitos y contextos muy distintos- la historia de muchas personas XY a quienes las leyes promulgadas por este ridículo Ministerio les están haciendo atravesar un infierno en vida. A ellos y a sus hijos, ojo. Que de estos últimos sí tenemos constancia plena de su inocencia.

Podría seguir con el concepto de la carga de la prueba y emplearlo para mostrar la iniquidad de una gran mayoría de feministas, aquellas que ven en el aborto un derecho y un triunfo, y no una tragedia o el modo que tiene la sociedad de solventar que unos se lo pasen bien, mientras otras se someten a un procedimiento quirúrgico espantoso. Qué poco feminista suena esto.

¿Qué pinta aquí la carga de la prueba? Les cuento, es uno de los argumentos pro vida. Cuando en bioética se debate sobre la legitimidad del aborto, los que estamos en contra afirmamos que quien debe demostrar que esa nueva vida biológica no es una persona es quien defiende que puede ser eliminada de un plumazo. Ante la duda, a favor de la vida humana, nunca en contra.

Cuando el criterio para decidir que un embrión o un feto es una persona con derecho a la vida es arbitrario, los plazos en los que es legal el aborto se van ampliando alegremente

Quizá al lector le parezcan estas disquisiciones matizaciones estériles de filósofo que no van a ningún lado, pero por desgracia no es así. Cuando el criterio para decidir que un embrión o un feto es una persona con derecho a la vida es arbitrario, los plazos en los que es legal el aborto se van ampliando alegremente. Fijémonos en la ley que se acaba de aprobar en Colombia, que permite acabar con la vida de un feto de 24 semanas de gestación, como ya ocurre en Reino Unido, Holanda o Nueva York. En Canadá o Corea del Sur el aborto está completamente despenalizado.

En fin, podría hacer todo esto, pero este año el 8-M significa una cosa bien distinta para mí. Estoy atravesando una crisis del 8-M. Este mes de marzo mi hijo mayor cumple 8 años. Se me han pasado demasiado rápido unos momentos que jamás volverán. Me pesa sentir que no he podido apenas disfrutarlos, la sociedad que hemos creado lo vuelve complicado. Nos aboca a dejarlos con sus abuelos o en guarderías, y a estar demasiado cansados para gozar de ellos los pocos ratos que nuestros trabajos y los quehaceres y obligaciones diarias nos permiten.

Por todos lados me encuentro con reportajes sobre la infelicidad que lleva consigo traer niños al mundo o, peor, sobre lo mucho que contaminan. Sin embargo, poca o ninguna voz pública denunciando que esta sociedad condena a lo marginal a todos aquellos que no son productivos: enfermos, ancianos, niños. Este grupo son los nuevos parias.  Parece que todo opera a favor de que quienes se levantan a trabajar cada mañana se olviden de que es justo por ellos por quienes se hace. Sobre esto, señores, no veo convocar manifestación alguna.

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