En estos momentos hay dos puntos geopolíticos clave: uno es la frontera este de Ucrania donde se revive la Guerra Fría soviético-norteamericana del siglo pasado y, como entonces, Europa tiene todas las de perder; y otro es Taiwán, auténtica rareza mundial tanto por su estatus político como por su enorme importancia económica, bastante desconocida para el gran público.
La isla de Formosa, lo que hoy conocemos como Taiwán, llegó a tener colonias españolas dada su excelente situación geográfica para los intercambios comerciales. Pero básicamente fue un nido de piratas hasta el siglo XVII cuando fue anexionada por la China continental. En 1895, tras una guerra con Japón que perdieron, los chinos cedieron “a perpetuidad” la isla a los vencedores. Tras la derrota nipona en la II Guerra Mundial, y sin que hubiera un motivo de peso para hacerlo, los estadounidenses decidieron que Taiwán pertenecía a China, algo que supuso un salo atrás para sus habitantes, tanto económico como político, ya que perdieron el cierto grado de autonomía que Tokio les habían dejado. A finales de 1949, derrotado Chang Kai-shek por los comunistas en la guerra civil china, se retiró a Taiwán y llevó con él a unos dos millones de chinos que, definitivamente, acabaron con la huella que había dejado la ocupación japonesa.
Chiang Kai-shek no reconoció la República Popular China de Mao Zedong e insistió en que la la auténtica República de China era la que él dirigía, aunque su único territorio fuera Taiwán. El motivo por el que no fueron invadidos, una situación se ha prolongado hasta la actualidad, fue el decidido apoyo de los Estados Unidos. La vecina Guerra de Corea empujó a que Washington pretendiera limitar el poder de la “China roja”, enviando tropas a la isla (que aún están allí) y ordenando a la Séptima Flota a patrullar el estrecho de Taiwán. De este modo, fueron pasando las décadas, al tiempo que Taiwán era gobernada con mano de hierro (la ley marcial estuvo vigente hasta 1987, con la excusa de una posible invasión inminente), por Chiang Kai-shek (que murió en 1975) y por su hijo Chiang Ching-kuo.
Hasta noviembre de 1971 no ocupó en la ONU la “China roja” el asiento correspondiente a China y a partir de ahí, todos los países de la órbita no comunista fueron aceptando que Taiwán no era China y abriendo relaciones diplomáticas con Pekín. En diciembre de 1978, el presidente estadounidense Jimmy Carter reconoció a la República Popular China como gobierno legítimo de China, por lo que Taiwán quedó en un limbo que dura hasta hoy. En 1991, las autoridades de la isla proclamaron el fin de la guerra con la República Popular China. La democracia no llegó a Taiwán hasta casi finales del siglo XX, en 1996 concretamente, cuando se celebraron las primeras presidenciales por sufragio universal).
La industria occidental depende en gran medida de una empresa situada en un territorio que está en medio de una disputa territorial que puede provocar un conflicto, incluso bélico
Bajo el principio de "una sola China", Pekín insiste en que Taiwán es una parte inalienable de su territorio con un único gobierno que se reunificará algún día. Bajo dicha política, Pekín no acepta relaciones con los estados que reconocen a la isla, lo que ha llevado a que muy pocas tengan lazos con el gobierno de Taipéi. Hoy apenas 14 naciones, además del Vaticano, mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán. La mayoría son pequeñas islas. ¿Por qué esta disputa puede afectarnos tanto? Primero porque si China intentara anexionarse por la fuerza Taiwán tendría que luchar contra fuerzas estadounidenses que están allí y que, según recordó Joe Biden hace escasas fechas, defenderían su autonomía. Por si no fuera suficiente este riesgo geopolítico que podría abocar a una Tercera Guerra Mundial, está además la enorme dependencia de los semiconductores que allí fabrica la empresa TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company).
Irresponsablemente, la industria occidental depende en gran medida de una empresa situada en un territorio que está en medio de una disputa territorial que puede provocar un conflicto, incluso bélico, de consecuencias imprevisibles. ¿Cómo se llegó a esto? Gracias a la ayuda norteamericana, Taiwán conoció un desarrollo económico similar al de Corea, pasando de ser una sociedad agraria a una industrial y comercial. Empezó, como Corea, fabricando manufacturas baratas como textiles y juguetes, pasó en los ´70 a la industria pesada y en los ´80 a la electrónica, ayudada también por la privatización de las empresas públicas Y la globalización hizo el resto. En cuanto a TSMC, fue fundada por Morris Chang, un graduado en Ingeniería Mecánica del Instituto de Tecnología de Massachusetts (conocido como MIT). Tras 25 años trabajando para Texas Instruments, decidió crear su propia compañía en 1987 y tuvo el apoyo del gobierno de Taiwán. Los chips, o microchips, son circuitos integrados en una estructura de pequeñas dimensiones de material semiconductor. Sobre ellos se fabrican circuitos electrónicos. Son vitales en toda la industria tecnológica actual.
Junto a sus numerosas subsidiarias, controla casi el 60% de la oferta mundial de semiconductores, y casi el 90% de los más punteros. De ahí que su importancia va más allá de la política
Aunque en un principio el rendimiento de su producto no fue muy esperanzador porque resultaba más lento que los de Intel, por ejemplo, poco a poco fueron mejorando la tecnología. El gran salto lo dieron al suministrar a Apple los chips de sus iPhones. Desde entonces no tienen rival en los chips de alta gama. Cuantos menos nanómetros (milmillonésima parte de un metro) tiene un chip, más avanzado o sofisticado es. Los más avanzados tienen en la actualidad 3 nm, pero los de menos de 28 nm ya se consideran relativamente avanzados. Junto a sus numerosas subsidiarias, controla casi el 60% de la oferta mundial de semiconductores, y casi el 90% de los más punteros. Tiene clientes gigantes tanto en China (Alibaba, por ejemplo) como en EEUU (Apple, Facebook, Microsoft, etc.). Incluso Intel tiene externalizada parte de su producción con ellos. De ahí que la importancia de Taiwán va mucho más allá de la política.
En resumen, Taiwán, para la mayor parte del mundo no es un país, no hay embajadas sino “oficinas de representación” con Taipéi (a Lituania se le ocurrió abrirla con Taiwán y por ello China rebajó su relación diplomática con ellos), pero de que viva en paz y conserve su autonomía depende gran parte del bienestar económico del mundo, incluso más allá de los motivos morales para apoyarlos. Sin embargo, es tal la presión china y el miedo que se tiene a su poderío que, a pesar del tratado de ayuda estadounidense, no sería de extrañar que en algún momento, algún residente de la White House ceda y acabe permitiendo que China se anexione un territorio que siempre ha considerado suyo. Mayores indignidades se han visto.