En privado, Felipe González le motejaba cariñosamente "Onésimo", nombre de un jugador del Cádiz y del FC Barcelona de los 80 y los 90 que "se regateaba a sí mismo". Ese era Alfredo Pérez Rubalcaba, cuerpo menudo, campeón de cien metros lisos que con la madurez derivó en parlamentario de una agilidad mental sin parangón. Querido, temido y odiado a partes iguales por adversarios y afines.
Su principal virtud, ese verbo acerado y preciso como un bisturí para los 20 segundos del telediario que le trajo éxitos y... sinsabores. Aquella frase: "Necesitamos un gobierno que no nos mienta", en horas posteriores a los atentados del 11-M, le supondría años de demonización por parte de quienes perdieron el poder, no todos. Ahi empezo lo del comando Rubalcaba contra el PP, una infamia el suo de esa terminología hacia quien dedicó media vida a luchar contra ETA.
Agnóstico, que no ateo, siempre le imaginé, sin embargo, con el armiño del cardenal Richelieu, seguramente porque todos alguna vez nos hemos dejado llevar por esa imagen de obsesionado por el poder que tardó mucho en abandonarle. "Ya no hecho de menos el Gobierno, Gabi, solo hablar aquí", me dijo señalando el Hemiciclo del Congreso la última vez que nos vimos, en la entrega del premio Josefina Carabias a la periodista Lucia Méndez. Me pareció que no estaba haciendo postureo sino que estaba sinceramente rehabilitado.
Rubalcaba retrasó un mes su dimisión en junio 2014 para evitar 'tentaciones' republicanas del PSOE durante la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI
Y es que cinco años de anonimato en la cátedra de Química de la Complutense dan para mucho, aunque seas aquel secretario general de un PSOE crepuscular que se compincha con Mariano Rajoy en el verano de 2014 para hacer posible sin sobresaltos la abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe VI. Había perdido las elecciones europeas a finales de mayo y en el PSOE nadie dudaba de su dimisión, pero la retrasó un mes; había que evitar tentaciones republicanas en el principal partido de la oposición.
Acababa así una carrera política que había empezado en los 80. No lo metió Felpe González en su primer Gobierno (1982), pero ahí estuvo con José María Maravall, ministro de Educación. Y suya es la denostada por el PP y la derecha en general Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE).
Dar la cara
Pero su momentum de notoriedad no llegaría hasta que González le nombró ministro de Educación en 1992. A partir de ahí, todo fue ascender. Ministro de la Presidencia y Portavoz tras las elecciones de junio del año siguiente, le tocó dar la cara -GAL, huida del director de la Guardia Civil, Filesa, etc- hasta la pérdida del poder en 1996 a manos de José María Aznar. Y una vez que González se retiró, y que Alfonso Guerra ya no estaba para la política diaria, Rubalcaba se convirtió en eso que los periodistas llamamos eufemísticamente la 'vieja guardia'.
Ni corto ni perezoso, esperó su momento agazapado en el Grupo Socialista, y saltó en el momento justo en el que la bisoñez de un José Luis Rodríguez Zapatero recién elegido secretario general (2000) lo aconsejaba. Zapatero le hizo portavoz parlamentario en 2004, cuando ganó las elecciones, y en 2006 ministro del Interior para controlar el incipiente diálogo con ETA.
A partir de ahí, y sorprendentemente para muchos socialistas, Rubalcaba se convierte en el hombre para todo. Tan esa así que cuando el liderazgo de Zapatero entra en crisis por la crisis (económica) valga la redundancia, le hace vicepresidente del Gobierno y los barones del PSOE imponen que sea el cartel en las elecciones generales de diciembre de 2011.
Cuando Zapatero pactó con Rajoy la reforma del artículo 135 de la Constitución, lo aceptó sin alzar la voz a pesar de que era una bomba de relojería en su campaña 2011
Que fue fiel a su PSOE lo demuestra el hecho de que cuando Zapatero pacta con Rajoy la polémica reforma del artículo 135 de la Constitución para priorizar el pago de la deuda pública -una bomba de relojería en la campaña de cualquier candidato de izquierdas que se precia-, él se lo traga sin rechistar. Aunque su relación con Zapatero ya no volvería a ser la misma.
Luego vendría la dura oposición de los 110 diputados, sus peleas con Carme Chacón, también fallecida, y el ascenso silencioso de un Pedro Sánchez que, contra todo pronóstico, acabaría convirtiéndose en su sucesor. Últimamente apenas se hablaban, porque Alfredo Pérez Rubalcaba nunca entendió esa moción de censura con los independentistas que motejó como Gobierno Frankenstein; lo cual no impidió, dicho sea de paso, que el líder socialista le ofreciera, sin éxito, ser candidato a la Alcaldía de Madrid antes que a Pepu Hernández.
Sirvan como ejemplo de la huella que deja este político de largo recorrido el gesto emocionado de Miquel Iceta al recordarle este jueves antes de iniciar una rueda de prensa en Barcelona, y el tuit sentido de Sanchez nada más conocer el ictus que ha acabado con la vida del ex secretario general del PSOE:
Pendientes de la evolución de nuestro compañero Alfredo Pérez Rubalcaba. Mi cariño y el de todos los socialistas para él y para su familia, y los mejores deseos para su recuperación.
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) May 8, 2019